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Artur Mas exhibe desde la fúnebre noche electoral del 25N la expresión inequívoca del político a la deriva, en busca de un socio imposible para garantizar una legislatura no menos imposible. Tras el descalabro del órdago soberanista improvisado para intentar acaudillar el clamor popular por la independencia como mutación del descontento, el líder nacionalista ha conseguido la triple hazaña de abrir una brecha en el seno de CiU, encumbrar de nuevo a ERC como el gran poder fáctico de Catalunya y, en fin, apuntillar al PSC como partido transversal y alternativa de Gobierno. El país aguarda expectante la nueva gran decisión de Artur Mas sobre cómo pretende gobernar Catalunya en este escenario tras conseguir en las urnas una “minoría excepcional”.
El riesgo de fractura de la federación nacionalista cobra cuerpo con la deserción del alcalde de Vic, Josep Maria Vila d’Abadal i Serra, como militante de Uniò Democràtica, en abierto desafío al incombustible Josep Antoni Duran i Lleida. Primer edil del principal ayuntamiento en manos de UDC y cabeza visible junto al alcalde de Girona de la plataforma Municipis per la Independència --uno de los grandes actores de la manifestación de la Diada--, Abadal ha abierto la brecha en UDC y, por extensión, en el seno de CiU. Con ello agranda también la enorme grieta que se abre paso de forma inexorable entre “unionistas e independentistas” en la sociedad catalana. Durán se ha referido a este fenómeno con alarma, tras haber secundado sin embargo a su socio de federación en su frustrado Gran Salto hacia “lo desconocido”.
El nuevo poder fáctico
El caso de ERC merece trato aparte, vista la irresistible ascensión del viejo partido de Macià, Companys y Tarradellas a la primera línea del vertiginoso puzzle político de Catalunya. Dos años después del regreso de CiU al poder exhibiendo ambición y musculatura sin pudor, la política catalana gira hoy sin embargo en torno a Oriol Junqueras, un político atípico y desconocido hasta que se hizo con la presidencia de ERC a finales del verano de 2010 en la enésima crisis interna del partido. Más allá de su independentismo sin complejos y de su peculiar estilo directo y didáctico, el fulgurante éxito del alcalde de Sant Vincenç dels Horts, una pequeña ciudad del entorno metropolitano de Barcelona, se debe sin duda a CiU y al propio Artur Mas.
Un desenlace imprevisto
Es un clamor que tanto la federación nacionalista como el propio Gobierno de la Generalitat y su presidente alentaron, avalaron y apadrinaron públicamente el proceso lanzado en septiembre de 2009 con el primer “referéndum” independentista celebrado en la minúscula localidad de Arenys de Munt. El propio President, así como relevantes miembros de su Gobierno y la familia Pujol en pleno, votaron de forma solemne como simples “ciudadanos” en la consulta organizada en Barcelona en abril de 2011 con resultados tan significativos como previsibles
Poco más de tres años después de la puesta en marcha de aquel movimiento, impulsado por ERC y los sectores más soberanistas de CiU a través de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y la citada plataforma Municipis per la Independència, el proceso ha servido para entregar en bandeja a ERC la llave del poder en Catalunya ante la sorpresa de propios y extraños y el estupor general.
No hace falta decir que la idea de Mas y su primer círculo de asesores políticos era exactamente la contraria cuando decidieron ponerse al frente de la gran manifestación de la Diada. Pero ha habido que esperar casi cuatro meses y vivir un delirante período electoral para que alguien cayera en la cuenta de que CiU no solo no estaba en en condiciones de seducir a las masas, sino que desde noviembre de 2010 vivía con una importante bolsa de votos “prestados” que obviamente han buscado ahora su refugio natural.
CiU se consuela con razón en la amplia mayoría soberanista del nuevo Parlament, que consagra sin discusión el giro político de sectores muy amplios de la sociedad catalana; pero ni el convergente más entusiasta se atreve ya a hablar a día de hoy de su vocación histórica como “pal de paller” de Catalunya y del catalanismo político como expresión de su identidad nacional.
No es el único consuelo, aunque sea igualmente pírrico. La fallida operación electoral de Artur Mas ha ahondado sin duda el declive imparable del PSC como alternativa de gobierno y partido central de la izquierda institucional. En los últimos días, el portazo de ERC a un Gobierno de coalición con CiU ha devuelto el foco al partido de Pere Navarro, cortejado desde UDC y los sectores de CDC más alérgicos al ADN asambleario y radical del partido liderado por Oriol Junqueras. El deterioro del PSC, sacudido por el escándalo de la supuesta trama de corrupción en torno al alcalde socialista de Sabadell, recrudece la imagen de Artur Mas como rehén político del líder independentista durante el tiempo en el que éste decida mantenerlo con vida.
Continuismo en la ruptura
Todo apunta a una legislatura turbulenta y corta en el peor momento de la crisis económica y social que azota a España en general y a Catalunya en particular. La erosión política de Artur Mas se acelera a medida que crece la incertidumbre sobre las posibilidades de un gobierno minoritario de supervivientes como sucesor del “gobierno de los mejores” amortizado de un plumazo en los calores de la Diada. La idea de un gobierno continuista en un escenario de fractura política, institucional y social, sin otro apoyo que el del primer partido de la oposición como aliado de circunstancia, es un horizonte que desafía el sentido común y amenaza con devorar definitivamente a sus autores.
No es de extrañar, pues, que la presidenta del PP de Catalunya, Alicia Sánchez Camacho, reclame ya la renuncia de Artur Mas y su relevo como aspirante a una nueva investidura. El primero en disparar desde muy temprano en esta dirección fue el impetuoso Albert Rivera (Ciutadans), pero la especie empieza a tomar vuelo a la vista del serio impasse para formar un gobierno fuerte, estable y alejado de cualquier tentación aventurera. Esta salida ha sido planteada abiertamente en un artículo publicado el 2 de diciembre en “La Vanguardia” bajo el título “La renuncia de Mas” y la firma del periodista José Antonio Zarzalejos, lo que no es cualquier cosa conociendo la trayectoria del diario.
Así las cosas, no cabe descartar nada en estas vísperas navideñas de agitación e incertidumbre, ya que los hechos recientes ratifican que hasta lo impensable hoy es posible mañana.