La igualdad de género, el feminismo y la lucha contra cualquier forma de violencia machista conforman algunos de nuestros principales focos informativos. Por ello en este espacio recopilamos las noticias y novedades en torno al Día Internacional de las Mujeres que se conmemora el próximo 8 de marzo.
Yo así no follo
La Real Academia de la Lengua a veces te sorprende para bien. Me dio por buscar la palabra “agresión”, y me encontré con que, además de las dos acepciones generales sobre el concepto, la Academia había introducido una acepción específica para “agresión sexual” que define como “delito consistente en la realización de actos atentatorios contra la libertad sexual de una persona empleando violencia o intimidación”. Hasta ahí, todas de acuerdo. Bien por la Academia.
La cuestión a plantear es la siguiente: ¿qué ocurre cuando se atenta contra la libertad sexual de una persona sin necesidad de emplear la violencia o la intimidación? ¿Sigue considerándose agresión? Sí. ¿Y por qué sí? Pues porque está claro que en las agresiones sexuales el componente propio de la acción de “agredir”- esto es qué tipo de agresión y cómo se ha llevado a cabo- tiene mucha importancia, pero a veces obvia un elemento anterior, que es clave, y que también se incluye en la definición de la RAE que es el de “atentar contra la libertad sexual”.
Porque toda agresión sexual parte de que el agresor piense que:
- Aquí lo único que cuenta es mi libertad sexual (que debe ser satisfecha cuándo, cómo, dónde y con quién yo quiera).
- Como mi libertad anula la del resto- sobre todo la de aquellas con las que quiero y me he propuesto tener una relación sexual- no tengo en cuenta, ni me interesa, obtener su consentimiento. No lo necesito. Ni me quita ni me da.
- Tengo legitimidad absoluta para disponer de la voluntad y del cuerpo de la chica con la que quiero tener relaciones sexuales y para ello me valdré de los medios que sean necesarios para conseguirlo.
Hay varios conceptos aquí interesantes, de los que no se suele hablar cuando se trata el tema de las agresiones. El primero de ellos es el de la libertad sexual. Ante la cuestión de cómo vivimos y encaramos nuestra sexualidad, y cómo queremos vivir y disfrutar de nuestras relaciones, deberíamos ser como ante la ley: libres e iguales. Pero no hace falta que las agresiones sexuales de 'Sanfermines' salgan en todos los medios habidos y por haber para que nos demos cuenta de que la libertad sexual de las mujeres no es igual, ni por asomo, a la de los hombres.
El segundo concepto es el “consentimiento” que parte de una premisa que, a priori, debería ser sencilla de entender (a posteriori, a algunos deberían tatuársela en la frente): una relación sexual entre dos personas implica que las dos personas quieren y consienten mantener dicha relación.
Violación en cita
De esto va la campaña que lanzó la semana pasada el gobierno de Castilla-La Mancha con la que, bajo el lema “Sin un Sí, es No”, pretende concienciar “en la prevención de una de las formas de violencia de género que más predomina entre la juventud, la denominada ”violación en cita“. Seguro que el concepto en sí no os suena familiar, pero a más de una se le pondrá cara de ”ah, claro que sé lo que es“ cuando conozca que la ”violación en cita“ es aquella agresión sexual que es perpetrada por un chico al que conoces previamente. No sólo lo conoces, puede que previo a la agresión hayas estado ”tonteando“ con él, o incluso puede que hayáis mantenido relaciones sexuales con anterioridad.
Pero llega un momento en el que a ti deja de apetecerte estar con él, por los motivos que sean. No te apetece “más”, no te apetece seguir, quieres plantarte aquí. A veces puedes hacerlo sin problemas. En otras ocasiones cuesta un poco más despegarte del chico que se pone insistente, incluso puede que roce el chantaje (“no me vas a dejar así ahora”) o el insulto (“menuda calientapollas”). Y hay veces en las que ya no les vale que digas “ahora no”, porque ellos ponen su libertad sexual por encima de todo, les importa poco o nada tu consentimiento, y creen que, con voluntad o sin voluntad, tú vas a terminar lo que ellos creen que “has empezado”.
Si yo te he conocido en un bar, me has gustado y hemos ido a tu casa a pasar la noche, y ambos hemos consentido en mantener relaciones sexuales, tienes que tener claro que mi “sí”, como tu “sí”, no es de renovación continua y automática como la suscripción Premium de Spotify, si no que se pide, y se da CADA VEZ que se quiera mantener una relación sexual. Esto quiere decir que si yo me despierto y tú me estás tocando, o incluso más que tocando, mientras yo estaba durmiendo, no estás teniendo en cuenta ni mi libertad sexual, ni mi voluntad, ni mi consentimiento.
¿Es esto, por tanto, una agresión sexual? Pues según la RAE no, pero según las asociaciones feministas y los centros especializados en violencia sexual, SÍ. Y seguro que para una chica que haya vivido situaciones (agresiones) de este tipo, el sentimiento de vergüenza, inseguridad o humillación responde más a lo que provoca una agresión sexual como la entendemos “tradicionalmente” que a lo que evoca una relación sexual para la que previamente, ha dado su consentimiento.
El problema de fondo es que todo lo relativo al consentimiento y a la libertad sexual como derecho individual, se cuestiona en este tipo de agresiones. De hecho, la culpabilidad por sentir que se ha “provocado” la agresión, en el caso de la violación en cita, y la incertidumbre que provoca saber que “puede que no te crean cuando lo cuentes” influye en la decisión de denunciar o no.
Agresión por “sumisión química”
Pero aún hay otro tipo de agresión sexual más cuestionada y puesta en entredicho. Es la llamada agresión por “sumisión química” e implica la utilización de sustancias con las que se consigue la total anulación de voluntad porque provoca estados de inconsciencia. En la mayoría de los casos no sólo no sabes qué ha ocurrido, si no que no sabes por qué ni cómo. Sabes que ha pasado algo, pero no sabes qué. Ni con quién/quienes. De ahí el “miedo” a denunciar y no ser creídas.
También porque en estos casos, “se añade otra circunstancia adversa: que (las víctimas) no presentan lesiones genitales porque la droga anula la resistencia”. Está claro: no hay consciencia, no hay voluntad, no hay resistencia. Por supuesto, se obvia el respeto a la libertad sexual de esa chica, el respeto a si ha dado (es obvio que no) su consentimiento (porque sería algo así como “sí, quiero mantener relaciones sexuales contigo, pero a poder ser inconsciente, sin que me entere de lo que me haces o de si estás tomando precauciones o no”). En realidad, no hace falta hacer uso de sustancias, porque también existe agresión por sumisión cuando la chica está muy bebida y no es capaz de decir no, de resistirse, de huir, de buscar ayuda.
Tanto la violación en cita como las agresiones por sumisión química nos deberían lanzar mensajes de alerta máxima respecto a la (mis-) educación sexual que reciben los chicos y cómo se sigue reproduciendo la visión andro (- hetero) céntrica de la sexualidad en la que los únicos sujetos de derecho y disfrute siguen siendo ellos. Chicos que “disfrutan” (¿disfrutan?) forzando a una chica a mantener relaciones sexuales utilizando la violencia, las amenazas, el chantaje o aprovechando que está inconsciente, sin voluntad.
La labor de concienciación y sensibilización en este sentido es inmensa, pero necesaria. Por un lado, desmitificando que la violencia sexual sólo son agresiones con violencia física por parte de desconocidos, para demostrar cómo una agresión puede producirse (de hecho, son las más) por parte de chicos que conoces. Por otro lado, para empezar a cuestionar esa libertad sexual masculina dominante y mal entendida, y que sean ellos los que empiecen a controlarse y a ser activos en la prevención de conductas propias o las conductas de aquellos que tienen cerca.
Termino contando cómo le preguntaba yo a un amigo el otro día sobre qué tal se lo había pasado el fin de semana. Y me contestaba él: “pues muy bien. Salimos bastante…y al final terminé enrollándome con X”. Yo sé que X le gusta mucho, así que me alegré y como buena amiga, pregunté: “¿y qué tal con ella?”. Y entonces me explicó que: “Yo que sé, porque empezamos a enrollarnos y ella estaba muy bebida y muy… (piensa unos segundos) pasiva”. Yo maticé mi pregunta con un: “¿pasiva de cero-proactiva o pasiva-dormida?”. “Lo segundo”- me decía él-“me sentía raro, viéndola ahí que estaba medio dormida, que no respondía a nada…. Eso me hacía sentir mal… Y qué quieres que te diga, Bea. Yo así no follo”.
(*) Reproducción del artículo publicado en Tribunafeminista.org
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