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Brecha digital y mundos paralelos

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Alessio Maurandi

Hoy en día, vivimos en una sociedad cada vez más interconectada y dinámica, donde el acceso a los nuevos mundos digitales representa un elemento casi indispensable para nuestra vida diaria. El desarrollo tecnológico, en los últimos años, ha tenido un impacto considerable sobre la forma en que organizamos nuestra actividad económica y social. En particular, en los países industrializados, las nuevas tecnologías digitales han posibilitado la democratización de la información y de las comunicaciones, además de haber mejorado la eficiencia con respecto a la producción de bienes y servicios. Aún así, no todas las personas se han beneficiado de la misma manera de la revolución digital. Como bien explica el sociólogo y economista estadounidense Jeremy Rifkin, la pobreza ya no se puede entender en términos meramente económicos, sino que se deben tener en consideración las consecuencias prácticas de la llamada “brecha digital”. La desigualdad económica, social y cultural entre países y regiones ha crecido rápidamente en las últimas dos décadas, como resultado de la concentración del capital y de los nuevos instrumentos digitales. Y es esta una de las principales razones que han llevado al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDH) a aprobar, el 27 de junio de 2016, una importante resolución, en la que finalmente se considera el acceso a internet como derecho básico de todos los seres humanos. En el documento, el CDH “reconoce la naturaleza mundial y abierta de Internet como fuerza impulsora de la aceleración de los progresos hacia el desarrollo en sus distintas formas, incluido el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Sin embargo, el número de “desconectados” sigue siendo demasiado elevado: según el informe de 2017 de la Broadband Commission For Sustainable Development, alrededor del 53% de la población mundial todavía no tiene acceso a la conexión Internet.

Por otra parte, la crítica contemporánea advierte sobre los peligros que el avance de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC o ICT, por su sigla en inglés) implican para la sociedad. Hay quienes prevèn prevén un escenario dominado por la robotización, en el que cada expresión de diversidad sociocultural se ve sustituida por procesos automatizados. También se alerta sobre la sistemática violación de Derechos Humanos por parte de gobiernos y empresas que, poniendo en marcha verdaderos programas de “vigilancia masiva”, limitan y vulneran nuestras libertades individuales tanto en el mundo físico como en el mundo virtual.

Sin embargo, pese a la ausencia de un marco legislativo de alcance global, capaz de garantizar el respeto efectivo de los derechos y libertades individuales en los nuevos mundos digitales, las TIC parecen ofrecer diferentes soluciones a las crisis que afectan el mundo moderno. Estas representan la base material para el fomento de un nuevo modelo de desarrollo verdaderamente sostenible. Un modelo basado en la interculturalidad, en la libertad de expresión y de acceso a la información, en la cooperación y en el uso de fuentes de energía renovables, donde cualquier persona no se siente solo ciudadana del mundo, sino también parte integrante y activa de la biosfera. La estructura descentralizada de las redes sociales favorece, por un lado, una participación igualitaria y transfronteriza de un número creciente de personas, mientras que los nuevos softwares para el análisis de datos, la impresión 3D y la llamada “Internet de las Cosas” posibilitan una considerable reducción de los costes y el impacto medioambiental de la actividad humana.

Por estas razones es fundamental que nadie se quede al margen de las “puertas electrónicas”. Cualquier persona debe tener las mismas oportunidades para poder convertirse en dueñas de su futuro y en las responsables de su felicidad. Pero, para que esto ocurra es necesario reducir, o más bien, eliminar la brecha digital. El nivel de digitalización es uno de los factores que más influye en la capacidad de los países para lograr el cumplimiento de cada uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados por la comunidad internacional. Y es por esto que la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) – organismo especializado de Naciones Unidas - publica cada año un informe con los datos anuales relativos a las TIC y una clasificación de cada país según su Índice de Desarrollo. A este respecto, DataReportal destaca que a partir de enero 2018 el número de conectados en la red Internet ha crecido un 9,1%, alcanzando un total de 4338 millones de usuarios activos. Sin embargo, siguen existiendo regiones del mundo donde el acceso a Internet parece ser todavía una meta lejana: si, por una parte, la penetración de Internet alcanza el 95% de la población en Europa y Estados Unidos, por otra, no llega al 13% en muchas ciudades y asentamientos de África Central.

Bastan pocos datos para entender que el único gran obstáculo para el desarrollo y el ascenso a la prosperidad no es la insuficiencia de herramientas sino, más bien, la falta de voluntad por parte de quién monopoliza la innovación tecnológica. Pero donde no llegan los gobiernos llega la sociedad civil organizada: existen actualmente diferentes proyectos como el World Technology Access Program (Michigan State University) o Conectando Mundos (Oxfam Intermón) que tratan de acortar la brecha digital entre países y fomentar un uso solidario y colaborativo de las nuevas tecnologías. “La cuestión central” observan Alfonso Dubois y Juan José Cortés en la publicación n.37 del Cuaderno de Trabajo de Hegoa (2005) “es que nunca las tecnologías determinan por sí mismas los resultados a alcanzar. Las grandes revoluciones se han producido cuando se han interrelacionado positivamente el surgimiento de nuevas ideas, con las innovaciones tecnológicas y con nuevas propuestas de convivencia social y política”.

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