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La historia no contada de los deportistas de las Olimpiadas antifascistas de Barcelona en 1936

Santos Barrios y Betancourt, camino a las Olimpiadas de Barcelona 1936 desde Madrid a pie, pasándose un balón de fútbol

Francisca Bravo Miranda

10 de noviembre de 2023 19:59 h

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El plan que tenían las Olimpiadas de Barcelona de 1936 era muy claro: hacer frente y protestar por la celebración de los Juegos Olímpicos en Berlín, que tendrían lugar en el contexto del régimen fascista liderado por Adolf Hitler en agosto de ese mismo año, bajo el amparo del Comité Olímpico.

El Gobierno republicano de España decidió apoyar entonces un evento deportivo popular alternativo, en el que iban a participar centenares de atletas. Se iba a celebrar entre los días 22 y 26 de julio de ese año pero debió suspenderse por el estallido de la Guerra Civil.

La organización de esta iniciativa estuvo marcada por un movimiento masivo de refuerzo popular, en el que Castilla -lo que hoy son territorios que abarcan desde Cantabria hasta Ciudad Real, al sur de Castilla-La Mancha- jugó un papel importante, del que hasta ahora se conocía más bien poco. Una “unidad antifascista” que se construyó en torno al deporte.

Así lo describe Iker Ibarrondo-Merino (Vallecas, 1987), doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y autor de 'Memorias del deporte obrero castellano: Castilla ante la Olimpiada Popular antifascista de Barcelona de 1936' (Ediciones Universidad de Salamanca, 2023), un extenso estudio y análisis basado en los datos de archivos históricos, entrevistas orales y artículos de prensa, entre otros. Esta perspectiva “memorialista” del deporte, reflexiona el experto, es una visión que busca en la historia un reflejo de la práctica deportiva “como una manera de unir a la sociedad y abandonar el individualismo”.

“[Entonces] se entendía el deporte como una herramienta de transformación social, en el que primaba lo colectivo sobre lo individual. Hoy en día siempre se liga [el deporte] al mercantilismo, a la individualidad”, comenta Ibarrondo-Merino. “Entrevistar a personas que vivieron esa época y que me hablaban de estas inquietudes que yo mismo sentía, es el mejor regalo de este libro”, destaca.

Las primeras conclusiones de Ibarrondo-Merino, cuya tesis doctoral fue la investigación principal que le llevó a publicar el libro, es que era imposible realizar un análisis histórico riguroso “sin atender al proceso industrializador y la situación socioeconómica de Castilla”. “Lo que yo entiendo es que en esta zona hay un vaciado cultural, del que luego manan el desarraigo y la pérdida de población actual”, sostiene.

El análisis del ámbito deportivo en la época- en particular el deporte popular- se convierte así en más que un estudio memorialista porque también busca incidir en lo que ocurrió entonces para unir a las clases populares en torno al deporte.

“Se produjo un desarrollo conjunto para toda la sociedad castellana, la del interior. Se genera un prototipo castellano para el deporte obrero que parte de Madrid y se extiende al resto de provincias”, explica Ibarrondo-Merino. En 1932 se creó la Federación Cultural Deportiva de Castilla La Nueva, que se convertiría en el “núcleo difusor” del deporte obrero y que llegaría hasta lugares como Ciudad Real.

“Sería el germen del deporte obrero vinculado al socialismo, pero posteriormente y, vinculado a la Olimpiada Popular. Se crean comités de apoyo que extienden el modelo y cambian su nombre a 'deporte popular' para vincularse a la denominación internacional y también para traspasar los límites del socialismo y comunismo para llegar a la mayoría de corrientes progresistas”, explica el autor.

“Por primera vez, el deporte se socializaba por completo y suponía una manifestación popular que se vinculó también a las tradiciones folclóricas”, describe.

La preparación para las Olimpiadas

Coincidiendo con el inicio de los preparativos para este evento popular de carácter antifascista, la situación sociopolítica en España era, cuanto menos, tensa. Pero Ibarrondo destaca que el espíritu de “contestación” contra la “olimpiada nazi” y contra “los ecos del fascismo” ya dio señales de la capacidad del deporte de trascender fronteras y mostrar, dice el autor, “la vigorosidad que podía llegar a tener la unidad antifascista”. “Existen incluso tesis que dicen que el golpe se da el 18 de julio porque iba a comenzar la Olimpiada, pero no está acreditado y son sólo opiniones”, advierte.

La creación de diversos comités de apoyo a la Olimpiada Popular, con el específico de Castilla, es para el autor muestra de ello. Éste llega a los territorios de Salamanca, Ciudad Real, Santander y Zamora, y también tendría cabida, aunque en menor medida, en provincias como Guadalajara, Segovia o Valladolid. Los clubes y personas a título individual también mostraron su sostén al evento antifascista.

Existen incluso tesis que dicen que el golpe se da el 18 de julio porque iba a comenzar la Olimpiada, pero no está acreditado y son sólo opiniones

En cuanto a la presencia territorial, destacan sobre todo los atletas procedentes de Santander pero también de Burgos, de Palencia o la delegación de Salamanca. Todas estas provincias y algunas más formaban entonces lo que se conocía como Castilla-La Vieja. El comité provincial organizador decidió que estos deportistas viajarían junto a otros procedentes de otros lugares de Castilla-La Nueva, explica el investigador. “Se llegó a hablar de castellanos del mar y de la meseta”, describe el autor. Ibarrondo-Merino también destaca cómo la Unión Ciclista Alcarreña consiguió una subvención del Ayuntamiento de Guadalajara de un total de 600 pesetas para acudir a apoyar la iniciativa.

En el caso de Ciudad Real, fueron “cientos y cientos” los atletas preparados para el evento y que iban a ser parte de la selección castellana. “Acaba siendo algo popular y numeroso”, señala.

En cuanto al apoyo prestado de forma individual, Ibarrondo-Merino apunta a la figura del atleta toledano Santos Barrios, que tiene una entrañable historia documentada por la prensa de la época, ya que recorrió -jugando al fútbol- el camino entre Madrid y Barcelona.

“El 5 de julio salieron de Madrid para Barcelona dos mozos: Salvador Betancourt y Santos Barrios, que vienen a la capital catalana, meta a la que llegaron jugando para participar en la Olimpiada Popular”, relataba un periódico de la época.

Barrios era originario de la Puebla de Almoradiel, de profesión comisionista y tenía 28 años. Recorrió 623 kilómetros y perdió ocho kilos en el camino que recorrió junto al zaragozano Betancourt. Un camino que hicieron a base de “saltos, avances, retrocesos y salidas a la cuneta” con los pases de la pelota, relatan las crónicas de la época. Recibieron mil pesetas de la casa de cinematografía que patrocinó su viaje.

Papel de la mujer y el folclore

Al contrario de lo que ocurrió en los Juegos Olímpicos de Berlín, donde la presencia de la mujer fue muy reducida, el autor resalta que en las Olimpiadas Populares de Barcelona se contemplaban medidas “que incluso hoy en día son criticadas, pero para la época ya se asumían. La participación de la mujer se fomentó con medidas de discriminación positiva, sin exigir marcas determinadas y se podía ser parte de las Olimpiadas por tener interés o exigencia física”, resalta. El interés entre las atletas por participar fue alto, asegura.

Pero no sólo el deporte quería ser protagonista en este evento popular, ya que también se buscó potenciar el valor de las raíces y el folclore, especialmente en territorio castellano.

Entre otras, se puede mencionar la figura de Agapito Marazuela, encargado de hacer la selección de la muestra de folclore para la Olimpiada Popular, y que también era militante comunista. De hecho, el evento finalmente se iba a denominar la 'Semana Popular del Deporte y el Folklore'.

El autor también tuvo ocasión de entrevistar a personas que iban a acudir al evento o de personas cuyos familiares se encontraron de cara al conflicto y fueron fusilados en Barcelona. Es el caso de Milagros Martín, hermana de Andrés, joven estudiante y deportista, afiliado a la Federación Universitaria Escolar y decano del Club de Natación del barrio de las Delicias en Valladolid, que fue fusilado en septiembre de 1936.

Ibarrondo también habló con Antonio Cánovas, nadador que iba a participar en la Olimpiada y que falleció poco después de haber sido entrevistado por el autor. “Me contó cómo fue la organización de este evento deportivo antifascista. Para mí fue increíble ver el legado que hasta ahora se había ocultado a los ojos de la historia, con la excepción del estudio para la zona de Catalunya”, concluye.

“Los historiadores del deporte tenemos un problema. Para la mayoría, es un tema denostado y también lo es para la comunidad deportiva. Por eso, a lo mejor cuesta realizar esta vinculación. Pero lo importante es que tenemos que añadir un análisis político y social. A través del deporte también se observan las tensiones y políticas del momento”, asegura y por eso cree “relevante” su investigación. “Hoy se nos trata de presentar el deporte de manera apolítica, pero esto justamente se hace desde los mecanismos del Estado imperantes y cualquier nota disonante se tacha de politización. Como si jugar una Copa del Rey no fuese político”, remata el historiador.

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