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Los disidentes ortodoxos del PCE: ni engendros de los servicios secretos del Este ni prosoviéticos puros

Manifestación del Partit dels Comunistes de Catalunya.

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La compleja historia del movimiento comunista español tenía un hueco sin cubrir por parte de la historiografía: los partidos escindidos a partir del distanciamiento de la Unión Soviética por parte del Partido Comunista de España (PCE). El historiador Eduardo Abad (Xixón, 1987), investigador en la Universitat Autònoma de Barcelona y especialista en la militancia comunista, la memoria colectiva y la violencia política, ha arrojado luz sobre las formaciones a la izquierda del PCE en A contracorriente. Las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989), editado por Publicacions de la Universitat de València. Una sopa de siglas cuya trayectoria reconstruye la obra escrita por el historiador asturiano, exmilitante de las juventudes del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), que observaba que “nadie recopilaba los testimonios de los veteranos”, según explica a elDiario.es. “Sí que existe una historiografía cada vez más rigurosa sobre el PCE y de la izquierda radical pero esta corriente situada entre medias no había sido recogida”, agrega Abad.

El investigador ha consultado archivos en Rusia, República Checa y Alemania y ha concluido que los servicios secretos del campo socialista poco o nada tuvieron que ver con el surgimiento de la disidencia ortodoxa, tal como sostenía el PCE. “La hipótesis de partida de este libro es que los múltiples conflictos internos producidos en el seno del PCE no estuvieron manipulados por la intervención exógena de algún servicio secreto de un país socialista”, escribe el autor del libro. “Bien al contrario”, continúa Abad, “se trató d aun proceso fundamentalmente endógeno, cuyo origen hay que buscarlo en las consecuencias de la mutación progresiva de la política y la imagen del PCE entre sectores de su militancia”.

El investigador distingue tres fases en la disidencia ortodoxa de la férrea disciplina de los comunistas españoles, principal núcleo de oposición a la dictadura franquista. Así, el distanciamiento del partido de la identificación con la Unión Soviética y las consecuencias de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia propiciaron el surgimiento, en 1971, del PCE (VIII Congreso); además del Partido Comunista Obrero Español (PCOE), muy marcado por la figura de su líder, el general Enrique Líster, y de otra formación liderada por Eduardo García. “Muchos de estos focos disidentes se basan en el ejercicio de liderazgos carismáticos y de experiencias concretas en determinados núcleos con la militancia de base, y no necesariamente vinculados a las embajadas de los países socialistas”, asegura el historiador. 

Con la segunda ola disidente, que aglutina a jóvenes profesionales y universitarios descontentos con la falta de democracia interna del PCE, surge una nueva sopa de letras: el Partido Comunista de los Trabajadores (PCT) nace de las cenizas de la Oposición de Izquierdas (OPI) y, a su vez, propicia el nacimientos de las Células Comunistas y del Partido Comunista Unificado. “Los nuevos sectores, formados por estudiantes y muchas mujeres, ven la contradicción en su militancia en las asociaciones de vecinos o en las asambleas universitarias, con estructuras horizontales y mucha participación, que chocan con las células del partido y con la disciplina interna”, explica Abad. La OPI, que pretendía “única y exclusivamente influir” en las dinámicas internas del PCE, “choca con el concepto de centralismo democrático y sus militantes son expulsados”, apostilla el investigador.

Tras la muerte del dictador Francisco Franco, la tercera ola pretendía reivindicar la identidad comunista frente al giro de Santiago Carrillo hacia el eurocomunismo. “Comienza una senda peligrosa para su militancia, con conceptos como pacto social o austeridad, que de alguna manera buscan convertir al PCE en un partido de Gobierno”, argumenta Abad. La nueva estrategia “causa estragos” al abandonar “pilares básicos como la identidad republicana o el ideario colectivo de la historia del movimiento comunista”, agrega el autor.

Catalunya fue el “escenario del mayor fenómeno de disidencia contra el eurocomunismo”, escribe el historiador. El Partit dels Comunistes de Catalunya llegó a contar con una fuerte implantación (“más de 6.000 militantes en el contexto de los años 80 de crisis de la izquierda revolucionaria”) y el apoyo de países del campo socialista, “algo largamente ansiado”. El cónclave de 1984 supuso el nacimiento del PCPE, buena parte de cuya militancia acabaría integrándose más tarde en la naciente Izquierda Unida, al calor de las movilizaciones contra la OTAN.

A pesar de recordar a la famosa escena de la película La vida de Brian de los Monty Python —el Frente Popular de Judea contra el Frente Judaico Popular— la experiencia de los llamados prosoviéticos, un apelativo del que Abad reniega al no asumir la complejidad del fenómeno, las experiencias disidentes ortodoxas del PCE reflejan “sectores y corrientes ignoradas por su posición perdedora de la historia, con tesis a contracorriente, minoritarias y que chocaban con el oficialismo”.

“La propia corriente es muy compleja y resulta muy difícil de mapear”, reconoce Eduardo Abad, quien destaca el papel de teóricos como Manolo Monereo o de dirigentes como Enrique Santiago, actual secretario de Estado para la Agenda 2030 y líder del PCE.

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