Llegir versió en català
Hablamos de la corrupción, escribimos sobre la corrupción. Y es bueno saber que cada vez que lo hacemos, aunque no nos guste, formamos parte de su engranaje, nos convertimos en una fase de su circuito; terminamos dotándola de una mala épica.
La crónica de la corrupción es, como el mismo material que la compone, profundamente real y al mismo tiempo profundamente falso, porque no hay trampa sin truco. Artaud dejó escrito a mano, sobre un dibujo, una frase breve y demoledora que era, en sí misma, un manifiesto artístico: “Nunca real, siempre verdadero”. Pues bien, las noticias que devoramos o divulgamos sobre este asunto han invertido ese dictum que antes sirvió para el arte y que hoy puede aplicarse, al revés, a la sociedad.
Todo lo que se nos dice es real, pero nada parece verdadero.
Opuesto a esa pesadilla, el Padrino tuvo un sueño feliz: que la próxima generación de Corleones llegara a codearse con el mundo respetable. Por soñar, Don Vito alcanzó a imaginar un hijo congresista, con la influencia y el poder “legal” que él nunca había tenido. Como la frase de Artaud, con la corrupción actual las cosas también viajan en sentido contrario a la historia de Mario Puzo. Así que hoy algunos sueñan, desde oficios y cargos supuestamente respetables, con acabar formando parte de una trama mafiosa.
Para el periodismo, tiene que ser una papeleta difícil de afrontar la paradoja surgida de este asunto. ¿Cómo conseguir que la denuncia no se convierta en altavoz, la fachada en sustancia, un problema, por grave que sea, en el problema?
Es como si pudiéramos vivir contra la corrupción, pero no al margen de ella; criticarla pero no esquivarla. Aunque haya dejado de ser noticia para convertirse en un hecho cotidiano. Aunque no se nos venda ni la consumamos como fragmento sino como totalidad. Y aunque sepamos que hay algo, en esta realidad, que no es del todo verdadero.
Delante de un hombre llamado Luis Bárcenas, con semejante hipervisibilidad, tiene que haber una cortina de humo que esconde más de lo que exhibe. Desde su ubicuidad, resulta curioso que sea él, precisamente, quien haya optado por callar mientras todos hablan –y a veces sólo hablan– de su caso.
Convertida en Reality Show –espectáculo y mercado de sí misma–, la corrupción ha ingresado, por derecho impropio, en el Gran Hermano de nuestros días; eso sí, versión degradada de Orwell. Un evento que ya no es metáfora de la crítica política sino el espectáculo de una política en estado crítico.