Estado del malestar: políticas públicas para salvar una generación atrapada entre dos crisis
Una generación atrapada entre dos crisis no puede ser una generación perdida. Pero tampoco debe plantear la batalla en términos de conflicto generacional porque está condenada a perderla, pirámide poblacional en mano. Los nacidos entre 1980 y los 2000 se han hecho adultos en España atrapados entre dos grandes crisis económicas sin precedentes; la gran crisis financiera de 2008, cuyos niveles de recuperación comenzaban a anticiparse 12 años después, y la crisis sanitaria, económica y social que ha supuesto la pandemia de la COVID-19, cuyas heridas aún no han comenzado a cicatrizar.
El grupo de población joven, en el que caben quienes oscilan entre los 12 y los 35 años, ha afrontado decisiones trascendentales para su vida y desarrollo en un contexto de incertidumbre y emergencia constante, casi perpetua. Cuando los efectos de la crisis financiera comenzaban a reducirse y los niveles de empleo -que no de calidad del mismo- comenzaban a recuperarse, la pandemia trastocó la vida y la economía. El resultado, según describen los jóvenes a viva voz o con encuestas y observatorios mediante, es un incremento de los niveles de estrés, ansiedad, tristeza y apatía, llegando a un aumento de las tendencias suicidas; un pesimismo creciente que es el caldo de cultivo idóneo para un “estado del malestar”.
El papel de las administraciones y las políticas públicas para evitar lanzar al abismo a una generación -al futuro mismo del país- centró esta semana un debate entre la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, el catedrático en Geografía Humana de la Universitat de València Joan Romero y el politólogo Pablo Simón, organizado por el espacio juvenil de Iniciativa del País Valencià-Compromís. Salud mental, mercado laboral, dificultad en el acceso a la vivienda, criminalización y estigma durante la pandemia fueron los ejes más subrayados por los jóvenes entrevistados y por los analistas, con el ecologismo y el feminismo como movimientos de futuro; una suerte de salvación que “impugna el sistema capitalista”.
En palabras de Simón, supone un error considerar las políticas y problemas de la juventud como un compartimento estanco y no como asuntos de relevancia para el presente y futuro del Estado: “Impugno la idea de generación perdida; un país que no da oportunidades a sus jóvenes es un país perdido. Las políticas de juventud hablan del modelo de bienestar en su conjunto”. Los expertos coinciden en que la precarización y el empobrecimiento no son problemas nuevos en las sociedades occidentales y la pandemia ha puesto de manifiesto déficits estructurales. Romero subraya que ya en 2005 algunos autores -él mismo- apuntaban que “los perdedores de la globalización eran las sociedades democráticas occidentales” y recuerda los trabajos de Guy Standing (El precariado: una nueva clase social, editado en España en 2012) o los de Enzo Traverso (Melancolía de izquierda: después de las utopías, en 2019), que apuntan a una ruptura generacional, incluso democrática. “Ojo con la sensación de humillación: no sabemos hacia dónde van a evolucionar”, advierte el catedrático. “No hay un relato que cohesione porque no hay vinculación con el pasado. Sin nada que les una al pasado, los jóvenes pueden mirar al futuro de distintas maneras”. Romero se muestra preocupado porque la extrema derecha sea una opción cool entre parte de la juventud en Europa.
“La perversa gestión de la crisis de 2008 a quien más castigó fue a la gente joven. El empobrecimiento, hasta entonces, se centraba en capas de gente más mayor; esto la gestión lo altera, vuelca el empobrecimiento y la desesperanza hacia la gente más joven”, denunciaba la vicepresidenta y consellera de Igualdad y Políticas Inclusivas. “No puede ser que la gente joven, que es la que tiene energía, preparación, espenta, pierda la esperanza de tener un proyecto de vida independiente”, añadía Oltra.
Hacerse adulto en un contexto precario deja una huella complicada de apreciar. “Hay un efecto generación; lo que te pasa cuando eres joven te deja una marca de por vida; una cicatriz que es muy complicado revertir”, apuntaba Simón, señalando que “un joven que entra hoy en el mercado de trabajo tendrá un 8% menos de ingresos que uno que entró en 2007”, dato que corrobora una apreciación que planea en el ambiente: la generación que hoy es joven tendrá menos ingresos que la anterior. Y otra más: el ascensor social no existe. “Es un montacargas”, describía Simón; “como mucho, son las escaleras de servicio”, donde se sube un peldaño, añadía Romero. El mérito es un timo, una estafa, una tiranía, como escribe Michael Sandel en La tiranía del mérito (2020) y rescata el profesor en sus intervenciones.
Las condiciones de vida precarias sumadas a las restricciones de la pandemia y el cese imperativo de la socialización son un cóctel molotov para la salud mental de los jóvenes. Las consecuencias de la educación telemática, las restricciones de movilidad nocturna y la ausencia de contacto en etapas de desarrollo o de toma importante de decisiones -especialmente las que afectan a los estudios y a la vida laboral- aún tardarán en aflorar, pero las previsiones de los expertos en salud mental apuntan a que las marcas de una cuarentena perduran años después. De hecho, los expertos que asesoran al presidente de la Generalitat Valenciana observan una correlación entre la reducción de las restricciones y de los niveles de tristeza, estrés o soledad en la evaluación de las últimas semanas. El trabajo prioritario es reforzar la red pública y trabajar con el estigma. El Consell, siguiendo las recomendaciones, ha reforzado la red de salud mental en atención primaria y ha comenzado a incorporar psicólogos en la Xarxa Jove, explicaba Oltra. “Tenemos que tener un potente sistema de atención a la salud mental público y desestigmatizar los problemas de salud mental; a nadie le culpan por tener un resfriado, pero sí por una depresión”, apuntó.
Para reparar las cicatrices, el profesor Romero apunta a “la política de las cosas concretas” y urge a las izquierdas a reconectar con la población más joven a través de medidas tangibles. Superada la pandemia, expone, quedan tres muros que derruir: formación, empleo y vivienda, “una emergencia generacional que lo bloquea todo”. El mercado de trabajo es abiertamente disfuncional desde los años 80, lastrado por las sucesivas reformas laborales que, según Simón, siempre dejan en los márgenes a los grupos más vulnerables: mujeres, jóvenes, migrantes y mayores de 50. España encabeza los rankings de temporalidad no deseada y cuenta con trampas legales para desproteger a los trabajadores jóvenes: contratos de prácticas, becas de formación o la figura del falso autónomo. Así, la suma de un mercado laboral en precarización ascendente y el aumento de los precios del alquiler hacen que emanciparse sea una utopía para los jóvenes de clase media y baja. Antes de la crisis de la COVID-19 solo 2 de cada 10 jóvenes valencianos podía emanciparse.
La política de vivienda es un asunto que centra la atención del catedrático en sus últimos trabajos, que constatan que “en los últimos años se ha construido menos vivienda pública que nunca”, con una intensa caída desde 2013, a la que se suma la vivienda pública que pasa a ser privada y la vivienda privada que cambia su uso al turístico y no al que se le reconoce en la Constitución. “Desde 2008 no ha dejado de retroceder la emancipación”, añadía Simón, recordando que España ha pasado de una burbuja inmobiliaria a una burbuja de alquiler, y abogaba por blindar las viviendas públicas en régimen de alquiler, impidiendo su comercialización.
Como hiciera en la comisión de reconstrucción de las Corts Valencianes, el catedrático de Geografía Humana defiende la necesidad de una ley de vivienda que vaya más allá de la regulación de los precios del alquiler y apunta como política estructural la compra pública de suelo para garantizar la demanda. La ley de Función Social de la Vivienda, primera en emanar del Gobierno del Pacto del Botánico, fue recurrida por el Gobierno de Rajoy al Tribunal Constitucional por las sanciones a entidades bancarias que acumulan viviendas vacías. Así, pese a que el contexto actual difiere de la última crisis en la retórica neokeynesiana, la vicepresidenta y dirigentes de Compromís reclama al Gobierno central “desmontar la arquitectura austericida que aun no se ha desmontado, que sigue en la Constitución; desmontar el dogma neoliberal que se generó en la crisis de 2008” para que las autonomías puedan ejercer el autogobierno y las políticas de proximidad. “Hace falta que el Gobierno más progresista de la historia se ponga las pilas para regular lo que el PP desreguló; la vivienda no es un bien de especulación, es un derecho”, insistía Oltra.
Las ideologías-movimiento
Otra de las falacias que se han promulgado en los últimos años es que a los jóvenes no les interesa la política, una afirmación que desmontan los estudios. Según el Observatorio de Juventud valenciano presentado el 28 de abril, los jóvenes están implicados en política, pero desconfían del sistema parlamentario y de los partidos. Una desconfianza similar a la de los adultos, subrayaba el politólogo. En el Observatorio se apunta que los temas que más preocupan a la población joven valenciana tienen vinculación con la política: educación, acceso al mercado de trabajo, desigualdades -desde las económicas hasta las de género, incluyendo las migraciones-, cambio climático, vivienda y seguridad.
De estos asuntos, dos han adquirido relevancia en la última década: la lucha contra el cambio climático y la lucha por la igualdad, con el feminismo como bandera, que se ha visto reflejado en manifestaciones masivas desde el 8M hasta las concentraciones de Fridays for Future, con importante participación de población joven en ambas. Los partidos con mayor apoyo entre la juventud en Europa, lo mainstream, son o ultraderecha o verdes, bloques antagónicos que se mueven hacia polos opuestos.
Para hablar del futuro inmediato, Romero recuperó a Traverso: Vivimos una sensación de final de época en la que el malestar social puede devenir en revoluciones o movimientos. O, más concretamente, en el clima de ruptura, de desligarse del pasado, “el horizonte emancipador lleva a la ultraderecha y los verdes”, ambos planteados como respuesta ante el miedo al futuro. El feminismo y el ecologismo son movimientos que plantean un futuro justo, que “impugnan” el sistema capitalista; el resto, estallidos y revueltas, señalaba el catedrático. Pero, para que funcionen, para inclinarse de un lado y no del otro, las izquierdas tienen el deber de conectarlas. “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos”, escribió Gramsci.
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