Hace unas semanas, un lúcido Paul Krugman denunciaba que en el mundo occidental se había desencadenado una guerra contra los pobres. “Si el mercado siempre tiene razón, entonces la gente que acaba en la pobreza es porque merece ser pobre”, argumentaba. Reconocemos este pensamiento en las ideologías que escuchamos a diario que desean expulsar a los inmigrantes, en las que consideran vagos a aquellos que están en paro, aprovechados a los que cobran el PER o las rentas mínimas y delincuentes a los que no tienen un techo bajo el que vivir.
En plena Navidad, desde Alemania nos sorprendía un titular del International Trade News, un diario económico de prestigio, que rezaba “What I like about Germans and I hate about Greeks” (Lo que aprecio de los alemanes y odio de los griegos). El artículo ocupaba toda la portada y varias páginas interiores y venía firmado por el profesor Spiridon Paraskewopoulos, académico de origen griego pero afincado en Alemania desde hacía décadas. No se trataba de un texto banal, ni mucho menos, ya que el articulista desgranaba argumentos de peso para poner de manifiesto la tragedia que suponía que el pueblo griego (liderado por unos políticos nefastos, eso sí) esperase una solidaridad infinita del pueblo alemán sin apenas esforzarse en superar su situación de crisis económica.
Todos estos argumentos, los locales y los internacionales, son en realidad una manifestación clara de esa guerra contra los pobres a que aludía Paul Krugman. Esta crisis, que está ahondando profundamente en la desigualdad entre clases sociales, se caracteriza por estar proveyendo a un pequeño núcleo de privilegiados de recursos y beneficios extraordinarios a costa de la cada vez más precaria situación de la clase media y baja. Mientras se reforma el mercado laboral para “flexibilizar” el empleo, se recortan los presupuestos en educación y salud o se reducen las rentas mínimas, aumentan los beneficios empresariales, las ventas de coches de lujo, se sanean los bancos y se incrementan hasta un 7% los sueldos de los directivos. Con menos dinero del que disponemos ahora en plena crisis, se crearon los estados del bienestar después de la Segunda Guerra Muncial, como Josep Ramoneda nos recuerda. Por tanto, no nos hallamos ante un problema económico sino ante un problema de modelo social.
Un modelo que no es neutro sino que responde a los objetivos de los partidos que nos gobiernan, profundamente conservadores en la mayoría de países europeos, en España y también en Cataluña, por supuesto. El asedio a los colectivos más vulnerables va acompañado de un resurgimiento de la caridad, ahora rebautizada como solidaridad para que sea más digerible por parte de amplias capas de la izquierda social. Así, se multiplican los Bancos de Alimentos, las nuevas loterías y maratones bienpensantes que ayudarán a las ONG con sus beneficios (con el dinero de las mismas clases sociales que tanto lo necesitan), y se refuerza la filosofía “ponga un pobre en su mesa” en lugar de apostar por las políticas públicas que realmente dotan de autonomía a los seres humanos.
No es cierto que no haya estrategias para vencer la pobreza: las rentas mínimas garantizadas (aún mejor si fuera una renta básica universal) son imprescindibles en una sociedad que tardará muchos años en volver a generar empleo y que, previsiblemente, jamás alcanzará ya el sueño del pleno empleo. Son la única posibilidad de que las personas aseguren un cierto bienestar material y tengan independencia para decidir qué hacer con sus vidas y con las de las personas que dependen de ellas (porque no olvidemos que, entre los beneficiarios de rentas mínimas, la mayoría son mujeres, muchas de ellas con personas dependientes a su cargo, la consistente feminización de la pobreza).
Pero también hay otras políticas posibles para salvaguardar el estado del bienestar distribuyendo recursos, persiguiendo el fraude fiscal, priorizando lo público e impulsando una nueva economía social y sostenible.
Lo fundamental es creer en el modelo alternativo y, en lugar de sumarnos a la guerra contra los pobres, declarar radicalmente la guerra a la usura, a la desigualdad y a la pobreza.