Lo más trascendente de las últimas horas en Catalunya es el saludable fin de los eufemismos. El objetivo ya no es el derecho a decidir, sino la independencia. Una parte muy significativa de la opinión pública siguió durante meses la ceremonia del 9-N sabiendo que era sólo un paso más hacia la soberanía. Los partidos pro consulta conocían que era imposible celebrarla con plenas garantías democráticas y con el reconocimiento internacional. Pero, argumentan, era un poderoso instrumento para ‘acumular fuerzas’ de cara al gran reto que ahora acaba de emerger con toda claridad. Desde hoy el debate en Catalunya es mucho más transparente y claro. El 9-N ha muerto. ¡Viva las elecciones plebiscitarias! Tanto el presidente Artur Mas como el líder de ERC lo han explicitado de forma evidente.
El 9-N, la mítica fecha de la consulta, será una jornada de movilizaciones. El desacuerdo sólo reside en las formas, en el papel que jugarán las urnas de cartón a la hora de comunicar al mundo la intransigencia del Gobierno del PP, que impide a los catalanes votar su futuro. Y la mayoría social que lleva años movilizada por la independencia, seguro, volverá a estar a la altura de la convocatoria. Pero todos los partidos están pensando ya en las elecciones y por eso la frágil unidad del derecho a decidir acaba de saltar por los aires.
Una vez más Mariano Rajoy se equivoca. La muerte del 9-N no es una buena noticia para el Estado. El presidente del Gobierno decía que no sabe quién manda en Catalunya. Pues bien, uno de los que más manda es Oriol Junqueras y ayer apostó por unas elecciones plebiscitarias, lo antes posible, para alumbrar una mayoría independentista. Es decir, para proclamar una DUI, una declaración unilateral de independencia. Y la gran duda es saber cuáles serán sus compañeros de viaje. Artur Mas y CiU necesitan el abrazo republicano para blanquear las manchas de corrupción y recortes sociales. Pero ahora ya saben cuál es el precio. Un precio que difícilmente puede pagar Unió e, incluso, los sectores moderados de Convergència. ICV ya ha marcado distancias porque sabe que el ‘dret a decidir’ une a sus bases, pero una DUI las divide.
Con toda legitimidad, el independentismo tiene prisa porque sabe que nunca había llegado tan lejos y que vive una oportunidad única en la historia. El nacionalismo español que encarna el PP y su entorno también tiene prisa para cohesionar a su electorado. Pero lo que está en juego en Catalunya y España es tan trascendente que necesitaría la calma de la reflexión y el diálogo. Y, después, el ejercicio libre y responsable de las urnas.
No es una buena noticia para la democracia que un referéndum sea sustituido por unas elecciones plebiscitarias. Y tampoco es una buena noticia que Catalunya no pueda acompasar su regeneración democrática a la que, con toda seguridad, cristalizará en España. En las próximas elecciones municipales y en el futuro Congreso de los Diputados que se constituirá a principios del 2016, la fecha en la que podríamos salir del laberinto.
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