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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

El valor ambiental y económico de no hacer

El valor ambiental de no hacer nada

Nadie hubiera pensado que dejar sin edificar las hectáreas de bosque y jardín que ahora conforman Central Park en el corazón de Manhattan traería tanta riqueza. La ocasión perdida de construir más rascacielos se convirtió en algo que no sólo mejoró la calidad de vida de miles de neoyorquinos, sino que aumentó desproporcionadamente el valor de las viviendas construidas en sus alrededores y acabó confiriendo un estilo irrepetible a la Gran Manzana.

Si a los miles de urbanistas e ingenieros que hoy están haciendo planes para edificar y artificializar millones de hectáreas del planeta pudiéramos mostrarles el valor que esas hectáreas podrían tener si al menos una parte se dejan como están estaríamos contribuyendo decididamente a aumentar la sostenibilidad global de nuestro desarrollo. Pero para lograr detener algunas de estas actuaciones necesitamos bastante más que la difusión del conocimiento ecológico y socioeconómico moderno. Necesitamos que alguien nos haga un préstamo. Un préstamo para hacer frente a la tentación del dinero fácil. Y hablamos de mucho dinero y a un plazo muy largo.

En los albores del siglo XX, grandes empresarios y eminentes políticos expresaron por activa y por pasiva que era un disparate dejar la gran pradera de lo que hoy es la inmensa plaza de Höhematte, en Interlaken (Suiza), sin construir. Esta plaza descomunal tiene una densa cubierta de hierba seminatural que aprovechan algunas vacas para comer, muchos habitantes y visitantes para pasear o tumbarse a descansar y cientos de parapentes para aterrizar en pleno centro de la ciudad alpina. Hoy, lo que en su día fue una obstinación de unos pocos por conservar un espacio verde, es algo original, refrescante y apreciado. Seguro que las edificaciones que se podrían haber construido en esa pradera habrían dejado pingües beneficios a los inversores de la época, pero Interlaken no sería Interlaken sin este inmenso espacio desde el que se aprecian glaciares y bosques, y desde el que se ve sin más que elevar la mirada el magnífico macizo con los picos Jungfrau, Eiger y Mönch a más de 4000 metros de altitud.

El caso de África es un desafío gigante para el planeta. Por muchos motivos. Es el continente que está sufriendo la mayor tasa de urbanización: en 1960 el 15% de la población africana vivía en ciudades mientras que se calcula que más de la mitad lo hará en 2030. Para finales de siglo podríamos tener la primera ciudad con más de cien millones de habitantes y la candidata más probable es Lagos, en Nigeria. ¿El crecimiento de esta urbe gigante tendrá una planificación estratégica? ¿Será ambientalmente sostenible? La urbanización descontrolada y el caos urbanístico son la pauta habitual en la África de hoy lo cual conlleva grandes problemas ecológicos, económicos y sociopolíticos. Sin embargo, para los autores del libro Africa's Urban Revolution hay margen para la esperanza si se tiene en cuenta el ingenio, la creatividad y la enorme resiliencia características de las ciudades africanas.

La realidad es, no obstante, dura, con casi la mitad de la población que actualmente vive en ciudades africanas hacinadas en infraviviendas y en barrios inseguros e insalubres. ¿Alguien está pensando en aprovechar lo que hay en los entornos de las ciudades de este gran continente y evitar la acumulación de grandes infraestructuras que luego son casi imposibles de mantener a largo plazo? Con el reciente colapso del viaducto en Génova hemos visto que ni en la desarrollada Europa es fácil mantener correctamente grandes infraestructuras urbanas. Requieren una financiación grande y una planificación a largo plazo para su mantenimiento, y por ello son muy sensibles a las fluctuaciones de la economía y a los avatares sociales.

Nuestra relación con el medio ambiente ha sido y aún es la de sojuzgarlo, encorsetarlo y organizarlo. Ligamos construcción y urbanismo al concepto de desarrollo y pensamos que eso siempre traerá riqueza. Sin embargo, cada vez con más frecuencia estamos viendo que no hacer nada, o construir de forma minimalista, es a la larga y en muchos casos la solución más rentable, y no sólo la más amigable con la naturaleza.

En el actual escenario de cambio climático y de grandes impactos de la actividad humana en los procesos naturales, las “soluciones basadas en la naturaleza” empiezan a mostrarse como las más resilientes ante nuevos y más intensos cambios, tal y como apuntábamos en un post previo. La necesidad de espacios verdes como Central Park no sólo resulta de un capricho para que unas personas acomodadas puedan sacar a pasear su perro por un lugar agradable. Estos espacios verdes urbanos amortiguan olas de calor, capturan parte del CO2 que emitimos, previenen avenidas e inundaciones regulando el ciclo hidrológico, corrigen los niveles excesivos de contaminantes atmosféricos, y previenen numerosas enfermedades tanto físicas como psíquicas propias de las personas que viven en grandes ciudades.

El no construir, o el no urbanizar al modo habitual tiene, sin embargo, un coste en el momento presente. Supone invertir diferente o dejar de invertir y se pierde una oportunidad de negocio instantáneo o se incrementan los gastos de actuaciones o proyectos ya iniciados. Alguien debería poder hacer ese préstamo, un préstamo que permita comprar terrenos para librarlos de la especulación o hacer iniciativas modestas que a corto plazo dan poca rentabilidad, para evitar que se aplique el rodillo de la infraestructura de turno, la infraestructura que sabemos planificar al detalle y sobre la que se asienta a tiempo presente la economía local. Evitar esa infraestructura estándar, que es la que los políticos entienden y que es según ellos la que la sociedad y la economía requieren con urgencia, es muy posiblemente lo que nos traerá una riqueza y una estabilidad auténticas.

Tampoco estamos descubriendo algo nuevo. Muchos arquitectos y urbanistas trabajan ya con esta opción. Es, en el fondo, el punto de partida más sencillo. Pero la situación de cada país, su legislación y su idiosincrasia, marca el resultado final. Es crucial tener en cuenta el marco del urbanismo y de la ordenación del territorio en cada país. Por ejemplo, cómo hacer para que sitios bien conservados puedan ser integrados en entornos urbanos o periurbanos es siempre un gran desafío, pero lo es aún mucho más en países como España. En España, buena parte de la corrupción está ligada precisamente a este punto simplemente porque las plusvalías generadas se las queda el propietario, lo cual no ocurre en otros países, donde los terrenos son “expropiados” (en sentido amplio) y el desarrollo urbano está real y eficazmente coordinado por la administración general del estado o de la región. Sin presión especulativa es más fácil ordenar de forma sabia, y es más sencillo aislar del plan de desarrollo urbano amplias zonas para dejarlas tal cual.

Para salir de las espirales de especulación y corrupción que acaban con una terrible “desordenación del territorio” hacen falta varias cosas. Por un lado, voluntad política. Por otro, presión popular basada en información objetiva de carácter científico-técnico. Y muy posiblemente, también hará falta dinero. Si un millonario filántropo, una entidad gubernamental o un fondo de inversiones pudieran aportar el dinero que representa no hacer nada hoy (o hacer algo bien diferente a las construcciones e infraestructuras habituales) podríamos devolverle con facilidad el dinero en unas décadas por muchos intereses que quisieran cobrarnos. ¿Por qué no lo hacemos?

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