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Martí Domínguez: “El conocimiento no es un elemento que nos asegure el comportamiento ético, hay que introducir la conciencia”

Martí Domínguez, escritor, en el Jardí Botànic de la UV. / Jesús Císcar

Laura Martínez

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Martí Domínguez (Madrid, 1966) se pasa la vida haciéndose preguntas sobre la ciencia y la condición humana. Escritor, profesor de periodismo, director de la revista Mètode de la Universitat de València, biólogo e investigador, traslada algunas de ellas a Mater, su última novela, ganadora del IV Premi Proa de Narrativa. Tras l'Esperit del Temps (Proa, 2019), premio Òmium de novela, donde explora la relación entre el conocimiento científico y el nazismo, dibuja ahora una novela de género híbrido que sitúa al lector en un futuro próximo, desarrollando tendencias ya existentes: la segregación de las urbes, el control de la salud, el desarrollo científico en una sociedad postuhumana.

La protagonista, Zoe, se encuentra con la anomalía de estar embarazada, en un contexto en el que la gestación ya no es un proceso corporal, lo que la convierte en objeto de estudio y de persecución. Ahí arranca una huida por diversos escenarios que sirven para plantear los interrogantes del autor. Sobre ellos, Domínguez conversa con elDiario.es desde el Jardín Botánico de València, donde tiene su sede la revista de divulgación científica que dirige.

El mundo de Mater se plantea como un espacio en el que los humanos son casi unos parias, hay sociedades posthumanas... ¿Qué sociedad es?

Creo un andamiaje para introducir mis ideas sobre la naturaleza humana. Ya se ven algunas tendencias, por parte de gente multimillonaria, que plantea separarse del resto de la sociedad. Elon Musk habla de crear descendientes mejorados genéticamente. Yo creo una sociedad que tiene acceso a esa tecnología que permite que sus hijos se gesten en condiciones óptimas, con las mínimas enfermedades hereditarias... Algo que ya se está haciendo. La tecnología ya existe, en China ya está, se hace con algunos animales. Los antropólogos que piensan en el futuro, como Eudald Carbonell, hablan de la ectogénesis como el gran hito humano.

¿Cuál es el embrión de esta novela?

Surge de tres momentos. Hay un parásito que se llama wolbachia, una bacteria que produce la feminización de los embriones en insectos y partenogénesis. Tenia la idea: ¿Y si saltase a los humanos? Es un planteamiento puramente de ciencia ficción. El segundo escenario viene de dos estancias que hice en Harvard basada en cuestiones de biotecnología, que me dio acceso a muchas personas que reflexionaban y me sorprendieron con su visión futurista; me hizo reflexionar mucho sobre la relación entre ciencia y empresa privada, que me parece que tendría que estar más vigilado. Creo que el patrimonio genético y la investigación debería ser público, de universidades, no privado. El tercer punto fue la pandemia, la sensación de que en un momento dado puede cambiar nuestra situación, la percepción, la segregación. En EEUU, donde hay mucha polarización entre costa e interior, facilita esta separación de humanos.

La privatización de la ciencia lleva a que las cuestiones éticas respondan a un código empresarial, más que a una moral compartida.

Bueno, las empresas buscan rentabilizar su inversión, y es legítimo. El tema es cuando se mezcla lo público y lo privado, cuando no sabes dónde empieza uno y otro. ¿Dónde están los límites? Podemos hablar de ética, pero estamos en una guerra y la tecnología sirve tanto para las cosas buenas como para crear drones y misiles. Hay que pensar hasta qué punto estas tecnologías biológicas actuales tendrán usos que no podremos controlar.

La novela tiene estructura de novela de aventuras, pero el ambiente es más distópico.

En realidad me baso en un cuento filosófico, al estilo del Cándido de Voltaire. Me gusta esa carrera hacia no sé sabe dónde, visita diversos escenarios reflexionando. Me han dicho que es también una novela cinematográfica, de acción. Lo que le ocurre a la protagonista, a Zoe, que se encuentra con el hecho de que puede gestar sin estar preparada para ello, no se entiende y para la investigación es importante, por eso la persiguen.

Pero esa estructura da la sensación de que es una excusa para plantear diversos temas, cada escenario plantea una reflexión.

Totalmente. Pero lo más importante cuando se escribe es que la gente quiera leerlo. Y al mismo tiempo creo en la responsabilidad del escritor: ¿Qué puedo aportar? Si escribo L'esperit del temps [su anterior novela] es para reflexionar sobre el mundo académico y su relación con el exterminio, con el nazismo, que aún me sorprende. Me interesa plantear mi literatura como una literatura de ideas. Es aventura, pero está llena de disquisiciones presentes en nuestro día a día, aunque vivamos in albis.

Cada personaje, cada interacción, sirve para plantear algunos dilemas. La aventura parece una odisea, en la que en cada parada encuentras algo y es más interesante el viaje que el destino.

Sí. También me interesa recrearme en la naturaleza, que es la vida. La naturaleza es formidable y vivimos de espaldas a ella. Los protagonistas viven en una megalópolis muy aislada y cuando se introducen en el mundo natural, pese a dedicarse a la biología, disfrutan viéndolo. Cada etapa da lugar a unas reflexiones: en la aldea humana, por ejemplo, la religión; los humanos se sienten protegidos por la religión, es un elemento que produce una estabilidad emocional muy poderosa.

Cuando los posthumanos llegan a la aldea encuentran ratones, algunas plagas de insectos... no entienden por qué nadie sale corriendo.

Sí que lo entienden, pero aquello no existe en la ciudad. Viven en una sociedad muy restringida, muy limpia.

¿Para ellos la ciencia es su religión?

La ciencia es lo que justifica su mundo. No es una religión, porque una religión no es racional. Es un pensamiento empírico, racionalista y frío, donde aquello espiritual prácticamente no existe.

Sin embargo, tienden a justificar ese mundo en base a un progreso, un saber, a veces abstracto.

Se encuentran con un gobierno, elegido democráticamente, la sociedad se encuentra cómoda, protegida, con un ocio regulado y complaciente. La alternativa es oscura y poco clara. La gente se adapta. Al mismo tiempo que hay un deseo de conquistar el espacio y de las empresas de comenzar un negocio lucrativo, que tira de la sociedad.

Recuerda algo a esos debates entre privacidad y seguridad; hasta qué punto estamos dispuestos a ceder una parte de libertad por sentirse seguro.

La novela tiene nexos evidentes con Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que creo que es excesivamente satírica y tan despectiva respecto a la ciencia que hace que parezca inverosímil. Huxley era amigo de un investigador, Haldane, que en 1924 ya estaba convencido de que la ectogénesis sería una realidad; hace esta novela ridiculizando en cierto modo estas ideas, también las de su hermano, partidario de la eugenesia. Dialoga con 1984 de Orwell, con El cuento de la criada, aunque el universo distópico de Margaret Atwood me parece inverosímil. Hay una visión de la ciencia como un elemento de doble faz y creo que hay que ser crítico y ponerlo en reflexión. Soy un positivista, un materialista biológico; como director de Métode admiro la ciencia, pero al mismo tiempo hemos de ser críticos con las líneas de investigación.

En algún momento de la novela habla del papel de la prensa en la construcción de esa democracia con un control del Estado total.

La sociedad busca eso: seguridad, vivir con expectativas y horizontes regulados. Como la sociedad neoliberal, donde lo disidente es minoritario y prácticamente no existe. El papel de la prensa se puede observar actualmente con las fake news, el sensacionalismo... La prensa, y yo hablo de los grandes grupos, está sometida al peaje del poder económico.

Dice: “La prensa existe para que no exista la prensa”.

Para ocupar el lugar de una prensa independiente. Es una prensa que bombardea a la sociedad con una serie de mensajes más o menos equívocos y que redundan en lo que la gente quiere.

También plantea la novela que la curiosidad está mal vista si no está al servicio del interés general.

Viene a decir que hay una pérdida de búsqueda personal y más bien una visión general de las cosas. Se persigue el individualismo, hay que trabajar por remar todos juntos.

La cuestión de la libertad individual planea constantemente; parece que se diluye en pos de un bien común .

Es un bien común como sociedad para un objetivo superior, donde el individualismo es perseguido; uno tiene que trabajar para unas ideas comunes. Por eso un personaje principal, que es Charles, es un individualista, que viene de una familia particularmente conflictiva y que desarrolla una idea que se opone al in medio virtus; hay que buscar los extremos donde están las ideas. In medio virtus es muy esterilizante desde el punto de vista intelectual.

Es una sociedad del bienestar con un nivel de suicidios considerable.

Los elementos más disidentes se sienten un poco fuera de esa sociedad. La gente va perdiendo el motivo por el que vivir. Pierde un motivo, una de las grandes columnas: la creación de los hijos.

Me recordaba a esa contradicción de los estados del bienestar, en especial a los nórdicos, donde uno lo tiene todo.

Sí, recuerda un poco a eso. Yo pensaba más en la sociedad neoliberal americana, en la que viven las grandes familias en un estado de riqueza general, aunque hay gran desigualdad. Es ese tipo de sociedad donde algunos se pueden quedar apartados y aparece esa tasa de suicidios, que también está penalizada. En Nueva York a diario se tira gente desde el puente de Brooklyn. Parte de esa idea de la gran megalópolis.

Se plantea la selección genérica como una forma de mejorar a los humanos erradicando lo que se puede erradicar de forma anticipada. Los individuos avanzados son los que no enferman...

Bueno, no digo que no enfermen. Puedes eliminar, por ejemplo, genes que producen cáncer; tienes un genoma mejorado, pero no significa que no puedas enfermar. El ejemplo es Zoe, la protagonista. Lo que no existe es la enfermedad humana como la concebimos, es una sociedad mejorada genéticamente, y vamos hacia eso. ¿Quién nos dice que en 25 años no estaremos en eso? Tenemos que reflexionar más sobre estas cuestiones.

Lo preguntaba porque, desde la pandemia, una parte del foco se ha puesto en eso: ¿No es la enfermedad lo que hace ser conscientes de la fragilidad?

La pandemia nos ha abierto la vista sobre la fragilidad de la sociedad. También sobre los efectos del cambio climático, la zoonosis... Esa presencia de las enfermedades sobre la sociedad cada vez es más peligrosa y da la sensación de que puede llegar en cualquier momento. Hablamos de que la pandemia nos ha tenido meses encerrados, pero el cambio climático hará inhabitable algunas zonas.

Si, pero en la percepción de uno mismo, si eliminas la enfermedad...

Curiosamente, y lo dice Joan Fuster, la percepción de uno mismo poco tiene que ver con el cuerpo. Nos vemos como poetas o pensadores, pero nunca como seres biológicos.

Hasta que nos ponemos enfermos.

Hasta que nos ponemos enfermos o viene una pandemia. Hemos de reflexionar más sobre qué somos, como sociedad y como seres biológicos; sobre qué somos y qué nos hace humanos. Se habla de la mano, del cerebro, de la inteligencia... Pero lo que fue fundacional en nuestro linaje fue la relación parental entre la madre, los hijos y el progenitor; el cambio de la sociedad polígama de los primates a la monógama, que es especialmente fuerte en los humanos.

La familia.

La relación que existe entre la madre, los hijos y el progenitor que sabe que los hijos son suyos; no de otros. Crea una sociedad distinta a otras.

También dice: un hombre modelado genéticamente pierde su libertad.

Es un pensamiento de Habermas, que tiene un ensayo en el que apunta que si mejoran tus aptitudes te sientes predestinado a alguna cosa. Lo que nos hace tan peculiares es que no sabemos qué tenemos; somos el resultado de nuestro esfuerzo y nuestros genes, pero no hemos tenido unos genes para ser mejorados, para ser deportistas de élite o para ser grandes cocineros; hemos tenido un desarrollo fruto de un azar genético y de nuestro esfuerzo.

Cuando se pierde el componente de azar, corre uno el riesgo de endiosarse...

O de cierta astenia. Tengo esto que me han puesto, no soy así porque me esfuerzo. Es un pensamiento de Habermas que me parece muy interesante. Yo creo que los niños a la carta se parecerán a nosotros, con ciertas mejoras: más simétricos, más fuertes... pero parecidos: todos queremos que nuestros hijos se parezcan. Pero ellos ¿se verán como un producto desarrollado por sus padres? ¿Y, si no lo haces, y otros tienen esas aptitudes tus hijos podrán echártelo en cara? Abre un gran debate sobre qué es lo mejor para nuestros hijos, si les producirá un trauma. También es cierto que los sometemos a una educación brutal para que sean unos fuera de serie. Es un debate que me interesa.

¿Si uno se percibe como un producto, esta pregunta eterna del para qué, la pierde? Se convierte uno en un autómata.

Aún así, siempre hay un componente de creatividad. Es lo que nos separa de la máquina: la capacidad de crear, de conectar ideas dispares. Los ordenadores componen música, en base a algoritmos, pero no la crean, no tienen capacidad de imaginación. O los jugadores de ajedrez, tienen capacidad de improvisar.

¿Por qué escogió escribir una distopía en primera persona?

Permite una credibilidad a un libro que en sí produce escepticismo. Lo distópico parece extravagante y fue la forma narrativa que más me convenció. Claramente elimina un elemento: si habla ella, sabes que sobrevive. Además, el escritor tiene que meterse en líos. Si repites lo que has escrito... Yo lo que busco es plantear un nuevo escenario para seguir pensando en lo que me interesa. Este mundo materialista sería maravilloso para los materialistas biológicos de la Ilustración; sin embargo, hay un personaje, un pensador, que viene de ese mundo que puede ser muy triste. Ese diálogo de la visión positivista y materialista frente a lo que nos hace humanos: esa amalgama de cosas en las que el núcleo familiar resulta indispensable.

Algunos autores plantean que las distopías son per sé un elemento reaccionario, que es más fácil imaginar el final del mundo que uno alternativo.

Bueno, díselo a Orwell, que era comunista; a Huxley, que era socialista, a Welles... No conozco ninguna distopía de derechas. Creo que es una forma de alertar frente a un mundo de pérdida de libertad individual.

¿Ve el futuro tan oscuro como lo dibuja en la novela?

Lo veo muy oscuro. Estoy decepcionado con la lucha contra el cambio climático, con la guerra en Ucrania, con el mundial en Qatar... Admiro a la persona que ha saltado al campo de fútbol con una bandera LGTB, a los activistas que se encadenan a los cuadros y se la juegan; menos mal que alguien lucha por algo. Me decepcionan tantas cosas, sobre todo cuando vivimos en la era de la información. ¿No era eso? Tenemos un acceso total a la información y, sin embargo, ¿qué pasa? El propio Diderot pensaba que la Enciclopedia cambiaría el mundo, hizo un gran esfuerzo para cambiar la sociedad. Pero la sociedad ahora sabe y no es distinta. Esa es la enorme culpabilidad de nuestro mundo.

El conocimiento por sí mismo no salva de nada.

Durante el nazismo, muchos intelectuales se alinearon con los nazis. Piensa en Thomas Mann, por ejemplo, su mujer era judía; Freud era judío, Hannah Arendt... Pero Heisenberg no, y se quedó, o Richard Strauss... Y Heidegger, con sus cosas, fue colaboracionista. No es fácil, cuando viene esa ola que te arrastra, si no tienes una razón de primer orden.

Y a Mann y a Zweig les costó un poco.

A Mann le costó mucho. Y Zweig podría haber hablado antes, sobre todo porque tuvo que huir. Incluso en sus memorias el tema queda desdibujado... Pero no es fácil ir contra los tuyos, aunque hayan enloquecido. El conocimiento no es un elemento que nos asegure el comportamiento ético, hay que introducir la conciencia. Ciencia sin conciencia, pobreza del alma.

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