Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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La democracia interna y el debate de ideas son síntomas de la buena salud de un partido, pero cuando se transforman en división y enfrentamiento acaban siendo un cáncer. La derecha no frecuenta estos riesgos porque el aparato suele ser una apisonadora de las divergencias, pero la izquierda parece abonada a las eternas disputas que la descosen. Hemos visto cómo el tumor está arrasando al PSOE inexorablemente cuando quiso volver a sus siglas y estamos viendo cómo en Podemos provoca estragos dentro y hastío fuera.
Las tensiones en la formación morada no son ningún invento de los medios, aunque claro que muchos las aprovechan para atizarlas y atizarles; pero han sido Iglesias y Errejón quienes han escenificado su desacuerdo en tuits, declaraciones y artículos en los que su brecha se agranda y la colisión se manifiesta. La prensa es el escenario, pero ellos son los actores de esta obra que a veces interpretan como un combate de boxeo, con intercambio de golpes entre bandos, y otras, en expresión de Errejón, como una pelea de gallos.
No habría ningún problema en mostrar abiertamente una discusión que puede animar al debate de la militancia si no diera la impresión de que no son capaces de hablar en privado lo que airean en público, si no pareciese que ambas corrientes utilizan los medios y las redes para arrimar el ascua a su sardina, en lugar de arrimarse el hombro la una a la otra. Aunque haya un combate de ideas, lo que trasciende es la enésima lucha intestina de la izquierda por el poder. Podemos corre el riesgo de convertirse en IU 2.0.
La propuesta del errejonismo de separar liderazgo y modelo de partido creo que conduce a un choque de trenes tanto como un posible blindaje del proyecto pablista. Si ninguna de las partes discute el liderazgo de Pablo Iglesias, lo único que hay que consensuar es la organización y la estrategia. Dado que el secretario general tiene la sartén por el mango, creo que es suya, más que de nadie, la misión de integrar otros discursos y buscar acuerdos. Si no, Vistalegre II se convertirá en un remake de “Duelo en OK Ferraz”.
En Vistalegre I, un líder fuerte y un partido centralizado parecían la solución más eficaz para afrontar la urgencia electoral, pero se ha pagado un alto coste de desmovilización y desmotivación de círculos y órganos intermedios. Ahora, con el tiempo que da una legislatura, debería pensarse cómo movilizarlos y motivarlos de nuevo con un partido más abierto, plural, orgánico, descentralizado y participativo. Eso es feminizar la política y recuperar el espíritu del 15M.
Todo lo demás son luchas palaciegas que convierten a Podemos en más de lo mismo y que lo alejan de la gente, en un momento en el que es casi la única alternativa de izquierdas en toda Europa, desarmado Syriza, al avance de los fascismos populistas, frente a los que tiene que oponer propuestas materiales concretas y zanjar sus debates sobre las esencias que interesan mucho menos al personal.
La izquierda española tiene una responsabilidad y una oportunidad únicas de canalizar el descontento de la clase obrera y la clase media deprimida. Y meto también en esto al PSOE, que sigue siendo el partido de muchos votantes progresistas, si cristaliza la remota posibilidad de que las bases recuperen el partido de las manos del régimen. Por eso es sangrante que tanto socialistas como Podemos anden preguntándose por el liderazgo, en lugar de convertirse en la respuesta.
Desde las elecciones lo que pasa en Podemos distrae de lo que Podemos ha venido a hacer. Hace demasiado tiempo que sus soluciones para acabar con los problemas de la gente tienen menos eco que sus propios problemas. Y mientras la izquierda se da de manotazos, la derecha y la ultraderecha se frotan las manos.
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