Venían de lejos. Días de recorrido hasta llegar a su punto de destino. Tenían la fecha marcada en el calendario desde hacía tiempo, desde hacía meses. Y llegaron a su punto final. Quizás con algunos obstáculos inesperados, pero finalmente llegaron. Y aquel lunes 22 de febrero, en L'Hospitalet de Llobregat, lograron su objetivo, que no era final sino punto y seguido en su día a día.
Hablamos de las huelguistas y solidarias que recorrieron, corriendo, los 800 kilómetros de solidaridad del CorrEscales tejidos entre Bilbo y Barcelona. Pero también hablamos de los visitantes en el Congreso Mundial de Móviles, el MWC, llegados en avión, TAV o vehículos de cristales tintados, venidos desde miles de kilómetros de distancia, tejiendo la red global de negocios desde la otra punta del mundo hasta Barcelona, previo paso de expolio por Congo, entre otros. Un mismo relato, realidades antagónicas.
Las solidarias encontraron problemas de Guardia Civil, Ertzaintza y otros cuerpos policiales. Los visitantes en el MWC se encontraron problemas con la huelga de metro. A cada uno su problemática. Las del CorrEscales se manifestaron junto a las huelguistas, ese mismo día 22. Los visitantes al MWC seguramente ni vieron el CorrEscales; y quién sabe si no pensaron que la manifestación de la tarde era un performance de bienvenida al más puro estilo Clos featuing Carlinhos Brown. Cada uno pone en el centro de su día a día lo que considera prioritario: la lucha y la solidaridad; o las empresas y los negocios.
Son las realidades antagónicas. Y es que derivan del conflicto. La decisión ya es propia: intentar esconderlo, negarlo. Intentar gestionarlo o desdibujarlo. Intentar evidenciarlo como manera de encarar y resolverlo de raíz –eso que se llama radicalidad–.
En el ámbito institucional, en el primer caso, encontramos el modelo y marca Barcelona. La que nos quiere a todos en el mismo barco, aunque dentro de éste haya quien vaya en taxi de lujo y otros que nos colamos en el metro. En el segundo de los casos, encontramos la llamada nueva política. Sigue el mismo modelo de fondo pero pone una pátina innovadora, tan de moda actualmente. Y en el tercer caso, encontramos los viejos clásicos de siempre, los de la moda vintage de las huelgas y los conflictos como modelos a seguir. De las modas huelgas en las huelgas modelo.
Poco han tardado en aflorar las contradicciones –¿sorpresa?– de la nueva política –y vieja escuela– en el Ayuntamiento de Barcelona. De repente, las defensoras y practicantes de las huelgas y escraches Ada Colau y Mercedes Vidal se han encontrado defendiendo a capa y espada el modelo y marca Barcelona, que iguala empresarios y trabajadoras, atacando y criminalizando las huelgas y sufriendo escraches. No es para menos: siguiendo las técnicas de la derecha más rancia –de CiU o de PSC– se han dedicado a difundir los sueldos de la plantilla de TMB para intentar que la clase trabajadora barcelonesa nos pusiéramos en contra. 'Divide y vencerás'.
La clase a la que representan, contra nuestra. Porque hay que decirlo claro: ellas serán trabajadoras o lo que quieran, pero a quien representan y los intereses de quienes defienden ahora mismo, son los de la burguesía, los poderosos, la 'casta', como dicen algunos amigos suyos. Porque los sueldos de la plantilla de TMB ya eran públicos: ¿qué buscan difundiéndolos en un momento como ahora? Y aún más: ¿Por qué no hacen públicos los sueldos de los 600 directivos que cobran fuera de convenio? Cuando buscas crispar alguien –trabajadoras– y no molestar otros –directivos acomodados– evidencias claramente qué intereses defiendes. ¿Que tú no eres una burguesa y has trabajado toda la vida? Peor aún. A eso en la clase trabajadora se le llaman escarabajos.
Y como son conscientes de todo ello, atacan a quien no sucumbe como ellas. Al conductor de autobuses y concejal de la CUP de Barcelona Josep Garganté le recriminan que haga los dos papeles a la vez. He aquí la clave de bóveda de todo; le recriminan que recuerde de dónde viene, quién es y qué ha ido a hacer en el consistorio: llevar el conflicto. Y como votante suyo, bien orgulloso que estoy: por eso las votamos. No para ser comparsa de ningún paripé que, higienizado, dignifique las instituciones y adminsitraciones que legislan contra nosotros, sino para llevar el conflicto de la calle. Y si en la calle hay huelga, la institución no puede quedar al margen. Si en la calle hay antagonismo, también tiene que haberlo en la institución. No vivimos bajo el mismo relato porque vivimos realidades antagónicas.
Todo ello, sin embargo, no nos coge de sorpresa. No nos puede coger. Las que vivimos la evolución de Ada candidata hacia Ada alcaldesa -y las comparsas y equipos de Barcelona en Comú- con la ocupación de la tienda #occupyMovistar, en mayo de 2015, y las maniobras para desmantelar ese potente centro conflictivo, ya nos podíamos esperar estos acontecimientos. De la foto con la lucha para ganar la alcaldía, al interés de ciudad para desactivar la lucha. Cambio de prisma y de intereses a defender para evitar un posible #EfecteResistènciaMovistar, justo un año después del #EfecteCanVies.
Pero la historia continúa y la desmovilización sólo puede ser temporal: el conflicto no desaparece, muta, se transforma y vuelve a aparecer. De vez en cuando, estalla. Y más allá de vagas modas, los hay que seguimos tomando las huelgas como modelos de lucha, porque sabemos de qué lado estamos en la barricada. Con la camiseta azul cielo de la dignidad de la resistencia Movistar o con la camiseta roja del Ovidio. Pero no cambiándonos de chaqueta.