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Sobre este blog

Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

Masculinidad insostenible en tiempos de cambio climático

Una imagen de Russell Crowe en "Salvaje". EFE

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Parece que la humanidad ha perdido los frenos. No sólo por las guerras activas y las que se encuentran silenciadas, sino porque parece que la ambición por acumular riquezas no tiene fin. Las empresas con mayores beneficios son mayoritariamente responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los nudos que atan esta voracidad y las maneras en las que se conectan con el cambio climático merecen ser rastreados. Bernard Arnault, Elon Musk, Jeff Bezos, Larry Ellison, Warren Buffet, Bill Gates, Gautam Adani, Carlos Slim Helú, Mukesh Ambani, Steve Ballner… son algunas de las personas más ricas del mundo. Solo hay una mujer entre las 10 primeras, Françoise Bettencourt Meyers. Sus patrimonios oscilan desde los 200.000 millones de dólares a los 85.000, según la revista FORBES. La lista en España de los 100 mejores CEO de 2022 incluye a un total de 9 mujeres.

Según el informe de la organización sin ánimo de lucro, Instituto de Política Económica de los EE.UU., la remuneración de los cargos y altos ejecutivos ha ayudado a impulsar el crecimiento de los ingresos del 1% de la población, contribuyendo de manera masiva a aumentar las desigualdades. La remuneración de un CEO en 2022 de una empresa estadounidense promedio fue 344 veces la de sus trabajadores/as. Por ejemplo, Red Hastings, codirector ejecutivo y presidente de la junta de Netflix Inc recibe una compensación salarial de 51.073.237 dólares, mientras que el salario medio de sus trabajadores es de 218.400 dólares. James Quincey, CEO de Coca-Cola company declaró en 2022 unas ganancias de 22.822.519; sin embargo, el trabajador/a medio ingresó 12.122 dólares, según la AFL-CIO (Federación Americana del trabajo y el Congreso de Organizaciones Industriales). 

Se podría seguir con muchos otros casos, Eric Yuan (Zoom), Darren Woods (Exxon Mobil), Albert Bourla (Pfizer), Robert Bakish (Paramount), Mary Barra (General Motors), Christopher Nassetta (Hilton), Enrique Lores (HP), Michael Niebach (Mastercard), James Farley (Ford), Christopher Kempczinski (McDonald´s), Richard Muncrief (Devon, petroquímica), Edward Breen (DuPont), etc. En España, el informe INE del año 2021, destaca que el salario medio del grupo de dirección y gerencia fue un 128,7% superior a la del resto de ocupaciones.

Las empresas que ocupan estas primeras posiciones representan sectores como el de la extracción de minerales y energías fósiles, las petroquímicas, la fabricación de bienes de consumo y actividad industrial de motores de combustión, la construcción, el transporte, las telecomunicaciones o las actividades bancarias y las inversiones financieras. Todos ellos son sectores masculinizados en los órganos de dirección, gestión y producción. 

Naciones Unidas, en uno de sus últimos informes, señala que 1 de cada 10 mujeres vive en extrema pobreza. Especialmente las mujeres entre los 25 y los 34 años tienen 1,2 veces más probabilidades de ser pobres que los varones de su misma edad, ya que el acceso a la propiedad de la tierra, a los cuidados médicos, a la planificación familiar, a la educación y el derecho a un trabajo es menor. Algunas de las cifras que destacan en relación a las diferencias entre las mujeres y los varones es que ellas tienen la mayoría de los trabajos a tiempo parcial (en la UE triplican a los hombres), reciben menores salarios y beneficios, trabajan más horas dedicadas a las labores de cuidado familiar (2,8 horas más que los hombres por día) y en su vida laboral sufren más interrupciones. El Ministerio de Igualdad de España estima que la ganancia media anual es de 22.467 euros para las mujeres y de 27.643 para los varones. La fuerza laboral femenina es del 61,4% frente al 90,6% en el caso de los hombres. Ocupan el 35,5% de los puestos en los gobiernos nacionales y solo el 28,2% de los puestos en la dirección de empresas. En la UE, el porcentaje de eurodiputadas no llega al 40%. Las mujeres en ciencia, ingeniería y tecnología constituyen el 25%, sólo 1 de cada 3 investigadores es mujer y sólo un 17% ostentan patentes internacionales.

¿Hay alguna relación entre el cambio climático y la desigual riqueza que poseen mujeres y varones? Hay varias conexiones, empezando por la relación entre riqueza y contribución al calentamiento global. Las emisiones de CO2 son mayores cuanto más rico es el país, y dentro de cada país contamina más quien más ingresos tiene.

La desigualdad climática es reflejo de la desigualdad económica, por lo que identificar de qué modos se contribuye a la crisis ecológica es necesario para plantear políticas climáticas ambiciosas y efectivas. Las evaluaciones realizadas hablan de que el 10% de las personas más ricas son responsables de casi la mitad de las emisiones de dióxido de carbono, es decir, que contaminan lo mismo que el 90% restante de la población. Pero, lo que es aún peor, el 1% más rico de la población es responsable de provocar tanta contaminación como el 50% de las personas con menos ingresos. El 10% más rico está compuesto por los/as gerentes, directores o dueños de empresas e industrias que mantienen actividades basadas en la extracción de los recursos naturales del planeta, las petroleras, las mineras, las gasistas, las constructoras.

La emisión de gases de efecto invernadero desencadena eventos climáticos extremos, como las sequías o las olas de calor, que se relacionan con las condiciones laborales y económicas de los y las trabajadores empeorándolas significativamente. No es de extrañar que la mayoría de la población, de bajos y medios ingresos, esté mucho más expuesta a los riesgos asociados al cambio climático representa. Por ejemplo, aquellas personas que viven de la agricultura, ganadería y pesca, están viendo como sus medios de vida están cambiando, debilitándose las condiciones de subsistencia e incrementando las situaciones que hacen más vulnerable a esta población. La desigualdad de la huella de carbono de los hogares españoles está directamente asociada a los ingresos, a la edad y al género. En España también se verifica esa relación global de que el 10% más rico de la población contamina casi tanto como el 50% más pobre. Los hombres contaminan un 12% más que las mujeres. Los patrones de consumo incluyen desde la energía que se utiliza en los hogares, al tiempo de ocio o el transporte.

La cultura del automóvil es un claro ejemplo; elegir un coche no es sólo una elección racional, sino que, como bien saben las empresas automovilísticas, se vincula con aspectos emocionales. El coche refleja la identidad personal, define la pertenencia a un grupo y ofrece la imagen sobre el estatus socio económico que se ostenta. El uso del coche se asocia a la libertad, la independencia, la autonomía, el prestigio y el poder.

La cultura dominante conecta las preferencias personales de los/as conductores/as con los hábitos sociales, los roles y los modos de vida. Así, las emociones que tratan de incitar son el placer, la felicidad, la diversión, la satisfacción, la comodidad, la protección, la seguridad, el lujo y la vanidad. Además, el coche se convierte en un objeto que refleja la potencia, la capacidad y el poder sexual de quien lo conduce. Los coches forman parte de un concepto de la masculinidad. No hay que explicar mucho la conexión entre el tipo de coche y las emisiones. El coche más vendido en España durante el mes de agosto de 2023 fue el MG ZS que tiene una emisiones de CO2 combinadas entre 149 y 163 g/km, mientras que un coche de gama alta como el Mercedes S 500 4matic de gasolina tiene unas emisiones entre 188 y 211 g/km.

El último informe de OXFAM, ofrece un dato escalofriante, el 1% de la población con más recursos ha seguido amasando riquezas; hasta un 63% de los nuevos bienes se han quedado en su poder, lo que ha conllevado que las emisiones hechas por esos milmillonarios superen en un millón de veces a las de la ciudadanía media. Si se mira desde otro ángulo también se podría decir que el 99% de la población consiguió generar un 37% de la riqueza. El 53% de las acciones de las empresas que cotizan en bolsa en los Estados Unidos, se encuentra en unas pocas manos y familias, el 1%. El Banco de España estima que el 36,7% de los bienes inmuebles y el 79% de los fondos de inversión están en manos del 10% con mayor riqueza. Los fondos de inversión que gestionan tienen más probabilidad de tener en sus carteras de valores empresas e industrias con altas emisiones de carbono, es decir empresas como Repsol, Endesa, EDP, Naturgy, Arcelormittal, Cepsa, FCC, Iberdrola, Enagas y CEMEX. Estas 10 empresas han emitido el 60,5% de los gases de efecto invernadero del mercado de carbono. Lo que es un indicativo del papel que juegan y la responsabilidad que tienen las empresas y los individuos que las dirigen en la reducción de la crisis climática.

La mayoría de los nombres que se han ido mencionando a lo largo del artículo corresponden a hombres blancos que viven en países desarrollados. En los EE. UU. el 89% de las familias que ganan más de dos millones de dólares al año son blancas. La economía del petróleo les permite seguir manteniendo esos niveles de vida de superlujo y por ello les interesa negar el cambio climático o retrasar las políticas que podrían mitigarlo. ExxonMobile estuvo durante años negando las consecuencias que la economía basada en las energías fósiles tiene sobre el calentamiento global, a pesar de que sus propios informes lo corroboraban. Sin estas mentiras ¿cómo se podrían mantener esos estilos de vida de abundancia inacabable, muy por encima de los promedios de la población?

Lo que se va haciendo evidente es que existe un nexo claro entre el negacionismo y un estilo de vida que consume grandes cantidades de energía y que está ligado a una forma de entender la masculinidad. Vivimos tiempos de una ética de la conveniencia: está bien lo que a mí me conviene convertido en un mantra, y justificado como sea.

Las investigaciones de Daggett, profesora de ciencias políticas en la universidad Virginia Tech y las de Hultman, director del centro de estudios sobre el negacionismo del cambio climático, indagan en los vínculos que se encuentran entre una forma de masculinidad fundada en valores tradicionales, en las actitudes y conductas, en el consumo de energía y en la distribución de la riqueza. Según lo acostumbrado, el varón es el que debería ejercer de proveedor y protector de la familia con su trabajo asalariado fuera del hogar. El capitalismo necesita el tránsito comercial constante de energía de origen fósil para crecer y seguir acumulando poder.

Sin embargo, en el momento en que el capitalismo y sus formas de crecimiento entran en crisis y son puestos en duda por las ciencias socio-medioambientales se empieza a entretejer una alianza entre quien tiene la propiedad de los medios de producción, sus gerencias, sus juntas directivas y sus consejos administrativos con los y las trabajadores de esas empresas con el objetivo de defender los puestos de trabajo y, a la postre, una forma de vida que ancla su identidad a una posición social que se define por los metros que tiene la casa que habita, la marca del coche que conduce, los viajes en avión que realiza o el número de veces que va de vacaciones y de compras. 

Las masculinidades basadas en el crecimiento industrial o la “petro-masculinidad” perciben que las noticias sobre el cambio climático son una amenaza para mantener sus estilos de vida y suponen un desafío a los privilegios que hasta ahora han disfrutado. Estas ventajas se observan en ciertos subgrupos de varones blancos que opinan que los puestos de trabajo son suyos, y que por eso sienten que se los roban personas migrantes; que la patria les pertenece, y por eso rechazan otras religiones; que el poder es su propiedad, y por eso no aceptan compartirlo con mujeres o que poseen el legítimo uso sobre la naturaleza, y por eso extraen con indiferencia los recursos en tierra, mar y aire.

Los retos y cambios sociales que plantea la crisis ecológica producen una disonancia importante entre lo que se sabe y lo que se hace para paliar la situación. Sin embargo, como bien han investigado McCright y Dunlap la intersección de la raza, el género, la clase y la ideología tiende a proteger la identidad frente a la sociedad. No hay nada más importante cuando se plantea un conflicto social que proteger el yo que se ha construido y el nosotros al que se valora pertenecer. Las creencias se adaptan a los requerimientos de los contextos. Siempre es mejor preferir lo que socialmente se impone. La percepción de riesgo de este subgrupo más rico y poderoso es menor que la de otros colectivos ya que están muy bien posicionados en la estructura social, tanto en términos de poder monetario como de influencia social, y esto les obliga a atrincherar con mayor esfuerzo su identidad conservadora, defendiendo el mensaje que su grupo de referencia envía a través de los medios de comunicación, grupos de presión, y organizaciones políticas o religiosas. Para desviar las amenazas a las identidades y roles que esta situación genera la respuesta automática es cuestionar las reglas culturales y negar la evidencia científica, lo que hace más probable que aquellas personas que más conocimientos poseen sobre las consecuencias del cambio climático sean también las que con mayor empeño rechazan la existencia de esta crisis. Lo que esta postura pone de manifiesto es dónde se encuentran los intereses, los valores, los miedos y las desconfianzas en la interpretación del mundo.

No obstante, existen iniciativas que tratan de corregir esta situación. Warren Buffett, Melinda French Gates y Bill Gates impulsaron una iniciativa, Giving Pledge (El Compromiso de Dar), en la que han reunido, hasta ahora, más de 200 personas millonarias que se han comprometido a donar la mayor parte de su riqueza a causas humanitarias. Las contradicciones que genera este sistema pueden verse en el mismo Warren Buffett, que ha donado el 99% de su fortuna, pero que sigue invirtiendo en empresas contaminantes a pesar de las advertencias sobre los efectos que producirá a medio plazo sobre los ecosistemas. Otra organización reúne a personas millonarias con el objetivo de exigir salarios dignos, un sistema de impuestos justos y mayor igualdad política para toda la ciudadanía: Patriotic Millionaries (Millonarios Patriotas). Conscientes de que los altísimos niveles de desigualdad debidos a la acumulación de riqueza en unas pocas manos son contraproducentes para el desarrollo de sociedades democráticas, igualitarias y sostenibles, buscan modificar las leyes económicas para generar más paridad. Quizá uno de los casos más conocido es el de Yvon Chouinard, fundador de la marca deportiva Patagonia. La familia Chouinard creó un fideicomiso y una organización sin ánimo de lucro a las que cedieron la empresa, valorada en unos 300 millones, con el objetivo de llevar a cabo acciones a favor del medio ambiente.

El coraje que requiere alzar la voz, expresar una opinión y mantener una conducta que desafía el statu quo de la sociedad en la que se vive es una cualidad muy deseable en los tiempos que corren. Las organizaciones que promueven cambios sociales tienen como misión transformar y producir emociones que construyan identidades colectivas más amplias donde más personas puedan reflejarse, que extiendan la solidaridad que se apoya en la defensa de los bienes comunes y que restauren la confianza en el género humano. Las organizaciones ofrecen otras visiones de las realidades lo que permite la reelaboración de esas problemáticas, ya que invitan a pensar desde las emociones que generan los comportamientos, y a medir las distancias entre lo que se siente y lo que se piensa, entre lo que se siente y lo que se es. 

Hacer emerger y poner en primer plano los efectos de una economía basada en la quema de combustibles fósiles es comprometerse con otra visión del mundo en la que una economía sostenible podría traer más igualdad, más tiempos de cuidado, de juego, de desarrollo personal, más salud y mejor calidad de vida. 

Ensanchar los significados del orgullo de trabajar por aquello que más nos importa, de la esperanza en una vida buena, de la nobleza de defender ideales más elevados, de la generosidad de atender los bienes comunes y de la lealtad a los valores humanísticos podría detener el desenfreno, reducir la desigualdad insostenible y desatar los nudos que nos desconectan de la mismísima naturaleza. 

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