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Otros ríos

Isla flotante de Murinsel sobre el río Mür, en Graz

Miguel Ángel Curiel

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El Mür corta en dos la vieja ciudad de Graz. No sé de dónde viene este río ni hacia donde se dirige. Es el río de Estiria que se va hacia el Drava, o río de la guerra, y de este al Danubio. De noche, en estos días de adviento, en la negra corriente se oyen cantos de navidad en el dialecto alemán de Estiria. Algunos estudiantes de Erasmus beben vino italiano a las orillas del río al caer la tarde. Este río me recuerda otros ríos que cortan las ciudades en dos para unirlas. Tengo una lista. El Limia o río del olvido en Chaves, quien lo cruza lo olvida todo; el Arno, donde una vez me bañé desnudo, el Mondego en Coimbra o el Spree en Berlín. Tantos ríos se convocan ahora entorno a este. Los ojos sólo son un puente por el que pasa ese único río de la memoria.

El frío se lleva bien, unos cuantos copos se escapan de la inmensa y oscura bóveda del cielo. Invitado a esta ciudad por la escritora austriaca Miriam Lechner paso gran parte de la mañana en el café Wasserman, esa palabra significa hombre de agua. En ese café aún se puede fumar. Desde las grandes ventanas se ve el castillo de Eggenberg y el Murinsel, la isla flotante con forma de platillo volante que hay en medio del río desde hace más de diez años. Esta isla fue creada por el artista neoyorquino Vito Acconci, basado en una idea de Robert Punkenhofer, que nació en Graz. Gracias a esa isla, las dos partes de la ciudad están creciendo juntas otra vez.

Lechner ha escrito la mayor parte de sus poemas en piedras y losas blancas que ha ido colocando a lo largo de estos años en diferentes puntos de la ciudad. Sus versos son secos, ampulosos, inscripciones duras que a veces hacen daño a los ojos, pero que muy pronto se quedan grabados dentro del lector. Ayudado por ella fui recorriendo los lugares donde ha dejado estas piedras con sus poemas. A este libro extraño lo ha llamado “Arrihtmie”. El poema titulado “Luces de Led” es revelador. “Adorna tu cuerpo / con luces de led / entras a lo oscuro. / Led negros / y lo más negro / es el rocío de tus sueños. / El pájaro se desintegra / para hacer tu alma.”

Las piedras en las que graba o inscribe sus poemas sólo pueden ser extraídas del río. Ella saca las piedras en verano, cuando el estiaje deja al descubierto los cantos blancos y los royos en el lecho del Mür. Antes de elegir la piedra que va a llevarse, mira entretenida la corriente hasta que los ojos se posan en alguna; dice que el poema se lo terminará dictando la piedra o el río mismo. Cree que todas las piedras tienen una boca. Libros de piedra que nadie pueda quemar, indestructibles en épocas oscuras, resistentes a las llamas de la barbarie y al fascismo que acecha de nuevo.

Ella dice que este libro está casi terminado. El fotógrafo italiano Noberto Ingrao lleva el registro y la documentación de esta obra. Las piedras no se pueden llevar fácilmente de un lugar a otro, son la suelta de lastre de la humanidad, que ahora está disuelta y fluye líquida por redes de luz muy oscuras. Hace unos días estuvimos en Viena con él. Nos citamos en el café Reimund y allí estuvimos conversando sobre el estado actual de las cosas. Las cosas están oscuras, los vientos son negros. El café Reimund ha cambiado poco desde que pasó por allí Paul Celan camino de París.

Todas las personas a las que me presentan durante estos días me preguntan por Cataluña, yo respondo que no sé lo que es Cataluña, y que tampoco sé muy bien qué es Eslovenia, quizás un parque temático de la homogeneidad étnica y lingüística, aunque casi todos hablan muy bien inglés. Un lugar muy pequeño en el corazón de Europa. Una vez me pidieron el pasaporte en la frontera croata eslovena camino de Italia. Un policía alto y gordo lo cotejó y me hizo abrir la maleta. Sobre una mesa fue tirando la rompa, los cuadernos y libros que llevaba, entre ellos las cartas a Felice Bauer de Kafka. Después puso el sello de ese ridículo país en el pasaporte y me dejó entrar por una estrecha puerta a su Arcadia. En Koper no pasé más diez minutos. Es su minúscula franja adriática de apenas cuarenta kilómetros. Cuando llegué a Trieste respiré aliviado.

“Nos aburre Cataluña”

En el café Reimund, Ingrao nos sacó una foto en la misma mesa donde se supone que se sentaba Celan. Los tres estamos de acuerdo en que no haremos una excursión a Luibliana, por muy cerca que esté de Graz, nos aburre inmensamente ese pequeño país, y nos aburre Cataluña. Lechner me pide antes de salir de T.  una piedra del río. Viajar con una piedra resulta extraño y pesado. Colecciona en su taller de la Traklestrasse piedras de río, amontonadas o dispersas, a todas les ha puesto el nombre del río del que proceden. ¿Ves lo que ha hecho el agua en mis ojos? Acostumbra a decir mientras acaricia las piedras. La piedra que le traje es del Alberche, tiene betas rosadas y negras en el blanco. Nada es puro, ni las piedras. Es la piedra de un río muerto donde hace treinta años nos bañábamos en el verano azul y polvoriento de T. 

Ayer la dejó sobre una mesa grande, cogió la Dremel de empuñadura azul y le colocó una punta muy fina. Antes solía escribir primero con un lápiz el poema en la piedra, y después grabar siguiendo las líneas de su caligrafía. Después abrimos un viejo atlas, buscamos un mapa hidrográfico de la península Ibérica, vio la línea que representa al río Alberche y la calcó sobre un papel transparente. Esa línea, que representa el río se parece muchísimo a su firma. Gran parte de la mañana la pasó trabajando el poema con la Dremel de punta fina. Surgió esto que ha terminado titulando Alberche.

“Remolino de hojas de la soledad, nada lo expresa mejor, esta imagen gira, entra dentro de ti y gira en tu estómago, o en la caja azul de tus ojos, que es el lugar donde podría haber quedado reducido el alma. [Wasserman] así se llamaba un hombre líquido, podrías bebértelo, guardar en otro espacio distinto a los ojos la memoria. El sonido seco del remolino de hojas y polvo, la soledad acristalada, que podría romper el gran tiempo, se empaña con la respiración [escribes esto mismo en los cristales para ver entre las palabras] La respiración, el remolino de hojas tiende a expulsar las palabras del centro. Allí donde caigan extrañamente esparcidas, cuando por un momento formaron una corona, una armonía, un círculo de aire [Wasserman] hombre de agua, líquido, de ahí surge un tallo que se dobla, eso es todo, un tallo que sale del agua o del hombre de agua, y si se yergue de nuevo será breve esa fuerza, y este poema flaco. De mi hacia ti es el tallo de la oscuridad. [Wasserman]”.

Debajo del texto inscribió la línea del río. Un trazo que me recuerda su firma. Me ha pedido que deje la piedra con el poema en algún lugar de T. Lo amorfo de las piedras guarda una forma futura, dentro de ellas va tu cabeza, o tu cuerpo encogido. Los golpes que se dan las piedras en el lecho, son como los golpes de los hombres. Cuando nos vamos, en la antesala de la última existencia, nuestro ser ha quedado redondeado y hueco por los golpes, hemos dejado nuestra arena en millones de palabras. Cualquier hombre a lo largo de su vida habrá lanzado al aire más de veinte millones de palabras.

El Mür parte en dos la vieja ciudad de Graz. Lechner dice que todos los ríos son el mismo río, y a su vez todos circulares. Para leer sus poemas tienes que ir rodando la piedra en todas sus direcciones. Ella dice que todas estas piedras deben volver al río y que sus poemas deben desaparecer, y las piedras en las que están grabados redondearse, pulirse. ¿Ves lo que ha hecho el agua en mis ojos?

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