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CV Opinión cintillo

Vida nueva

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A Francesc Bayarri

Vivimos el fin de cada año como el fin de un ciclo, lo que permite a nuestra fantasía desprenderse del lastre negativo que tal vez nos ha legado la vida en los últimos meses; tal vez paz y sosiego, tal vez un annus horribilis de dolor, enfermedad, fealdad, miedo, conflicto. Elijan ustedes. Año nuevo, vida nueva, reza una máxima balsámica que nos permite imaginar el año que empieza como el de la regeneración y el renacimiento. Actualizamos así, como en tantas otras celebraciones, ritos ancestrales sobre los ciclos del tiempo, las estaciones del año, o las ruedas de la fortuna. Regresamos con fe conversa a las raíces del pensamiento mágico. Armados con todo tipo de artilugios tecnológicos, seguimos siendo animales simbólicos.

La idea de fin de ciclo tiene mucho que ver también con el viejo debate entre cambio y continuidad, el que nos hace ver la vida y la historia unas veces como una sucesión de rupturas y otras veces como una secuencia de continuidades que van construyendo la arquitectura de nuestra realidad. Ante la evidencia de que, en nuestra vida, en la de nuestra sociedad y en la naturaleza misma nada nunca se sustrae al cambio, nos debatimos entre interpretar el cambio como un proceso de evolución o como una revolución, entre la ruptura con la tradición y el cambio brusco, o la transformación permanente que va adaptándose paso a paso al cincel permanente del tiempo.

Llega el 31 de diciembre. Tocados por la certeza tradicional del fin de ciclo, llamados a celebrar la resistente victoria frente a un año que quedó atrás, nos lanzamos al ritual de la celebración. Celebramos la supervivencia y nos conjuramos con entusiasmo para lograr un futuro feliz. Sin embargo, la amenaza de la pandemia apaga las luces de la bacanal del vino y la embriaguez del éxtasis transformando el rito órfico y dionisíaco de purificación en un acto sesgado de prudencia frente al futuro que se perfila como un largo proceso de incertidumbre. No resulta fácil, bajo las actuales circunstancias, sumergirse en ese estado alucinatorio en que llegamos a creer que mañana será otro día, una vida nueva cuando seremos buenos, felices, inteligentes, ricos, hermosos y educados.

A pesar de la fe en los dioses y el culto religioso a la tecnología, la esperanza y el entusiasmo tienen márgenes de credibilidad. Brindemos, pues, por el futuro con prudencia, confianza y entusiasmo contenido. Tampoco hay que exagerar.

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