Admiten en Twitter que deben bajar la persiana y agradecen las decenas de comentarios que han aparecido en la red desde que se ha anunciado su cierre: “No hace falta decir nada, porque ya lo estáis diciendo vosotros. Os echaremos de menos. Mucho”. A finales de mes cierra uno de los comercios más emblemáticos cerca de la Rambla, una parada obligada para los aficionados a la música de Barcelona pero también de fuera de la ciudad. Especialistas todos estos años en material fuera de catálogo, ediciones limitadas y colecciones de clásicos del rock. Toda esta tarea les hizo valer la Medalla de Honor de la ciudad en 2009.
A pesar de esta profesionalidad contrastada, una parte de los propietarios de Discos Castelló presentaron en 2009 concurso de acreedores, que “la otra parte de la familia consiguió torear como pudo”, según Jordi Castelló, uno de sus propietarios. Discos Castelló cierra por una acumulación de factores. “Hartos de luchar contra el 21% del IVA y la impunidad de las descargas ilegales hacen que el negocio sea inviable”, dice Castelló. La aplicación de impuestos elevados al disco, como si fuera un lujo, es un mal endémico para muchos de estos pequeños comercios. Además, muchas discográficas no han tratado bien las tiendas, vendiendo los discos a través de plataformas como Amazon o de sus propios webs y haciendo promociones de quiosco. En los últimos años la tienda era básicamente para “nostálgicos, románticos y gente que ama la música”. Los cambios en los hábitos de consumo han hecho que el negocio sea insostenible.
Referente generacional
A principios de los 80, en Barcelona, todo lo dominaba Discos Castelló. La música entonces estaba en auge. Las generaciones que salían encontraban un montón de bandas que sentían como propias. No había llegado internet ni la informática tecnológica. La gente vivía la música de manera intensa: era una necesidad. En unos momentos en que aún no existían grandes centros comerciales en las comarcas y los barrios, venía gente de muchos lugares. Los fines de semana eran mayoría los de fuera. Vivieron con recelo la inauguración de Virgin Megastore. Fue un fenómeno mediático brutal.
Parecía que en Barcelona no se hubiera vendido música nunca. La Virgin no trajo nada positivo: no descubrieron bandas nuevas ni tenían precios competitivos. Y, al cabo de seis años, cerró. David vencía Goliat. Entonces ya estaba la FNAC, un megacentro cultural muy preparado musicalmente. Pero se centraban en el que ofrecían las discográficas españolas y no tocaban la importación. Esto, posiblemente, reforzó las tiendas como Discos Castelló: debían ser diferentes, imaginativos. La plantilla tenía que acumular conocimientos musicales. Había que tener en cuenta que la clientela de la tienda de discos es muy especial. Era una segunda casa para ellos, conocían los dependientes... Hacían de la tienda su lugar preferido. Son los clientes que se podían llevar cinco o seis discos por semana. Hoy todos nos lamentaremos y nos quejaremos que cada día haya menos tiendas de proximidad. En el fondo, sin embargo, evitaremos la pregunta importante: ¿Cuánto tiempo hace que no vamos a comprar un CD?
Valor residual del soporte físico
Después de haber vivido 88 años sumergidos en la música, tiendas como Discos Castelló han luchado permanentemente buscando nuevas tendencias, siguiendo al día la música que sale, y tratando de tener precios competitivos. La música no desaparecerá. El vinilo, tampoco. Ya hay algunos artistas que venden más en vinilo que en CD. El CD, en cambio, le podría quedar poca vida. El formato físico está en crisis y cada vez la gente compra menos. Y los márgenes comerciales son miserables, de un 30% o 40% sobre precio de coste. La discográfica vende un CD a 12 euros más IVA y para ganar 4 euros debe invertir 14.
Aceptémoslo, han pasado muchos años de cuando nos paseábamos por la calle Tallers, la sensación de antigüedad en realidad viene dada por el mucho que, en poco tiempo, ha cambiado la industria musical. Y no nos referimos a grupos, solistas o melodías, sino a la manera en que hoy en día obtenemos la música, la reproducimos y la escuchamos. Hace unos años comprar un vinilo o CD requería toda una preparación. Ibas a la tienda, mirabas los estantes y te pasabas un rato escogiendo: comparando precios, sopesando la información del disco, pasillo arriba, pasillo abajo. Incluso a partir de cierto momento hubo la posibilidad de escuchar las canciones gratuitamente, en aquellos tiempos en que las tiendas de música decidieron que podíamos oír los CD antes de comprarlos. En total, el proceso podía durar horas. Después, en casa, metíamos el CD en nuestro reproductor y escuchábamos con calma las 8, 12 o 15 canciones, para llegar siempre a un veredicto final: ha valido la pena la peregrinación en la tienda? He invertido bien mi dinero, o he pagado sólo por tener una única canción buena? Hoy en día es casi impensable ir a una tienda a comprar un CD. El ritual ha cambiado, y seguirá cambiando con el paso de los años.