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El arte del Trabajo Social con sinhogarismo

Ramón Mendoza Marcos, natural de La Villa de Don Fadrique (Toledo)

Ramón Mendoza. Trabajador social

17 de julio de 2020 19:49 h

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Cuando todo comienza por una pregunta que parece simple como puede ser ¿por qué decidiste estudiar Trabajo Social? Bueno, mejor dicho: ¿por qué Trabajo Social con sinhogarismo?

Estas fueron las dos únicas preguntas, que, a mi entender, dan sentido a la entrevista de trabajo que me puso en el lugar en el que hoy me encuentro. La respuesta puede parecer simple, pero fue necesario tomar aire, organizar las ideas y responder con contundencia: “Cuando, entre las arduas asignaturas, las que a veces parecieran inconexas e inespecíficas entre ellas, comienzas a entender que el Trabajo Social nace del ‘pobre’ (Entiéndase el concepto anterior al de exclusión social), de la necesidad de otorgar respuestas profesionales, analíticas y bien organizadas que superen la cobertura de necesidades básicas de la persona y atiendan más allá de la demandas explícitas que la persona verbaliza”.

Cuando comprendes que el Trabajo Social nace de mirar en el recorrido, plenitud de áreas de la persona y potencialidades de la misma, es cuando te enamoras de esta profesión, y si encima entiendes que el sinhogarismo y el trabajo con esta situación, es el campo en el que todas las demás problemáticas confluyen, te das cuenta, que “es uno de los campos de trabajo que más sentido otorga a tu labor profesional”. 

Recuerdo que una de las profesoras de la Facultad me habló a su vez sobre el trabajo en la exclusión social y pobreza, y me dijo: “Vente a mi grupo de trabajo, verás cómo esto engancha”, y ‘copón’ que si engancha. Desde ese momento hasta ahora no me he alejado del trabajo en exclusión social y personas sin hogar, y aunque se trata de un campo invisible y olvidado en muchas ocasiones, siendo el cajón de sastre donde todo cabe y donde se denota la frustración y las carencias del sistema y la administración, supone para mí no solo un campo de trabajo, si no que ha llegado a calar tan hondo que ha modificado lo que soy hoy como persona, o eso creo. 

El campo olvidado, como si fuese el título de una novela, es la mejor definición de nuestras funciones dentro de la intervención social con personas sin hogar. No hace mucho, un compañero de profesión de la zona en la que intervengo y ámbito de actuación con sinhogarismo me preguntaba: pero ¿qué es un equipo de calle? ; ¿qué hacéis si no le podéis dar plaza de alojamiento, ni comida…? como si ese fuese el único problema de estas personas. Esta pregunta, que parece asumible en otros ámbitos, es más común de lo que parece entre colegas del mismo ámbito de actuación, denotando la falta de actualización con respecto a la intervención con personas sin hogar (pues la metodología de equipo de calle no la he inventado yo ni mucho menos es novedosa), así como la comodidad en la tradición de intervención e incluso me arriesgaría a apostar por la desidia hacia el propio ámbito de actuación.

Por otra parte, la carencia de herramientas que nos faciliten las respuestas que a las personas que atendemos se les puedan otorgar es el pan de cada día. El arte del Trabajo Social se ve realmente reflejado cuando trabajas con sinhogarismo, el arte de buscar recursos, el arte de meter con calzador dentro de las prestaciones de exclusión de la administración a estas personas, cada día te conviertes en un artista de la pintura social porque la mayoría de las herramientas exigen una “normalidad” o están diseñadas desde un escalón muy alto al que estas personas no están, ni por asomo cercanas, quedando en el mejor de los casos a merced de la caridad institucional.

Empadronamientos y sus problemas añadidos, falta de redes municipales de atención al sinhogarismo recayendo sobre 1 o 2 alternativas máximo en grandes ciudades en el caso de Castilla La Mancha, que si se agotan o no convencen obligan al tránsito en busca de otras (mendigar por un recurso), problemas añadidos que impiden el acceso de algunos de ellos a otras alternativas que se ajustan más a su problemática principal (análisis de infecciosas para la entrada en residencias con posterior denegación de plaza, problemas de salud mental o patología dual en mujeres en sinhogarismo que impiden el acceso a recursos de violencia de género “normalizados”, listas de espera para el acceso a recursos de salud mental, comunidades terapéuticas desbordadas,…). Podríamos seguir explicando miles de situaciones a las cuales nos enfrentamos cada día en el Trabajo Aocial con sinhogarismo, miles como las personas que se encuentran en calle (entorno a unas 40.000 en 2019). 

Y ahora la COVID-19, “pa’ que queremos más” (como se dicen en mi pueblo). Esto ha supuesto para nosotros un punto de inflexión, que creo que solo hemos visto nosotros, pues mucho se habló al inicio de la pandemia en el que se desarrollaron dispositivos de alojamiento alternativo, recomendaciones, decretillos, directrices recomendadas, pero que finalmente no eran concretas ni siquiera para quienes llevamos tiempo trabajando con esta problemática. Así como una desescalada sin respuestas, con silencios y que da como fruto en el caso de Castilla La Mancha, dos ayudas (Ayuda Excepcional por COVID-19 e IMV) repletas de lagunas con respecto a si las personas con las que trabajo podrán o no ser beneficiarias y a las que nos es muy difícil orientar. 

Aún con todo esto, seguiré haciendo un llamamiento a compañeros nuevos y con recorrido a zambullirse en el Trabajo Social y sinhogarismo, se necesita aunar esfuerzos, nuevas perspectivas y enfoques, nuevas respuestas, puesto que con todas las dificultades expuestas y las que uno se deja en el tintero, la disciplina como tal no tiene sentido sin la luz que se pretende arrojar sobre esta problemática, siendo mayor la satisfacción de los pequeños objetivos cumplidos y sintiendo que cada día es un día, valga la redundancia, de lucha por y para las personas que lo sufren y contra las miradas de odio y aporofobia cada vez están más presentes en la sociedad y en nuestras instituciones. 

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