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Una jornada loca en Plaza Sant Jaume

Jóvenes independentista siguen las noticias sobre la comparecencia de Puigdemont a través de la radio sentados en la Plaza Sant Jaume.

José Precedo

En el capítulo anterior, el pasado 10 de octubre, una multitud aguardaba en Arc de Triomf la declaración de independencia de Carles Puigdemont ante dos pantallas gigantes en una explanada repleta de banderas esteladas. Se esperaba la proclamación de la República Catalana que en caso de haberse producido –ni siquiera hay consenso sobre lo que pasó aquella confusa tarde– duró ocho segundos, lo que tardó el president en suspenderla para decepción de la muchedumbre.

Aquello pasó hace 15 días. El independentismo volvió a programar para este jueves otra jornada histórica. Otra vez estaba convocado un pleno en el Parlament y se esperaba, esta vez sí, la consagración de la independencia, pese a las amenazas del Gobierno de Mariano Rajoy de responder con toda la artillería del 155: control absoluto de la Generalitat, del Parlament, de TV3 y por supuesto de los Mossos d'Esquadra.

Pero sucede, que tras cinco años de procesismo, la Historia empieza a volverse cotidiana en Barcelona. En la zona de Arc de Triomf no existía a media mañana ninguna señal que hiciese pensar en un gran día. Ninguna expectación, solo máquinas elevadoras que transportaban máquinas de aire acondicionado, neveras y urinarios para la feria del cava que se celebra durante el fin de semana.

El resto de la ciudad también latía a su ritmo habitual, con sus atascos, los turistas apurando paellas y sangrías en el centro y el zumbido del helicóptero surcando el cielo. Ni siquiera el dispositivo reforzado que protege la jefatura superior de Policía en Via Laietana distraía a los vecinos, acostumbrados como están a caminar entre vallas por la acera con furgones y patrullas desplegadas de forma permanente.

Los estudiantes marchaban desde la Plaza de Universitat pero también sus protestas se confunden con el paisaje durante los últimos meses en Barcelona. Muchos, pegados a la radio y a las redes sociales con sus móviles y esteladas anudadas al cuello. Cuando los primeros titulares anticipan la convocatoria de elecciones y otro nuevo volantazo de Puigdemont al procés, la chavalada decide marchar hacia el Palau de la Generalitat para presionar. Surgen los primeros gritos de “Puigdemont, traidor” en medio de los grandes éxitos habituales: “Sánchez, Cuixar, llibertat”, “In, inda, indapendencia”...

Cuando están llegando se cruzan con un cantante callejero que interpreta Paraules de amor de Joan Manuel Serrat ante una bolsa de monedas y varios ejemplares de cedés a la venta.

Álvaro de Marichalar, un aristócrata madrileño venido a menos que lleva una semana en Barcelona manifestándose contra la corrupción en general y aprovechando cualquier cámara que se le acerque, hace de animador en la espera. Los chavales más jóvenes se hacen selfies con él y sus pancartas de “Stop 3% en toda España”. Una mujer se enzarza con él en francés. Rápidamente vienen más jóvenes a preguntarle. Su discurso es contra todos los políticos. Insulta gravemente a los de PSOE y PP. Un joven le coloca pegatinas independentistas sobre la chaqueta verde, excesivamente gruesa para manifestarse bajo el sol de octubre. Al final el noble acaba siendo detenido por los Mossos. Las redes sociales hacen chanzas sobre él. Mientras, surgen nuevos rumores sobre mediaciones de Urkullu e hipotéticos gestos de Madrid al Govern. La programación especial en las teles se estira con tertulianos y muchos pronósticos. Ninguna información de lo que pasa por la cabeza de Puigdemont.

La comparecencia está programada para las 13.30 y en la Plaza Sant Jaume empieza a congregarse gente de toda condición. En parejas se reparten los auriculares para escuchar la última hora. Se retrasa la salida del president y aparece la primera pancarta rotulada con mensaje de última hora: “Puigdemont, traidor, la única garantía para la autodeterminación es la clase obrera”.

Algunos de los balcones de Sant Jaume están alquilados por televisiones y cuando asoman los reporteros para entrar en directo, los manifestantes entonan otro cántico conocido: “Prensa española, manipuladora”. Los mossos se están desplegando ante las puertas del Palau, justo antes de que entre en la plaza la manifestación de estudiantes con su pancarta -El poble ha votat, Ara República“, sus megáfonos y su estelada gigante que sostiene gente muy joven, mayoritariamente chicas.

Las radios y la prensa digital retransmiten en directo dimisiones en el PDeCat, tres al mediodía, y se empieza a hablar de una posible escisión en la antigua Convergència. Hay caras muy largas durante la hora de espera. Y tres tiendas de campaña como amenaza de montar un 15-M. Un inmigrante vende banderas como si aquí cada uno no tuviese ya la suya. El precio inicial son siete euros pero pronto baja hasta tres. No tiene mucho éxito.

La comparecencia retrasada hasta las 14.30 tampoco se produce y surgen nuevos rumores de todo tipo. Más gritos: “Els carrers seran sempre nostres”, “Alerta PDeCat, la paciencia se nos ha acabado”. Al cierre de este artículo, se ha descartado la convocatoria de elecciones pero ni mucho menos la declaración de independencia que Puigdemont, al filo de las cinco de la tarde cuando por fin comparece, ha dejado en manos del Parlament. El anuncio es recibido con vítores en la plaza San Jaume y gritos de “independencia”. La ciclotimia del procés. Previsiblemente, la DUI se votará este viernes en la Cámara. En una nueva jornada histórica en Catalunya. Otra más.

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