Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El bulo viral

Xavier Latorre

0

Yo me he tragado muchos sapos, quiero decir bulos, y los he compartido de forma incauta. Mea culpa. Hay noticias contaminantes que se propagan con la misma espantosa facilidad que el criminal virus, como el que está asediando silenciosamente nuestras vidas, nuestros trabajos y nuestro futuro. Más que imaginación, tras estas maquinaciones para alterar la realidad hay maldad, odio al prójimo y perfiles de personas resentidas que denigran al ser humano.

Las mentiras falsas interesadas que circulan libremente por las redes sociales involucran a la Guardia Civil, a los supermercados, a los Ayuntamientos y a lo que les viene en gana replicando un logotipo oficial y luego pegando una sarta de falsedades. Ofrecen remedios fraudulentos para hacer frente a la pandemia del coronavirus, alegando el dictamen de un presunto médico. Aluden a las gárgaras, al agua caliente, a los zapatos, a las multas, a los sueros exóticos y a las vacunas del Tío Trump. Todo esto aderezado con teorías conspirativas para alarmar todavía más a una población que ya está alarmada, en estado de shock, y que supura miedo por todos sus poros. Estos engañosos chismes implican a ministros del gobierno o a la exalcaldesa Carmena. Hasta el Papa Francisco ha sufrido persecución… Incluso diputados de VOX, un partido ducho en estos menesteres y en estas nocivas armas de manipulación, han sido objeto de esos ataques indiscriminados a su reputación. Los bulos también contagian.

Aunque ahora, con las nuevas tecnologías y la apocalíptica crisis que estamos atravesando despavoridos, este fenómeno, también viral, se ha generalizado aún más. Se veía venir. Lo cierto es que la cosa viene de lejos; desde hace años hemos estado sometidos al engaño premeditado, a las peores tretas para tendernos emboscadas ideológicas; han colonizado nuestras mentes. En vez de a través del móvil antes nos lo transmitían oralmente o, machaconamente, en los medios de comunicación hegemónicos. El rey emérito era muy campechano, siempre lo ha sido. Como pertenecía a una dinastía repuesta en el trono por un dictador, el simpático monarca era pobre de solemnidad no como la opulenta e inmortal reina de Inglaterra. Falso. Nos restregaron que la Transición fue modélica, un ejemplo para todo el mundo. Falso. Repetían que la memoria histórica entorpecía la reconciliación. Falso. Nos vendieron que el boom del ladrillo fue culpa de los ciudadanos que querían vivir por todo lo alto. Falso, también. Y así a puñados.

Con el coronavirus, que lo sepan, se están haciendo de oro las tecnológicas norteamericanas que flipan con el tsunami de datos que les estamos proporcionando confinados en casa, como le leí hace unos días a José María Lassalle, un alto cargo en el área de cultura de los gobiernos del PP. Y esas grandes compañías no tienen, decía este profesor, ningún gesto solidario con nosotros, ni siquiera, añado yo, en sus obligaciones fiscales al completo. Nos ha caído la distopía perfecta: hemos quedado empotrados entre el afán de control que los chinos imponen a su población y las ansias de rentabilidad de las compañías made in USA. Vaya.

Da igual no saber qué pasará mañana, ni tampoco a qué atenernos. Lo verídico no vende, estorba. A muchos de nosotros, recluidos en casa ahora mismo, solo nos interesa saber qué ficción es la buena, a qué serie engancharnos y con qué quedarnos hipnotizados después de un noticiario y un aplauso en la galería exterior al colectivo de valientes sanitarios. Nos tienen atrapados haciendo negocio, condenados a ver series. El video en streaming nos ha hechizado. Las plataformas televisivas penetran en unos 16 millones de hogares españoles y aún falta contabilizar a Disney, recién aterrizada. La vida, incluida la dramática infección generalizada del dañino virus, es lo que pasa entre capítulo y capítulo de una buena serie en un canal de pago. Un embrujamiento que depara un suculento negocio a los operadores de esa compleja maquinaria de sueños. Intoxicados de bulos y visionando episodios de ficción nos ahuyentamos de todo, no estamos. En fin parece que, además de la mascarilla, llevemos puesta, yo el primero, una venda colocada en los ojos, unos ojos que deberían apuntar a la realidad. Continuará…

Etiquetas
stats