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Un libro recuerda la lucha de miles de mineros de León contra el franquismo: huelgas, maíz para los esquiroles y aliados entre mujeres y universitarios

España Republicana: portavoz del movimiento antifranquista, 1 de julio de 1962, Nº 522.

Alba Camazón

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Ya no hay carbón ni mineros en León; pero la minería y el movimiento sindical permanecen asociados en la memoria colectiva. Las malas condiciones laborales y la dureza física del trabajo ha obligado a miles de mineros a movilizarse y organizar huelgas, marchas y manifestaciones durante años. Una de las primeras y menos conocidas movilizaciones comenzó en 1962 y se dilató durante una década, que ahora recupera el libro La primavera antifranquista (ed. Marciano Sonoro), de Alejandro Martínez (Berlanga del Bierzo, 1987).

Mayo de 1962. Un mes después de que los mineros de Asturias dijeran 'basta', se unían los mineros de El Bierzo y Laciana, enterados de las movilizaciones por la Radio Pirenaica. Más de 20.000 obreros 'pararon' 15 días y consiguieron celebrar la primera asamblea obrera y democrática desde 1936 en León. Más de 150 mineros de la empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) redactaron sus reivindicaciones y eligieron una comisión obrera estable de 12 vocales asesores elegidos al margen del sindicato vertical. Estos representantes participaron en todas las reuniones de la empresa hasta las elecciones sindicales celebradas en 1963.

La asamblea fue autorizada por la Guardia Civil y, aunque no se les permitió destituir al jurado de empresa, sí pudieron votar a sus propios representantes. El gobierno civil reconoció ante el Ministerio de Trabajo que se vieron obligados a quebrantar su propia legalidad: “Para poder discutir las reivindicaciones presentadas hubo, en muchos casos, que  dar paso a los organismos deliberantes, a representantes designados en la  clandestinidad, constituyéndose verdaderos 'comités de huelga', cuyas gestiones se desarrollaron fuera de todo el marco legal”.

Los cimientos del movimiento antifranquista

Según explica Martínez, las protestas de 1962 cimentaron el movimiento antifranquista en ambas comarcas, que luego se estructurarían en Comisiones Obreras, Hermandad Obrera de Acción Católica y el PCE. “Tras la ilegalización de los sindicatos de clase y los partidos políticos en los años 40, en la década de los 60 la gente empieza a perder el miedo y a organizarse”, concreta Martínez, que ha estado años investigando sobre las cuencas mineras bercianas. Benjamín Rubio fue uno de los principales líderes sindicales en la mina, impulsó esta asamblea en 1962, sacó a la luz a Comisiones Obreras en León y estuvo muy vinculado al PCE. Cuando se reinstauró la democracia, Rubio participó activamente en una asociación de memoria histórica.

Con infiltrados en el sindicato vertical —pero militantes de facto de otros sindicatos como CCOO—, los mineros exigían sindicatos democráticos, centros de salud —que no había— o escuelas para los hijos de los mineros. Algunas reivindicaciones sí lograron cumplirse, otras no.

Consiguieron la urbanización de algunos pueblos o el reconocimiento de su derecho a pensiones o el reconocimiento de algunas enfermedad. “Hubo concesiones parciales para aplacar ese movimiento social y huelguista”, apunta Martínez, historiador y profesor de instituto. Otras no tuvieron tanto éxito. Los lacianiegos arrancaron el compromiso de construir un centro de salud que nunca llegó. La fuerza de los mineros de El Bierzo y Laciana -hoy ya extintos- residía en la importancia de los materiales que extraían, como la antracita, clave para las centrales termoeléctricas. “Vuelve a resurgir una tradición de solidaridad de clase, con una nueva generación y un movimiento organizado”, valora Martínez.

Maíz para los esquiroles 'gallinas'

La presión no solo se dirigía hacia las empresas extractivas, si no también hacia los esquiroles y las fuerzas del orden. El libro profundiza también en cómo vivieron los mineros las movilizaciones que se produjeron entre 1962 hasta 1971. Unos militantes comunistas regaron el pozo María (Caboalles de Abajo) con maíz para cargar contra los esquiroles, que eran unos 'gallinas' y por lo tanto, comían maíz. Esta estrategia se repitió a lo largo de los años. En 1968, el párroco de Matarrosa del Sil alentó a las mujeres del pueblo a presentarse en la entrada de la mina con maíz y cebada en latas de cola-cao para decir a los esquiroles 'pitas pitas'.

“El papel de las mujeres está muy definido en Fabero y Villablino”, comenta Martínez, que trabaja en el proyecto de divulgación histórica Nuestra Historia, El Bierzo y Laciana. En Villablino, en 1962, se colocaban piedras por debajo de las blusas para simular embarazos y después enfrentarse a la Guardia Civil y a los esquiroles con esas piedras como arma. En el pozo Julia (Fabero) las mujeres se enfrentaron a la Guardia Civil con palos y maderas. “Estas reacciones contribuyeron a mantener la presión casi un mes”, explica el autor.

Martínez recuerda cómo la división de género no solo era evidente, sino también legal. “Por la selección y lavado de antracita, las mujeres cobraban seis pesetas al día, pero los hombres cobraban 11”, detalla. “Aparte de que tuvieran que dejar de trabajar una vez casadas, a las mujeres las obligaban a hacer funciones que no les correspondían, como subir por senderos muy empinados con material. Esto supone un agravamiento del sistema patriarcal”, apuntala Martínez.

Apoyo de estudiantes universitarios

El historiador también señala la importancia del Servicio Universitario del Trabajo (SUT), que asesora a la comisión obrera para redactar sus peticiones en 1968. “Representaban obras de teatro, pero organizaciones de la oposición se infiltraron. Este equipo era de la Universidad de Zaragoza. Cuando montaban una obra, lo hacían bajo la atenta mirada de la Guardia Civil”, plantea Martínez. ¿Por qué? Porque había estudiantes del Teatro de Cámara y militantes del PCE que daban un libreto permitido pero representaban una pieza de Lorca en su lugar.

Tras más de un mes en El Bierzo, el equipo del SUT es expulsado de la provincia. Para entonces, ya ha ayudado a los mineros a formular sus exigencias, que se ven cumplidas, pero pagan un alto precio: los miembros de la comisión obrera son desterrados a Barcelona y no pueden volver a sus casas en León.

El libro recuerda también la huelga más larga que vive León en el franquismo: entre noviembre de 1969 y febrero de 1970 los mineros convocan una huelga intermitente que empieza con una empresa pero se extiende por toda la cuenca de Fabero. “En diciembre de 1969 se encierran varios obreros en el pozo Julia, y, aunque consiguen algunas reivindicaciones, 13 mineros son despedidos”, agrega Martínez.

En La primavera antifranquista, Alejandro Martínez quiere recordar a todos aquellos mineros y vecinos de El Bierzo y Laciana que lucharon por sus derechos. A través de entrevistas a algunos supervivientes y de documentación histórica, el libro profundiza en las movilizaciones mineras de El Bierzo, que se recuerdan menos que las de otros lugares. Martínez espera que con iniciativas similares no quede en el olvido: “Se ha estudiado mucho el movimiento minero de Asturias y del País Vasco, pero hay una laguna en El Bierzo. En León también hubo un movimiento de oposición a la dictadura”. Solo en 1962, unas 20.000 personas estuvieron en huelga en El Bierzo y Laciana, cuando solo plantearlo podía suponer un delito de sedición.

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