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CV Opinión cintillo

Es el momento de la tasa turística

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Posiblemente porque el Gobierno del Botànic es una realidad muy consolidada a lo largo de una legislatura y media, a veces no alcanzamos a valorar el entramado de equilibrios que han confirmado nuestra coalición de gobierno valenciano como –quizás- la más sólida del mapa estatal. El debate en torno a la tasa turística, de nuevo presente en nuestra actualidad política, va a ser una buena oportunidad para comprobar si el maridaje botánico sigue sin perder su esencia.

El empeño de Compromís y Unidas Podemos ha precipitado que la tasa turística se cuele en nuestro debate parlamentario. Contra pronóstico, los tres grupos con responsabilidad de gobierno han acordado impulsar una proposición de ley para crear un instrumento tributario vinculado a la actividad turística. Como era de esperar, el lío está servido. Las patronales del sector han puesto el grito en el cielo. Si lo desean repasen la hemeroteca, pero ya saben, los mismos argumentos mil veces repetidos: que no es el momento, que el turismo internacional sigue bajo mínimos, que el turismo huiría a otras latitudes, o que lastraría la competitividad del sector. Exactamente lo que ha pasado en Baleares y Cataluña. Perdón por la ironía.

Desde CCOOPV somos firmes defensores de la tasa turística, como ya hemos trasladado a los tres grupos parlamentarios del Consell. En su momento, les hicimos llegar una propuesta, inspirada en el modelo balear, que se articulaba en torno a dos premisas, que fuera una tasa de ámbito autonómico y que la recaudación revirtiera en el propio sector. Concebimos un modelo de tasa, diferente en función de la clasificación de los distintos establecimientos hosteleros. fijada y recaudada por la Comunidad Autónoma y cuyo beneficio impacte en el sector. Dicho de otro modo, estamos por dotar de instrumentos de financiación adicional para avanzar hacia la sostenibilidad de nuestro modelo turístico –en la medida de lo posible- mitigando de alguna manera el impacto medioambiental que produce.

Hablamos de un esfuerzo económico insignificante y puntual de las personas que nos visitan, que se podría dedicar a cuestiones relevantes para la ciudadanía. Nos referimos a la protección del territorio, actuaciones dirigidas a la dotación de recursos públicos que permitan unos servicios que mejoren la calidad del destino turístico. Nos referimos a tratamiento de residuos, limpieza de las calles, sistemas de movilidad sostenible entre destinos, infraestructuras o la preservación de las zonas paisajísticas en el sentido de lo que establecen los artículos 24 y 25 de nuestra propia ley de Turismo.

El acuerdo político alcanzado limita considerablemente nuestras pretensiones, porque finalmente la tasa turística sobre estancias turísticas tendrá carácter municipal y voluntario, aunque aquellos municipios que la fijen habrán de dedicar los ingresos obtenidos a la promoción, el impulso, la protección y el desarrollo de infraestructuras turísticas. La cuestión fundamental ahora será definir las posibles actuaciones en las que impactará la recaudación, así como los mecanismos de seguimiento y control que se apliquen para garantizar su impacto en el sector. Otra cosa será comprobar si los intereses partidistas, la presión de las grandes cadenas hoteleras, y el dumping entre localidades no lleva al traste la tasa a la hora de la verdad, porque ésta o bien no se aplique o bien se aplique solo marginalmente, cuestión que bien hubiera podido ser evitado con una tasa de fijación autonómica.

Se avecina un caluroso debate que requiere de pedagogía. Aunque no tanta si se atiende a los resultados inequívocamente positivos en materia de recaudación allá donde la tasa ha sido aplicada, sin que pueda demostrarse que se haya visto menguada la competitividad del destino turístico de turno por una disminución en la demanda. Como dicen los detractores de la tasa, la pandemia ha supuesto un duro golpe al sector, pero también una oportunidad inmejorable de dar un paso adelante y modificar conductas del pasado. De momento, las ayudas públicas no han supuesto más estabilidad en el empleo, ni mejora en las condiciones laborales, ni tan siquiera un mínimo resquicio de voluntad por crear las bases sólidas en las que asentar un modelo más sostenible, con más valor añadido. Como siempre todo se reduce al viejo axioma perezoso de siempre: “No es el momento”.

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