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Turismofobia como significante flotante

Pintada en el barrio barcelonés de Gracia / Claudio Milano

José Mansilla

Miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU) —

Si hay una palabra, un término, que abunda en los discursos oficiales -así como en los medios de comunicación- estas últimas semanas, sin duda, aparte de la consabida y eterna corrupción, es el de turismofobia. Pero, ¿qué es la turismofobia?, ¿qué se designa con ella?, ¿quién lo utiliza? y, quizás más importante, ¿para qué?

Bien, lo primero que habría que aclarar es que una cosa es la turismofobia y otra la turistofobia. Como bien recordaba recientemente el profesor Manuel Delgado, el término turistofobia no se refiere tanto a un toque específico de atención que, desde determinados sectores sociales, se realiza sobre la excesiva confianza depositada en el turismo como elemento dinamizador de las economías urbanas sino, más bien, a “una mezcla de repudio, desconfianza y desprecio hacia esa figura que ya todos designan con la denominación de origen ‘guiri’”, entendiendo guiri como aquella figura típica del turista que permanece inexorablemente unida al imaginario social de amplias zonas del Estado español.

Es importante subrayar esta diferencia porque en gran cantidad de ocasiones, cuando se produce algún hecho, acción o contestación vinculada con los efectos negativos que tiene el turismo masivo, se la suele tildar de turismofobia, cuando simplemente es una demostración de malestar social.E, igualmente, cuando algunas minorías tienden a llevar demasiado lejos su repulsa simbólica frente a dichas dinámicas, volvemos a encontrarnos con un uso demasiado alegre del término, contribuyendo a la confusión. Y qué decir de las medidas tomadas desde las administraciones públicas con competencias en la ordenación de la oferta turística de las ciudades. Ahí se desatan todos los demonios, ya que se están tocando importantes intereses materiales y la turismofobia se convierte en instrumento de lucha política y social en manos de las partes enfrentadas.

La turismofobia deviene, así, en aquello que Lévi-Strauss denominara un significante flotante, esto es, un elemento que reúne propiedades antitéticas, que puede ser una cosa y la otra, entrando en aparente confusión y contradicción y que depende, finalmente, de su conversión en significado de aquellos valores sobre los que se estructurarían las prácticas. Así, no existiría una verdad única sobre la turismofobia sino que ésta devendría una ejecutora de la misma, algo que se encuentra íntimamente ligada a aquellos vehículos que tienen mayor capacidad –y potencia- de instaurar su versión sobre el tema.

De este modo, es posible tildar de turismofobia, desde determinados medios y sectores sociales, económicos y políticos, las respuestas y demandas vecinales de movimientos sociales provenientes de algunos barrios de Barcelona cuando éstos tratan de abrir un debate público sobre algo que consideran que afecta a sus vidas cotidianas. A la vez que es posible adjetivar como turismófico al Ajuntament de Barcelona en comú cuando intenta gobernar un fenómeno que, creo que todos podemos estar de acuerdo en ello, necesita ser normalizado y regularizado. Y también podemos estar bajo una acción turismofóbica –además de en un error- cuando nos encontramos con pintadas y carteles que criminalizan directamente al turista de la situación que vive un área de la ciudad. E, incluso, por qué no, podríamos estar hablando de una cierta autoturismofobia cuando los propios turistas –según las encuestas realizadas por el Ajuntament de Barcelona en verano del 2016- en un 58% consideran que la capital de Catalunya acoge, palabras textuales, “demasiados visitantes” y que existe masificación a la hora de acceder a determinados emplazamientos. Unos turistas que consideran, en un casi 40%, que los precios que tienen que pagar como visitantes son muy elevados en relación con la calidad que se ofrece.

En definitiva, esto y aquello es turismofobia. No se trata tanto de relativizar la cuestión ni de añadir otro artículo más al marasmo de posiciones líquidas a las que últimamente nos estamos acostumbrado en demasía, sino de un intento por situar un término en su justa medida y reclamar un poco de seriedad y responsabilidad en el uso de una palabra que determinan heterogéneas acciones que pueden llegar a generar efectos por nadie deseados.

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