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Apuntes de febrero

Foto: Daniel Díaz Trigo

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Frente a 'Les Coquelicots' de Claude Monet se disuelve la memoria. El sol se come las amapolas, se adormece la voz, anestesiada la boca, el somnífero de los dioses. Ya no tengo memoria, me digo. El paisaje se vela y se vacía, más que desnudo, aparece descarnado y escondido entre largas y anchas sabanas de bruma. Aún se aprecian a lo lejos los montes sin nieve. ¿Qué oyes frente a 'Les Coquilots' de Monet? ¿El viento de tu madre, el aire negro de las visiones?

El cielo no se puede imaginar, está ahí, siempre indeterminado. El cielo inimaginable, nunca llegas a él. “Entre siempre y nunca” Paul Celan: Me prohibí leer más a Pessoa. Me prohíbo algo y me siento más yo. La reducción me amplifica. Se oye un anuncio: cura el dolor y la inflamación. Ya se oye todo, todo está en el aire. También es basura. Antes de ser basura ya lo es. Residuo es la palabra sagrada; ya lo es en la concepción, en la gestación y en el uso. Al usar lo que va a ser basura nos convierte a su vez en basura.

¿Qué cambiarias de este paisaje? Nada le dices al ángel de la voluntad en tu texto. Nada: pero ni siquiera lo mencionas en el texto. Ni siquiera aquella hilera de cipreses negros jalonando el camino que lleva a la casa de las flores: negros, a lo lejos siempre negros. Para apreciar el verde oscuro de sus capuchas hay que acercarse mucho a ellos, los troncos rugosos, el verde apagado, vidrioso, como a veces son los cielos nocturnos de febrero en esta tierra de poca lluvia. Por muy negros que sean los tiempos ¿Y cómo los llamamos ahora? ¿Otra vez negros tiempos? Me niego en esta vez a elegir el negro. También podría ser el blanco, el lila, el verde, el azul, el rojo. Mezclados ya sabes que dan. El gris del plomo o un marrón de riada.

Querría ver el mundo como un perro, tener una conciencia daltónica para vivir en el continuo extrañamiento del mundo. En las memorias de Marcel Reich-Ranicky una cita de Tonio Kröger: “Quien más ama se halla en situación inferior, y le toca sufrir”. No importa ahora quién sea Kröger, los tiempos ahora vuelven a su grisura, al pardo, a la emulsión ingrata de los colores. Veo 'Les Coquelitots' de Monet en una lámina. Me llegó en un paquete junto a unos cuadernos para escribir hace una semana. Remite J. Adler, desde la ciudad del aire. 

En 'Les Coquelitots' está la eterna primavera, la casa sigue fría mientras los días se templan. Hay que comenzar a odiar los anticiclones y ponerles los nombres feos, como Crescencio, Eleuterio o Adolf. Reincidimos: siempre reincidimos, podemos y debemos reincidir, amar la reincidencia. Algo te empuja a ello a la vez que te aplaca. El amor se agota como el silo de grano después de muchas malas cosechas. Vuelvo a las viejas lecturas: Rezos, no poemas, como en las carreteras se cruzan las almas cada vez a mayor velocidad, las chispas en el rozamiento súbito provocan grandes incendios. Hombres que se inquieren, cada vez se aman más a sí mismos.

El amor en soledad, el amor de esa naturaleza carece de límites, pronto van desapareciendo las zonas de sombra, lo desolado gana espacio. Al caminar por la dehesa esos charcos donde cabe todo, el cielo, el sol, los astros, tu rostro difuminado. Los charcos son verdad, espejos de tierra. De oír mentiras me sangra el oído. Escribo una carta a mano, pero no sé a quién mandársela: Lo romo una vez cortó, me hiero las manos pero no trabajando, al pasarla a contrapelo por el culmo de las cañas, al ortigarlas en la umbría cerca de los arroyos. Nunca se debería escribir por puro placer, no saldría nada. El horror cuantitativo, listas de muertos, por peso, a granel, fanegas, la medición a ojo. El percal de los que hablan como chimeneas. La velocidad de la luz es también la de la vida. En los años oscuros estamos sobreiluminados.

Uno bendecía maldiciendo, este pan te cegará, le oí una vez en un foro: hic manis escaecant. Otros días paseo entre grandes encinas, no hay camino en la dehesa infinita, todo es un camino. Estas viejas encinas acogen, dejan suficiente espacio entre unas y otras para moverse ligeramente. Debo imaginar que sus sombras se abrazan, pero no es posible, jamás podrán abrazarse. La luz las proyecta a esa hora a todas hacia el Norte; después del Ángelus viran ligeramente hacia el Este. Depende de la época del año, ahora es así. El reloj solar es leve. Es la realidad la que te permite este juego de ensoñaciones, la vivimos plenamente. Imperturbable y duradero, y no por eso menos extraña la virtud de que aún nos asombre el mundo. Desde aquí a Yuste a pie entre dos y tres días.

Esta es una buena época, los días se han alargado. Vamos, dice siempre la sombra, llévame, creo oír. El cuerpo quiere otro año más, e irse para dar una larga vuelta que dure todo el año. Entre estas encinas no logro imaginar más de lo que veo. Allí aquellas montañas pesadas, como montañas quizás más pesadas o tristes este año sin nieve. Tumbadas roncan para sí lo telúrico del mundo. En otro tiempo fui ligero por ellas, ahora el jadeo del corazón perdido pesa. Tampoco sería capaz de imaginar algo que me acercara a aquel lugar que él visitó. Noda, junto al rio Tama. No es la lejanía lo que me lo impide, es la negación de la lejanía. De ese lugar sólo llego a ver un paisaje de noche, unas luces azules, reflejos de agua y poco más. De esta manera también llego a sentir cierto frío.

"No es la lejanía lo que me lo impide, es la negación de la lejanía"

Se me hace pesado llegar hasta aquel lugar alejado. No consigo imaginarme el río Tama bañando el lugar de Noda. Es tiempo de largas esperas haciendo cosas con las manos dentro de las casas templadas. Cada día los paseos son más largos. Ayer llegué a un lugar que no conocía. Paroxismo del lugar. Aquí se podría vivir, dice la sombra. ¿Por cuántas casas pasaremos a lo largo de una vida? ¿Y por cuántas vidas y amores? ¿Y ciudades? El río está ahí, lo veo, nunca dejaré de verlo. Me lo llevaré tan lejos como sea posible. Me es imposible imaginar el río Neva, improbable una imagen que me acerque al Neva. Llevo ya días dentro de Les Coquelicots de Monet. Si fuera así, si acaso pudiera acercarme al Neva con lenguaje, desaparecería en él. Desde aquí se ve todo el cielo, pero desde donde tú estás también, y desde donde ellos lo ven. En domingo, al volver de la dehesa, ya de noche, escribo otra carta a mano.

Querido desconocido o desconocida: En medio de las guerras, hay ahora treinta y cuatro. ¿Quieres entrar dentro de 'Les Coquelicots'? Si nos viéramos como una torva de nieve negra, y dices que solo así, en raras ocasiones me has visto, arremolinado, es que gran parte de ti y de mí es lenguaje ¿Otorgado? ¿Propio? Y según nos vamos haciendo más viejos, ese lenguaje se va agrandando en uno, en ti por ejemplo, como una glándula inservible, pero la torva de nieve a la puerta de la casa es la misma. Quieta, no gira, es solo lenguaje al que le hemos arrancado el tiempo, y aunque no gire, puedes atravesar la dehesa de los locos. Las encinas acogen. Al abrazarlas nada te harán sentir, no sentirás nada en ellas más allá de lo que tus brazos y tu pecho al apretarse a ellas sientan.

Su corteza rugosa, la aspereza y la tibiez del tronco ¿Es suficiente? Creí que sí. Háblalas a todas o a ninguna. Nada ocurrirá. El milagro de las encinas es que estén ahí después de tanto tiempo a pesar de la fatiga del mundo. La belleza es simple, eso debería bastarnos para sentir la plenitud o la nada. En la dehesa eres libre, pero no más que los animales que la habitan. Ahí se nos ve desnudos, es más duro el asco de lo que segrega el amor, la corteza que va formando la savia del fresno, en el sonido se oye, el cielo también crece. Una vez soñé esto –me decía– parece nuevo, no vivido, y no habrá de vivirse.

El bivalvo al respirar expulsa el agua, se enciende bajo la arena, tu huella, las conchas protegen, son abandonadas, es la dureé de la nada. Dura más una concha que tu cuerpo, un árbol seco que tu vida, el cielo nos come, la luz nos disuelve, el sol quema ahora y es febrero. Donde escribo uno o una podrían ser tú, un cuerpo con concha, tu cuerpo que se ha procurado una concha gracias al dolor y la luz, y tu concha fue abandonada, las dos partes todavía permanecen unidas a punto de separarse. Entremos por un tiempo dentro de 'Les Coquelicots'.

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