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Una semana apuntando violencias machistas que sufrimos a diario

ActitudFem

Carla Vall i Duran

Abogada penalista —

Hace un tiempo le leí a Virginia Woolf que feminismo era que una mujer contara la verdad sobre su vida. Así, hablo de mí, lo que de por sí ya nos cuesta un poco a las mujeres: por exponernos, por ser el centro de atención..., de las cosas que me han pasado en los últimos siete días. A menudo, con las mujeres que me rodean, hablamos de cuán agotador es sufrir todas estas violencias que actúan en un estrato bajo, pero constante en nuestras vidas. Los (micro)machismos están de manera perpetua en nuestras vidas y actúan como la gota malaya que va erosionando la autoestima y salud de las mujeres.

Fue en 1990 cuando el psicólogo Luis Bonino acuña el término 'micromachismo' para nombrar a estas violencias de baja intensidad pero cotidianas de hombres dirigidas a mujeres. Estas pueden ser desde piropear, seguir por la calle, fijar roles de género, comentarios destinados a sexualizar el ambiente, denigrar... Bonino los llama micro al entender que son leves y que el autor puede dirigir, por ejemplo, una sola palabra a la víctima –porque sí, somos víctimas y supervivientes de los (micro)machismos constantes–.

¿Qué hubiera pasado si hubiera sido una mujer quien hubiera puesto nombre a estas violencias? Quizás nunca le habría dicho micro. Porque no son micro, son violencias estructurales que de manera no organizada son ejercidas por hombres para recordarnos cuál es nuestro espacio. No hay ninguna organización, ya que la estructura patriarcal, en este sentido, actúa como si se tratara de una acción coordinada descentralizada: en cada espacio, se nos asignará/sufriremos nuestro rol de género. Esto tiene efectos devastadores en cada una de nosotras ya que suponen un agotamiento emocional grave por su cúmulo diario.

Y sí, no creáis que esto es algo que me pasa en la calle con desconocidos y que cuando llego a casa estoy resguardada. Los machismos afectan las esferas públicas y íntimas de nuestras vidas y lo impregnan todo. En el ámbito de proximidad es frecuente ver cómo las mujeres (sobre todo si somos jóvenes / migradas / variadas) no somos escuchadas, nos asignan las tareas menos reconocidas, no se nos da espacio ni presencia, en el lugar de trabajo se nos acosa sobre si queremos ser madres, nuestras parejas nos asignan el rol de organizadoras generales del hogar, las tareas tradicionalmente asignadas a nuestro género, etc.

Seguramente esto ha sido así desde que fui socializada como mujer, pero si intento hacer algo más de memoria y recuerdo la primera vez que “me pasó algo”, fue un clásico: tenía 11 años y llevaba un vestido deportivo de color gris, al pasar junto a una obra un albañil me gritó “te follaría”. Me impactó muchísimo y se lo conté a mi padre, él me respondió que a partir de ese momento me pasaría muchas más veces. Creo que él fue consciente, con pena, de lo que me esperaba como mujer y tenía razón: me ha pasado muchas veces más. Diría que es una constante y desde que fui consciente de ello cada día “me ha pasado”, quería decir, “me han hecho” algo.

Volviendo a la actualidad, la semana pasada me propuse cuantificar todas estas violencias a lo largo de una semana. Quería ver por mí misma si era para tanto o para más. Así pues, de manera sencilla, cada vez que me hacían algo, hacía una pequeña nota de voz especificando la conducta, qué me habían dicho en concreto y cómo me había sentido yo en ese momento, si había podido responder o no. De este modo, al cabo de siete días, tenía un total de 23 comentarios sobre mi aspecto físico que iban desde “preciosa” hasta “te la metería hasta el fondo”. Y sí, me da un poco de vergüenza escribir estas palabras, mucha más que la vergüenza que tuvo quien me las dijo.

Seguramente, uno de los principales obstáculos para superar el machismo diario es que nos sentimos avergonzadas por la violencia que padecemos, mientras que los agresores gozan de su impunidad ejerciéndola. Dentro de este espacio de tiempo, me han tocado en tres ocasiones en el transporte público, en una de las ocasiones el conductor del bus le pidió que bajara ya que lo había hecho contra otras usuarias. Primero pensé, mira, al menos alguien ha hecho algo; luego pensé, en realidad, podríamos estar hablando de un delito de abusos sexuales tan normalizado que le pedimos que baje del bus y problema resuelto.

En total, hubo 29 micromachismos en esa semana, un promedio cuatro al día, algunas veces me vi con ánimo de contestar y otros, no. A pesar de ser consciente de que la mayoría de violencias sexuales vienen del entorno cercano, también sufrí una noche volviendo a casa, mientras un hombre me seguía durante varias calles. Por último, ningún hombre dirigió más de un micromachismo contra mí, sino que eran 29 machistas diferentes.

Pero ahora, dejemos de hablar de mí, hagamos un cálculo aproximado en nuestra ciudad, pensemos en cuántas mujeres viven o trabajan, multiplique ese prudente dato de cuatro (micro)machismos diarios por los miles de mujeres que habitamos la ciudad. Un paso más allá: si bien podemos pensar que cada abusador puede perpetrar más de un micromachismo diario y dirigirlos a varias mujeres, ¿entre cuantos machistas nos desarrollamos?

Por último, pongámosle otros nombres, que todas seamos la protagonista de nuestra historia: preguntemos (le / nos) si le pasa a Cèlia, a Irene, a Mireia, a Anna, a Maria, a Fátima, a Yun,... y a todas y cada una de las mujeres que conocemos.

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