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Españoles, Felipe ha muerto

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Felipe González y Alfonso Guerra se lamentan de la pérdida del mundo que tanto ayudaron a construir. Supongo que a Carlos Arias Navarro, alcalde de Madrid, le pasó lo mismo con Tierno Galván, y a Casimiro Morcillo con Vicent Enrique Tarancón, que absolvió a Susana Estrada de sus pecados en la fiesta del diario Pueblo.

González y Guerra requieren de sendos dispositivos para que les traduzcan estos tiempos, tiempos que también han ayudado a crear para bien y para mal. Fue Felipe quien nos pidió contemporizar en los ochenta igual que Raúl Alfonsín pedía tomar convicciones. Ahora Felipe nos pide que no contemporicemos. Habría que aconsejar a González que recuerde a Alfonsín. El presidente de Argentina en aquellos años de felipismo, aunque fuera preguntado después de su mandato, decía: “Yo también tengo ideas, pero prefiero callarlas”. Alfonsín, vicepresidente de la Internacional Socialista, coautor intelectual de Mercosur, uno de los pocos oponentes a la Guerra de Las Malvinas, proyector del Juicio a las Juntas de la Dictadura o del Tratado de Paz con el Chile de Pinochet, considerado por muchos el padre de la democracia moderna argentina. El año que Felipe aplaudía a Alfonsín cuando el Rey le concedía el premio Príncipe de Asturias, apretaba el botón del juicio contra Videla et alii. Convendrá recordarlo ahora que Milei hace esos viernes trece en las calles de Buenos Aires.

Aunque Felipe es Generación Silenciosa, parece más bien boomer. En mi caso, que soy Generación X, me siento como Joseph Roth: preguntándome qué país me ha tocado con esto del hundimiento del imperio. Y Roth se sentía Generación Perdida aunque fuera Generación Grandiosa. Está claro que siempre hay que oponerse a la generación que a uno le corresponde. Esto podría ser un aviso a los mileniales: seguir la corriente de tu generación a pies juntillas te lleva al adanismo.

Ahora recuerden lo que le dijo Guerra a Jorge Semprún a la entrada de un Consejo de Ministros a tenor de los convenios para fondos museísticos en Catalunya. Verán que no difiere mucho de lo que decían algunos ministros del Partido Popular sobre Catalunya cuando la famosa OPA alemana sobre Endesa. Entonces se extrañarán poco de lo que ha dicho Guerra sobre el hermoso tiempo disfrutado en una peluquería. Un lugar perfecto para reflexionar sobre política y no sobre individuos, que diría Borges.

Pero reconozco que la derecha tiene razón cuando dice que España se hunde, se rompe. Opino lo mismo. En lo que parece que discrepo con la derecha, con Felipe, con Guerra y otros compañeros (?) es cuál de ellas, si la del mapa político, el mapa mudo o el mapa físico. Porque hay cierta España que debería hundirse. Quebrarse en pedazos como la luna de un coche. Y desde hace mucho tiempo. Un murciano me dijo una vez si los españoles coincidimos en la idea de España. Yo le respondí que seguro que todos los españoles coincidíamos en la idea de Murcia. No se alegren en Alicante, estamos a una vuelta de manzana de arrebatarle a Murcia los chistes dedicados.

España se agota, se hunde, se rompe “y a mí me parece muy bien”, me contesta un señor de la edad de Felipe González, pero con pensión no contributiva. “espero que sea la España del paro, la del desprecio por la amenaza climática, la del centralismo y la de los países castellanos, la desigual, la injusta, la sectaria, la condescendiente con las ventajas de la Iglesia Católica, con las condonaciones al fútbol macho-patrio, con las privatizaciones de las grandes empresas, e impasible ante las desventajas de las pensiones ridículas, la que niega el terrorismo machista, la del abandono de los barrios desfavorecidos, la de la explotación, la de la ausencia de vivienda y de un futuro a la generación que ya está aquí, que también son españoles”.

El lector conoce muy bien la frase de Gramsci: “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no nace”. Abro el diario Pueblo y leo los titulares: Arias Navarro entrega un premio a Amaral, Manuel Fraga hace una queimada con Yolanda Díaz; Adolfo Suárez estrecha la mano en las escaleras de la Moncloa a Pedro Sánchez; Aznar saluda despeinado en Azores a Aznar; Tarancón besa la mano de Irene Montero, todo mientras Guerra torna de escudero del hidalgo Felipe González y tuitea aliviado: “Españoles, Felipe ha muerto”.

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