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CV Opinión cintillo

València, capital marrón

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Estoy confuso. Me cuesta entender lo que veo. A veces, incluso renuncio.

València se había puesto en el mapa. Había recuperado el itinerario del bienestar colectivo y la convivencia. La ciudad del Diseño, de la Alimentación sana o la capital Verde habían sustituido a la vieja ciudad de las ocurrencias con el equipaje lleno de capítulos sospechosos como la Fórmula 1 o la Copa del América. Pero, con este bagaje tan positivo, el gobierno progresista que había obtenido esa capitalidad Verde, perdió las elecciones. Sí, en el descuento y por milímetros, lo sé, pero las perdió, y ahora vuelve otra visión de la realidad.

La democracia sigue, y llegan a manos de los nuevos mandatarios los laureles que consiguieron los anteriores; cosas del destino. La foto del alcalde de Tallín entregando la antorcha a la alcaldesa de València es elocuente. Sonrisas, abrazos, discursos, y poco reconocimiento a los verdaderos protagonistas.

Así nace un nuevo pecado: La hipocresía urbana. La conclusión es que los nuevos mandatarios están muy contentos con el galardón que merecieron otros, aunque no creen en él. Reciben una antorcha preciosa que van a apagar en cuanto se vayan los fotógrafos. Son los ganadores, y se deben a su programa, dicen, por eso aplauden y les llena de orgullo estar en el escenario, pero se apresuran a corregir los principios que han obtenido el trofeo: revisan la red de carriles bici, reponen el tráfico en el corazón de la ciudad y renuncian a esas políticas que merecieron el premio y ellos mismos cuestionaron permanentemente desde la oposición. Sonríen, claro, eso lo dice el manual del buen político, estudian minuciosamente esa sonrisa y la dentadura blanca, pero en realidad revierten el trabajo iniciado.

La Capitalidad Verde, que es un reconocimiento a las políticas medioambientales ahora, en manos de los conservadores y con la mirada en el retrovisor, se convierte en otra cosa: en una simulación con doble cara. Es el canto a la nueva libertad tendenciosa. Libertad para utilizar el vehículo privado, libertad individual por encima de la colectiva, libertad que perjudica a otros. Algo que nunca ha sido libertad.

Es cuando todo cambia y ya no se trata del planeta. Piensan que este galardón es una oportunidad para fomentar el turismo, para la rentabilidad económica, para el negocio que supone la atracción. Por eso aplauden, por eso llegan al escaparate de las ceremonias y los discursos, no por convicción sino por interés. Por eso el sabio decía: no escuches lo que dicen, mira lo que hacen.

Asistimos a la metamorfosis de una ciudad atónita, perpleja, que ve cómo en un momento, su capitalidad pasa del verde al marrón.

Ojalá me equivoque.

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