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El esfuerzo colectivo para reconciliar al escultor Alberto Sánchez con Toledo, una ciudad “en la que no termina de calar”

Catálogo de la exposición antológica del escultor Alberto Sánchez en el Centro de Arte M-11 de Sevilla, Enero-feb. 1975 / [diseño: Alberto Corazón]

Francisca Bravo Miranda

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Herrero, zapatero, panadero y artista. Los oficios por los que pasó Alberto Sánchez, escultor nacido en el humilde barrio de Las Covachuelas de Toledo en 1895, marcaron su obra y su legado. Un legado que ha sido reconocido por figuras tan significativas como Pablo Picasso, que dijo del toledano que era un hombre “muy grande”, tan grande “como aquella escultura que presentó en la Exposición de París”. El poeta Rafael Alberti también tuvo palabras para el escultor. “A caminar, hermano. Que muy pronto, en la palma de tu mano, con nueva luz, se amasará Toledo”.

La relación del toledano con su ciudad siempre ha sido compleja. Los homenajes que han querido reivindicar su figura y su trabajo se llevaron a cabo años después de su muerte, en Moscú, en el año 1962, varios años después de abandonar España para enseñar dibujo a los niños y niñas evacuados durante la Guerra Civil a Rusia. Nunca más volvió a España.

La polémica alrededor de su figura ha llegado incluso a nuestros días. En marzo de este año se anunció la apertura de una sala propia para el artista en la sede de la Colección Roberto Polo en Toledo. Arreciaron las críticas, de varios colectivos que reivindicaban un espacio propio para el artista universal. Insistían en que no se cumplía la voluntad de la familia, que fue la que cedió la veintena de trabajos de Sánchez para ser expuestos, por fin, en un lugar únicamente para el escultor.

Ahora, una docena de autores se han unido en la obra 'Alberto. Palabras de y para un escultor' (Almud Ediciones, 2023), coordinado por el periodista Enrique Sánchez Lubián. Fue precisamente al poco tiempo de vivirse la polémica en Toledo y también tras la celebración de un pequeño homenaje en honor al aniversario de nacimiento del autor, en abril de este año. Una de las personas que asistió al homenaje fue el editor Alfonso González Calero, responsable de Almud Ediciones. Y así nace el germen del libro que quiere rescatar y también reconciliar la figura con su ciudad natal.

“Es curioso. De Alberto Sánchez no se hablaba mientras vivió. Pero a partir de su muerte, es cuando empieza a hablarse de él. Fue a partir de los años 60', se empieza a hacer más presente la figura de Alberto. Se le nombra hijo predilecto de la ciudad, se le da su nombre a un colegio y a una calle”, explica Sánchez. Y a pesar de todos estos esfuerzos, reflexiona, el escultor “no termina de calar” en la ciudad.

El hecho de que abandonase nuestro país en años tan turbulentos y no regresase jamás contribuyó a que sobre su figura y su obra se cerniese un tupido velo de olvido, silencio y desdén

“Toledo es la ciudad de Alberto, pero él no es patrimonio de la ciudad, y sigue siendo un desconocido, pese a su importancia como gran artista de las vanguardias españolas y que ha sido reconocido por todos los grandes de este país”, explica Sánchez Lubián. En el libro, Sánchez es descrito como un “artista fundamental” en la España anterior a la guerra civil.

“El hecho de que abandonase nuestro país en años tan turbulentos y no regresase jamás contribuyó a que sobre su figura y su obra se cerniese un tupido velo de olvido, silencio y desdén”, relata la introducción del libro. Para intentar correr este velo, la obra primero ha rescatado palabras del propio artista. “Yo quería hacer un arte revolucionario que reflejase una nueva vida social, que yo no veía reflejada plásticamente en el arte de los anteriores períodos históricos, desde las Cuevas de Altamira hasta mi tiempo”, describe el artista en un texto que data de 1933.

“En el hecho de partir de sus palabras estaba la clave”, señala Enrique Sánchez Lubián. “El hecho de que salga de España en el año 1938, lógicamente hace que su reconocimiento en el país se quiebre. Sin embargo, tras su muerte, vuelve a ser reconocida su figura como una fundamental, un eslabón perdido en la evolución del arte español. Fue su marcha a Moscú la que se convierte en un hándicap para ser reconocido”, reflexiona el periodista.

Artista de material efímero

El mismo Picasso hablaba de que habría que buscar “la gran obra” de Alberto Sánchez que llegó a París. El malagueño hacía referencia a 'El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella', una inmensa obra de 12 metros de altura que fue parte del pabellón español en la Exposición Internacional de París. La obra desapareció, posiblemente destruida. En 2001, con motivo de una gran exposición llevada a cabo en el Museo Reina Sofía en homenaje al toledano, se instaló una copia basada en una maqueta que aún hoy se puede ver en la fachada del museo madrileño.

No es la única obra perdida de Alberto Sánchez. De hecho, muchas de ellas son “traducciones” de las obras originales. Así lo explicó Rosario Romero Escribano, historiadora del arte y una de las autoras en el libro. Romero participó en la presentación de 'Alberto. Palabras de y para un escultor', que tuvo lugar en el Museo de Santa Cruz con un aforo completo. Sánchez, casi como un recuerdo a su humilde origen, explicó Romero, trabajó con materiales “pobres, casi efímeros”.

Uno de los pocos originales que hay en Toledo es la obra 'La mujer de Castilla', que el mismo Sánchez entregó a la Diputación toledana para demostrar sus avances en el campo artístico. Fue esta institución la que le dio una beca, después de que “varias personas acudieran a solicitarla”, para que Alberto pudiese dejar su oficio de panadero para dedicarse a la escultura. 2.500 pesetas durante dos años.

Sánchez tampoco vendió ninguna pieza, mientras vivió. Con una sola excepción: 'La maternidad', la obra que también es la portada del libro colectivo. “Él trabajaba con materiales que le recuerdan el campo, los animales. En los surcos de maternidad nos muestra lo que puede ser un paisaje vertical”, explicaba la experta. Lo mismo ocurre con 'El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella', con los surcos y orificios que recrean lo que Romero Escribano describe como un paisaje. La experta se detuvo, como no puede ser, en la gran obra del artista, figurativa y literalmente. “Es una invitación para todos, para poder pensar que otro mundo es posible”.

“Alberto nos está invitando a que pensemos en una utopía. En la utopía de que España tiene un futuro mejor del que nos vino después”, explicaba Escribano. Pero la vida del autor, tras su huida de España, fue de un “silencio simbólico y literal”. “No aprendió ruso y vivió una vida bastante aislada en la Rusia de Stalin”, recordó la historiadora.

Sánchez pasó del socialismo al comunismo. Primero, se afilió a las Juventudes Socialistas, como hicieron otras personas, para “mostrar su compromiso a través del arte”. “Acudían también a la Casa del Pueblo porque era donde podían permitirse ir”. Luego, se apuntó al Partido Comunista, al irse a Rusia. “Sin embargo, su vínculo ideológico y sus tribulaciones de convalidar el arte abstracto con la ideología socialista y comunista le trajo muchos problemas”, recalcó Romero.

“Hijos” de Toledo no reconocidos

Enrique Sánchez Lubián insiste en que sí hay un reconocimiento al artista y a su obra, pero que no ha sido suficiente para saltar al escalón de la popularidad. “En Toledo ocurre que muchas veces es generosa y en otras ocasiones tiene vocación de madrastra con algunos hijos de la ciudad. Da la casualidad que en muchos de estos casos se trata de gente vinculada con la izquierda”, reflexiona el periodista.

“A modo de epílogo, hay que reseñar que desde hace años, cada primer martes de mes, ante su 'Mujer toledana' se celebra una concentración contra la violencia machista convocada por el Consejo Local de la Mujer, iniciativa que, sin duda, agradaría a nuestro Alberto, ese escultor con ”cara de cóndor“, con cuyas ”manos de metal“ hizo ”de las sustancias despreciadas, / esparto, hierros rotos, palo muertos, / un poderoso Reino“, como bien escribió Alberti en una elegía póstuma fechada en 1974”, concluye el libro, de la pluma del propio Lubián.

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