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Un plebiscito sobre el partido de Pujol

Artur Mas muestra su papeleta en la votación del 9-N /ENRIC CATALÀ

Arturo Puente

Barcelona —

¿Habrá elecciones autonómicas en Catalunya antes de la primavera? La pregunta viene siendo formulada una y otra vez desde el 9 de noviembre pasado, cuando 2,3 millones de catalanes acudieron a las urnas para votar sobre la independencia. Una votación simbólica en tanto que sin efectos jurídicos y, por tanto, que necesita de unas elecciones oficiales para convertirse en expresión política institucionalizada.

¿Habrá elecciones, entonces, antes de la municipales?, se preguntan los catalanes, que durante dos meses se han topado con diferentes 'dependes' por respuesta. Dependía al principio de que hubiera una lista conjunta independentista y, poco después, de que las organizaciones independentistas de la sociedad civil estuviesen dispuestas a apoyar esa lista. Más tarde pareció depender de que el Govern pudiera aprobar los presupuestos. En los últimos días dependía de que las negociaciones entre ERC y el Mas llegaran a buen puerto.

El laberinto de tantos 'depende' superpuestos no puede ocultar que, en realidad, el adelanto electoral siempre ha dependido de una sola cosa: que Mas pudiera encontrar una fórmula para blanquear suficientemente la lista de Convergència como para amortiguar una caída electoral que todos los sondeos prevén. El partido de Pujol, no es ningún secreto, no pasa por su mejor momento. Hace malabares con hasta 7 crisis, ha culminado un proceso de refundación sin pena ni gloria y el 9-N no le ha proporcionado suficiente oxígeno para evitar su segundo batacazo electoral en 2 años. El objetivo de Artur Mas es que su partido cruce esta larga época de crisis turbulenta con el menor daño posible y piensa usar todas las herramientas a su disposición para conseguirlo.

La primera opción de Mas fue la lista conjunta con ERC, un partido en subida y que casi obtiene todos los escaños que CiU pierde. La posibilidad de concurrir juntos a unas elecciones había sido dejado caer por Convergència en diversas ocasiones, pero fue abiertamente propuesta por Mas a Junqueras en las vísperas del 9-N, cuando las tensiones por el cambio de planes para la consulta a punto estuvieron de llevarla al traste. Junqueras rehusó entonces, con la excusa de “primero el 9-N, luego ya veremos”, pero el ya veremos ha tenido el mismo signo después del proceso participativo. El líder de ERC no quiere ni oír hablar de una lista conjunta. En pleno ascenso electoral a costa de CiU, acudir a las elecciones junto con el rival sería tanto como renunciar a disputarle la hegemonía catalanista después de 35 años.

Esquerra se revolvía, así que Mas se inventó la “lista del president”, una candidatura con personas más cercanas al propio Mas que a CiU y con supuesto pedigrí de la sociedad civil. El president calculaba que una candidatura de bajo perfil convergente y repleta de líderes independentistas sería más tragable para ERC. Esta fue la propuesta que Mas vistió de largo en su conferencia en el Fòrum, donde Mas dibujó una hoja de ruta para llegar a la independencia en un año y medio. El president entregaba llave de esta transición nacional calendarizada a Junqueras, que a cambio debía acceder a integrarse en la “lista del president”.

Pero el de Esquerra dio de nuevo calabazas y las relaciones entre los partidos que han venido votando juntos en el Parlament la mayoría de decisiones relevantes desde 2012 comenzaron a tensarse como nunca antes. Mas tiene la sartén por el mango, pues es él el único que puede convocar elecciones. Pero el discurso grandilocuente de la transición nacional queda deslucido por el uso abiertamente partidista de esta importante prerrogativa presidencial, algo que el mundo independentista comienza a echar en cara al president. Cada día que pasa sin convocar elecciones, más votantes del codiciado grupo de los indecisos –indecisos sobre la independencia, se entiende– se alejan en vista de la bronca entre soberanistas, y a eso hay que sumarle que Podemos ya aprieta con fuerza en Catalunya.

El primer hombre de la Generalitat usó con insistencia su capacidad de convocar elecciones para forzar a Junqueras a acogerse a la candidatura conjunta pero, en vista de que ERC no aflojaba y estaba dispuesto a la guerra de desgaste, diseñó una alternativa. Quedarse la “lista de país” para Convergència, pactar con ERC que no ficharían números en los caladeros de la sociedad civil y hacer las elecciones en seguida. Esta opción, pensaban en el Govern, satisfaría a ERC, puesto que no le obligaba a unir candidaturas, y conseguiría el objetivo de blanquear la lista de CDC aminorando la caída electoral. Por ello, Mas propuso en una carta a Junqueras tres opciones en árbol, algo que ya se ha convertido en marca de la casa. La fórmula era: ¿Quiere usted, señor Junqueras, unas elecciones antes de la primavera? En caso de quererlas, ¿renuncia a candidatos independientes en su lista?

Esquerra dijo Sí-Sí, pero dijo un Sí-Sí de Esquerra. Marta Rovira, la número dos de ERC, compareció de urgencia el viernes por la tarde para asegurar que veían bien la opción de elecciones en marzo con candidaturas separadas y que Mas se quedase a los miembros de la sociedad civil. En la respuesta introducían con habilidad dos cláusulas: no renunciaban explícitamente a hacer fichajes de independientes por su cuenta y fijaban la fecha en marzo, algo que Mas no había aclarado. La respuesta de Mas llegó en forma de SMS a Junqueras en la siguiente media hora. El Govern acusaba a Esquerra de intransigente por no haberse movido de su postura inicial y le censuraba por “presentar como un acuerdo lo que no lo puede ser si se tergiversan gravemente los términos de la propuesta inicial”.

Artur Mas solo está dispuesto a acudir a las elecciones si eso no significa dar el tiro de gracia al partido que fundó Pujol. Para eso, necesita tener seguridad de que será él y solo él quien acuda con una lista de claro pedigrí independentista, capaz de convencer a una parte importante de esos 2,3 millones millones de votantes del 9-N. En la época de los plebiscitos, un plebiscito sobre la independencia parece poca cosa a Mas cuando puede convertir las elecciones en un plebiscito sobre la supervivencia de la “casa gran del catalanismo”. En las próximas elecciones está en juego la mayoría independentista, pero también la hegemonía de una Convergència que vive los momentos más difíciles desde que existe, lo que las convierte en un plebiscito sobre diversas cuestiones trascendentales para Catalunya.

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