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Cristina García Rodero, lo esencial hecho visible

El Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca acogerá la exposición 'Cristina García Rodero. España oculta'

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El mundo que retrató Cristina García Rodero en La España Oculta, con su halo de realismo mágico, obliga a mirar dos veces, a cuestionarse las certezas, a tratar de separar con un bisturí la realidad de los ojos de la realidad de la mente. Seres humanos que parecen trasladados desde las profundidades del tiempo, pero en cuyos ojos nos reflejamos.

Estos días se puede visitar la exposición La España Oculta, en el Museo de Arte Abstracto Español de las Casas Colgadas de Cuenca, organizada por la Fundación Juan March, basada en uno de los libros de referencia de la fotografía mundial. Un viaje en blanco y negro a las décadas de los setenta y ochenta, hacia lo más dionisíaco de las fiestas populares y la solemnidad de un entierro en un pequeño pueblo.

Miradas, gestos, sombras, sonrisas sin dientes, alegrías desbordadas y penurias llevadas con dignidad. Esta exposición representa una oportunidad única para explorar la riqueza cultural y las tradiciones de España a través de la mirada profunda y sensible de una de las fotógrafas más importantes de la historia reciente: Cristina García Rodero.

García Rodero, quien en 1992 recibió el Premio Nacional de Fotografía y en 2009 se convirtió en la primera fotógrafa española en ingresar a la prestigiosa Agencia Magnum, recorrió, cámara en mano, la España de los 70 y 80, deteniéndose en pueblos que apenas aparecían en los mapas, pero que guardaban el alma de un país. Documentó fiestas, ritos y momentos que, con el paso del tiempo, se han convertido en cápsulas de memoria. En sus imágenes hay una cercanía casi sagrada al alma humana.

“Cristina García Rodero tiene la pasión por la fotografía hasta llegar a los sacrificios y esfuerzos mayores”, escribió Julio Caro Baroja en el prólogo del libro, “Porque pasión semejante en su caso los requiere. No se trata en efecto de una profesional que trabaja en estudio, con toda clase de seguridades para que la obra salga bien; no puede ajustar las imágenes a su arbitrio, preparar las luces, las sombras e imponer su criterio a la persona u objeto fotografiado. No.”

Esta exposición retrata el tiempo en el que este museo acababa de nacer y con él la realidad que lo rodeaba. En estas fotografías late un recordatorio incómodo: somos los mismos, porque la modernidad es solo un maquillaje superficial. La velocidad contemporánea, capaz de borrar las tradiciones, desarraiga al ser humano de su esencia comunitaria.

En las fotografías de Cristina García Rodero está toda la crudeza y toda la belleza del ser humano. No desprenden nostalgia ni idealización de un tiempo que pasó, sino que sirven como un mapa en el que orientarse hacia el sentido del ser humano. No es un pasado muerto. Es el ser humano reflejado en un espejo agrietado y roto, pero unido. Puede resultar incómodo mirarse en él, incluso doloroso, y ver que la realidad no es única ni uniforme. Celebra la vida y llora la muerte.

Sus imágenes recuerdan quiénes fuimos y quiénes somos, no quién queremos haber sido. Se puede falsificar o mitificar los libros de historia, pero las imágenes de García Rodero recuerdan que nuestras raíces son mucho más que un pasado del que enorgullecerse o avergonzarse. Son. Querámoslo o no. Y son como son. No importa cuánto cambie el mundo.

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