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CV Opinión cintillo

Reflexiones en torno al 1º de Mayo

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Coincidiendo con el centenario de la Revolución Francesa que había iniciado el ciclo de los derechos políticos, en julio de 1889 se reunió en París el Congreso Socialista Obrero Internacional, con asistencia de delegados de 21 países, entre ellos los más importantes líderes obreros de Francia (Jules Guesde, Paul Lafargue), Alemania (Karl Liebknecht, Edward Berstein), Inglaterra (William Morris) y España (Pablo Iglesias) para actualizar el programa de emancipación incorporando al mismo la reivindicación de los derechos sociales: reducción de la jornada laboral, abolición del trabajo infantil, salarios dignos, protección de la salud, libertad sindical…

Al término de aquel congreso fundacional de la IIª Internacional se aprobó la convocatoria anual de manifestaciones a celebrar cada 1º de Mayo, en memoria de los “mártires de Chicago”, condenados tras la huelga de 1886 promovida por la American Federation of Labor en demanda de la jornada de trabajo de 8 horas.

Desde entonces, la fecha del 1º de Mayo ha operado, real y simbólicamente, como la referencia más universal y persistente de la lucha del movimiento obrero y sindical por la justicia y contra la desigualdad social, identificando en cada momento y lugar las reivindicaciones prioritarias para la defensa de la dignidad del trabajo y de los trabajadores.

En términos históricos el balance de la intervención del sindicalismo es claramente positivo, tanto en su función de prescriptor social como en la de factor de igualdad, habiendo contribuido de forma decisiva, en el primer caso, a convertir en derechos consolidados lo que inicialmente se presentaba como utópicas reivindicaciones obreristas (jornada, vacaciones, seguridad social…) y, en el segundo, a reducir considerablemente la desigualdad social, actuando tanto sobre la primera distribución de la renta (salarios, condiciones de trabajo, regulación del mercado laboral…) a través de la negociación colectiva, como sobre los mecanismos propios de la segunda re-distribución (prestaciones sociales, universalización de la sanidad y educación…) mediante la presión social y la participación institucional.

En las últimas décadas se ha frenado, cuando no revertido, dicho proceso como resultado de una serie de cambios estructurales (globalización, crisis económicas, segmentación del mercado de trabajo…), institucionales (crisis de representación y debilitamiento del Estado de Bienestar) y culturales (tendencias individualistas emergentes, ofensiva neoliberal de deslegitimación de la acción colectiva) que han afectado tanto al escenario como a los actores y a la propia gestión de las relaciones laborales, con desigual intensidad según los países.

En el caso español, la gestión conservadora de la anterior crisis no hizo sino agravar profundamente las cosas mediante sus políticas de austeridad, complementarias a la reforma laboral (prevalencia del poder empresarial y desarticulación de la negociación colectiva) y la ofensiva contra el sindicalismo (marginación contractual y deslegitimación social), con el resultado de una creciente desigualdad tanto en el ámbito laboral (paro, precariedad, brecha salarial…) como civil (pobreza, desahucios, recortes en sanidad, educación, dependencia…).

La crisis actual provocada por la pandemia de COVID ha vuelto a poner en el centro del debate la cuestión social, la centralidad del trabajo y el valor de los servicios públicos y la solidaridad colectiva, así como la intervención del sindicalismo de clase en el diseño, negociación y desarrollo del escudo social (ERTEs, Ingreso Mínimo Vital) que ha permitido garantizar las rentas de millones de trabajadores y contribuirá ahora a iniciar la recuperación del empleo y la actividad económica.

Como tantas veces desde su primera convocatoria, este 1º de Mayo tiene también una dimensión plural, de carácter tanto expresivo (las concentraciones y manifestaciones que actualizan y difunden la agenda reivindicativa del movimiento sindical) como estratégico (la propuesta de un nuevo contrato social que permita enlazar la defensa de las viejas demandas obreras con las nuevas necesidades ciudadanas y contribuir con ello al avance de una alternativa progresista) y simbólico, para seguir trenzando el hilo rojo que pese a la represión, las rupturas e, incluso, los errores, conecta a los sindicalistas de hoy con lo mejor de la historia coral de los parias de la tierra en lucha por sus derechos.

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