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De debates, dimes y diretes

Simón Alegre

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Una vez pasados los debates mollares de la campaña electoral, las conclusiones son las habituales. Influyen moderadamente y en el sentido de penalizar al perdedor. En esta ocasión, hemos asistido a una nueva modalidad de derrota, la que se produce tras la finalización de la contienda. Como cuando los entrenadores de mi equipo –Valdano o Benítez- alineaban a un extracomunitario más y se nos daba el partido por perdido a posteriori. Es el inapelable balance de los daños para el PP, confirmado por las disculpas tan a destiempo de un cabeza de cartel cuya pretendida superioridad intelectual no me corresponde juzgar. El caso es que, a pesar de jactarse de la misma, durante el tiempo reglamentario del debate tampoco fue transmitida creíblemente. La dinámica nos condujo al clásico toma y daca: yo te entierro con datos y tú apelas a los sentimientos. Uno abjurando de la herencia recibida, la otra metiendo el verbo recortar con calzador.

En aplicación del juego limpio, opino que no hubiera estado de más alguna amonestación más directa a Valenciano, por su sistemático y desagradable cuchicheo.

En definitiva, que en el PP lamentan –sin ambages, de puertas hacia adentro- ese contratiempo de Cañete que acerca al PSOE al empate técnico.

Menos embarrado resultó el debate entre seis futuros eurodiputados de este inicio de semana. Un formato que siempre suele favorecer al partido en el gobierno, por la posición pivotal que le confiere ante un previsible guirigay opositor. No fue el caso, ya que las discrepancias se administraron con guante blanco.

Tan encauzada estuvo la discusión –el formato no da para mucha interlocución, sino más bien para cuadrar el minutaje- que todos preveíamos que al locuaz González Pons le recordarían los 3,5 millones de empleo y anticipábamos que él recogería gustoso el guante de la réplica. En su haber, cabe mencionar, aunque desgraciadamente en la línea de desnaturalizar el contenido europeísta del debate, el afeamiento en la distancia a Valenciano por no estar libre ella tampoco de ese machismo sociológico que tanto critica.

Por la rendija que dejaron las formaciones tradicionales –y coincidiendo en los adversarios con una IU volcada contra el bipartidismo como leitmotiv- Sosa Wagner intentó captar voto verde para UPyD, mientras que los partidos catalanes tuvieron el detalle de hacer partícipes de la sesión a dos representantes de reconocido prestigio intelectual. La ponderada intervención de Tremosa nos reconcilia un tanto con una cualificación que frecuentemente echamos en falta en un escenario político dominado por los trienios de carnet partidista.

Y en clave valenciana, cabe destacar la primera campaña electoral en prácticamente un cuarto de siglo sin radiotelevisión autóctona. Si el formato que combina circunscripción única y magnitud pequeña ya desvalencianiza suficientemente los comicios, el apagón audiovisual autonómico conlleva una reproducción de los tics de la política madrileña –entendido Madrid como locus político- que empobrece nuestra democracia.

Este clamoroso silencio fundido en negro no eximirá a sus responsables del recuento de los daños. Pero ese ya será otro debate.

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