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Ahora que parece que ya el otoño ha hecho acto de presencia y que se han producido las primeras lluvias de verdad, de esas que los agricultores saben que empapan bien el suelo, con muchas siembras hechas con la esperanza de que el año sea bueno, es un momento adecuado para hablar sobre agua.
Tras años de sequía, el pasado fue bueno y muchos de nuestros embalses están con más agua que los últimos años. Eso nos da a todos, no solo a los agricultores, mucha tranquilidad. Y es en estas situaciones cuando conviene afrontar con sosiego el debate del agua.
La cuestión clave es la compatibilidad (necesaria; no hay otra opción) entre los diferentes usos del agua. La prioridad es siempre para el consumo humano. Esto lo sabemos bien en Castilla-La Mancha, donde el agua llega a algunos de nuestros pueblos en el Alto Guadiana, a través de la tubería manchega, que se abre paso en nuestra tierra, conectando dos cuencas, como una infraestructura imprescindible para nuestro progreso.
El segundo uso es el de garantizar el agua suficiente, en calidad y en cantidad, en las diferentes cuencas hidrográficas, tanto en superficie como subterráneas, de tal forma que se asegure el buen estado ambiental de las mismas, y se preserven los humedales. De esto también sabemos en Castilla-la Mancha, después del establecimiento -sentencias del Tribunal Supremo, mediante- de los caudales ecológicos en el río Tajo en este ciclo hidrológico que, por fin, parece que van a aplicarse desde el próximo enero. Ya era hora, desde luego, de garantizar un caudal mínimo real para el Tajo, después de años de batallas desde Castilla-La Mancha.
Y, en tercer lugar, los usos del agua para las diferentes actividades económicas en el territorio. En este ámbito, la utilización del agua por parte del sector agrario es muy relevante en la región. Así, el 80% de toda el agua utilizada, tiene usos agrarios, siendo indispensable para garantizar una agricultura y ganadería, profesionales y rentables. Esta utilización del recurso debe ser compatible con los usos mencionados anteriormente, con especial hincapié, por las características de nuestra región, en la protección de los humedales y de los acuíferos.
En las dos últimas décadas el regadío de Castilla-La Mancha ha sufrido una gran transformación, regándose por goteo más del 65% de la superficie con acceso al agua, el mayor porcentaje de toda España, pero sigue siendo necesario aumentar la eficiencia y el control riguroso del agua utilizada.
Y, sin duda, la modernización y transformación de regadíos, como el de La Grajuela, en la provincia de Cuenca, con carácter social por el número de beneficiarios (con la superficie a regar muy repartida), cultivos (que crean empleo y riqueza) y zona en la que se ubican (con problemas de población), debe ser una prioridad urgente.
Queda tarea por delante.
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