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Hoy es el Día Internacional del Parlamentarismo y, como diría el poeta, pido la palabra. Reclamo la palabra porque tiene en estos momentos una trascendencia mayor que nunca. En estos tiempos en que la pandemia nos ha impuesto la distancia social, quisiera pensar que la palabra es capaz de aproximarnos unas a otros, de dibujar la sonrisa que nos borra el uso de la mascarilla y de aproximarnos para sustituir el abrazo que se nos niega. Quisiera pensar que la palabra va a ser la piedra clave sobre la que va a descansar la exigente tarea de reconstrucción de nuestra sociedad que ahora tenemos que acometer.
Hoy es 30 de junio, el día en que la ONU consagra al parlamentarismo, pilar de nuestro sistema político. En nuestras asambleas, como lo son las Cortes de Castilla-La Mancha que tengo el honor y la enorme responsabilidad de presidir, reside la voz del pueblo y toma cuerpo su voluntad. Son lugares sagrados e irremplazables, en cuanto que en ellos reside la capacidad para promover sociedades más justas, pacíficas e inclusivas.
Es mi papel en esta institución, pero lo hago desde el pleno convencimiento, promover el uso de la palabra por parte de todas y todos para producir leyes y fomentar intercambios de ideas que contribuyan al progreso de nuestra sociedad, a ampliar los derechos de nuestras gentes y a consensuar soluciones a los principales desafíos que enfrentamos.
En un panorama tan complejo como el que nos está tocando vivir a raíz de la pandemia del coronavirus, nuestro parlamento tiene la misión fundamental de consolar a quienes han perdido seres queridos, canalizar con un debate sereno e inteligente la confusión en la que nos ha sumido esta pandemia y buscar soluciones útiles para quienes están padeciendo los efectos más perversos de la crisis económica sobrevenida.
Es un deber inexcusable. Personalmente, espero lo mejor de una Cámara que en el arranque de esta legislatura ya había dado sobradas muestras de compromiso y capacidad para acordar. Hasta el decreto de estado de alarma fuimos el parlamento más productivo y el que más leyes habíamos sacado adelante por acuerdo. Ahora es obligatorio que estemos a la altura de las circunstancias. No podemos renunciar al uso eficaz de las instituciones cuando más se las necesita ni reemplazar el papel de los parlamentos como los principales foros de debate político. Debemos debatir, actuar y legislar de manera clara y útil para la ciudadanía.
En Castilla-La Mancha lo estamos haciendo y lo vamos a hacer en pleno verano para recuperar el tiempo perdido. Pero también espero que este debate resulte fructífero y ejemplar. No hablar por hablar. Y decir, pero para decidir juntos y juntas. Hemos visto en los últimos tiempos espectáculos bochornosos en el Congreso y en el Senado. Ningún debate debería ser así; menos aún en la casa de todos y todas.
“Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir”, canta Manolo García en una canción del Último de la Fila. En un mundo tan ruidoso como el que habitamos, el parlamentarismo tiene la función saludable de buscar soluciones y construir consensos filtrando la verborrea que no conduce a ningún lugar y practicando un diálogo lúcido. Por supuesto que hay que modernizar los parlamentos para que se parezcan más a nuestras calles -y en eso estamos también-, adaptar el debate a los tiempos que corren y abrirlo a la sociedad en vez de encerrarlo en los gruesos muros del convento que nos acoge. Pero también es cierto que hay que hacerlo reivindicando la cortesía, el respeto del turno de palabra y la capacidad de escucha sin los que el debate no puede ser nunca interesante ni provechoso.
Frente al debate más crispado que está tomando las redes sociales y cada vez más de los medios de comunicación, donde pareciera que solo cabe manifestarse para menospreciar o eliminar al que piensa diferente, el juego limpio que debe imperar en los parlamentos, con sus ceremonias y sus reglas, nos permite confrontar con respeto y pactar relatos que exigen renuncias, pero facilitan consensos. A menudo autoafirmar las posiciones propias lleva al inmovilismo, mientras que ceder para buscar acuerdos nos permite avanzar. Acordar no es un síntoma de debilidad, sino de fortaleza. Pactar es lo valiente y lo difícil.
Pidamos la palabra -como diría el poeta- en nombre de nuestro pueblo humilde. Pero hagámoslo para aportar. Hoy, como nunca, quien no tenga nada que aportar, mejor que se aparte. Si el trabajo parlamentario no es útil a la sociedad no sirve para nada. Pongamos el acento en las palabras que ofrecen respuestas y que reducen la distancia social.
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