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Millás Mossi, los técnicos valencianos que crearon la primera industria española del 'electroshock'

Stand de la empresa Millás Mossi en Feria Valencia, en 1947.

Laura Martínez

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En 1939, en la Valencia de los últimos coletazos de la Guerra Civil, un especialista en rayos X recibe el encargo de un médico. El doctor ha oído hablar de un aparato fabricado en Italia que utiliza el neurólogo Ugo Cerletti, con el que aplica corrientes eléctricas para mejorar los síntomas de los enfermos mentales graves. Estas, apuntan, provocan un sueño de unas horas en los pacientes, a los que se provocan unas convulsiones similares a las que se emplean con otras sustancias químicos, y despiertan despejados. Los locos hace años que se hacinan en los manicomios y la guerra incrementa esa presión asistencial, además de dificultar la provisión de medicamentos, así que el médico, recién nombrado responsable del Manicomio Provincial de Valencia, le pide al electrorradiólogo que investigue el funcionamiento del remedio italiano.

Cerca de un año más tarde, este especialista en rayos X con conocimientos de electricidad, José María Rius Vivó presenta al médico falangista Francisco Marco Merenciano un aparato que quiere ir un poco más allá que el de Cerletti. El técnico diseña un aparato rectangular, pesado, con un circuito eléctrico que transforma la corriente alterna en continua para su aplicación en los pacientes y se ensaya con él en la Universidad Central de Madrid, actual Complutense, junto al psiquiatra Juan José López Ibor. El ejemplar se patentaría en 1941, junto a su procedimiento de aplicación, asegurando que había tenido éxito en los pacientes más graves tras cerca de 500 usos. En el lateral, el artefacto de Rius muestra una inscripción con otro nombre: Millás Mossi.

Los hermanos Vicente y Manuel Millás Mossi acababan de fundar una empresa común de Técnicos Industriales, a la que dedican el tiempo libre que les queda en sus empleos. Vicente trabajaba en Siemens en Valencia hasta finalizar la guerra, donde ejerce de jefe de instalaciones y montajes, mientras que Manuel, marcadamente falangista, no abandonó el Ejército. Acabada la guerra, Vicente fue requerido para someterse a un proceso de depuración al ser identificado como sospechoso de haber colaborado con el ejército republicano durante el conflicto, del que finalmente resultaría libre de cargos, apunta su perfil en la Real Academia de Historia.

La empresa de los hermanos Millás Mossi solicita la patente de un aparato similar al que firman con Rius en 1942. Lo hacen más ligero e introducen algunas variantes que facilitan su producción industrial. Con las modificaciones, convierten el sello que lleva su apellido en la primera factoría española de máquinas de electroshock, que pronto se convierte en un método terapéutico de uso masivo en Europa y en Estados Unidos.

Las máquinas de los hermanos Millás se exponen actualmente en el Palau de Cerveró, sede del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero de la Universitat de València, como parte de una muestra sobre el tratamiento de la locura en la ciudad, a la vanguardia de las reformas. La muestra, comisariada por el psiquiatra e historiador de la medicina Enric Novella y el investigador predoctoral Javier Balaguer, que trabaja en el estudio de las terapias con electroshock, guía la evolución de los tratamientos a la locura, desde las plantas medicinales hasta los psicofármacos, deteniéndose en las terapias electroconvulsivas.

Aunque la empresa se constituye como comunidad de bienes familiar, es Vicente quien se encarga de la parte técnica y Manuel quien asume la parte de gestión de la empresa por su vinculación al régimen, según apunta uno de sus hijos y biógrafo de Vicente, Francisco Millás. El taller de la primera factoría española de máquinas de electroshock se ubicó en la Plaza del Patriarca, en el lugar que hoy ocupa la fuente que linda con La Nau, antigua sede de la Universitat de València. La fabricación en serie de los aparatos médicos permitió difundir en España un tratamiento entonces avalado, posteriormente muy cuestionado, y de nuevo reintroducido para pacientes graves -con modificaciones sustanciales en su aplicación, como la anestesia-, en un país sumergido en la autarquía, indica Francisco.

La factoría Millás Mossi traslada su taller a la Calle Sorní e introduce modificaciones que adaptan el aparato a las necesidades médicas y comerciales. Poco a poco el diseño se va reduciendo y toma forma de maletín, haciendo trasportable su uso para la atención domiciliaria, hasta que se hace “del tamaño de un bestseller”, como describe otro de sus hijos, el escritor Juan José Millás. El autor cuenta de forma novelada el descubrimiento del trabajo de su padre en su obra El Mundo, por la que fue galardonado con el Premio Planeta en 2007 y con el Nacional de Narrativa en 2008. En la cita que abre el libro y la muestra de la Universitat de València, apunta: “Mi padre tenía un taller de aparatos de electromedicina. Los reparaba, los inventaba, los deducía de publicaciones norteamericanas (....) Otro ingenio con el que alcanzó cierta celebridad fue el electroshock portátil, un aparato del tamaño de un bestseller con varios compartimentos, en uno de los cuales guardaban los electrodos. Solía contar que un día, hablando en el jardín de un manicomio con su director, un loco lo reconoció como el proveedor de aquellos artilugios y le lanzó desde la ventana un tiesto que le rozó un hombro”. El electroshock, recuerda el escritor, estuvo muy cuestionado una década después, con la proliferación de los psicofármacos que ocuparon su lugar en las consultas y en el mercado. “Daba la impresión de que se refería a esa época con sentimiento de culpa”, indica más adelante el autor en su biografía novelada.

Los hermanos se convierten en líderes de mercado en el campo de la electromedicina vinculada a esta terapia, aunque separan la empresa en 1953. Probablemente debido a roces habituales entre hermanos por la gestión y el diseño de los aparatos, según apunta Francisco, dividen el capital a partes iguales, con la mercantil ya valorada en 800.000 pesetas. Vicente se traslada con su familia a Madrid, donde continúa fabricando material médico para suministrarlo a hospitales y centros sanitarios, mientras que Manuel se queda en Valencia, con un taller dirigido a equipos de rehabilitación y belleza.

La piedra de la locura

La muestra de la Universitat de València de la que forman parte estos aparatos, unos de colección propia del centro académico, otros cedidos por la familia y por profesionales médicos, recorre los tratamientos y terapias situándolos en su contexto. “A partir de 1920 se desarrollaron rápidamente una serie de tratamientos más o menos ”heroicos“ (de cierta eficacia, pero de carácter agresivo) para paliar expeditivamente los síntomas más dramáticos y disruptivos de la ”enfermedad mental“, entre los que cabe destacar la insulinoterapia, el choque cardiazólico, el electrochoque y la psicocirugía, el más polémico de todos ellos”, indica la muestra, que puede visitarse hasta fin de año.

Las terapias electroconvulsivas se defendieron en congresos internacionales de psiquiatría como el de París, donde en 1950 Marco Mereciano, López Ibor y Vallejo-Nágera expusieron su trabajo, asegurando que en los pacientes “el efecto es un ataque epiléptico del mismo tipo que el del cardiazol, con la ventaja de que el enfermo duerme durante varias horas. Después se despierta completamente despejado y sin otro recuerdo que de haber dormido”. Las técnicas se desarrollan en la Europa que camina hacia el fascismo y a la segunda guerra mundial y en la España franquista, un contexto que condicionó su uso, convirtiéndolo en abuso por las autoridades totalitarias, con claros fines represivos.

Las primeras sesiones con electroshock se dan en Italia, en 1938 y pronto se importan a España, en un periodo de instituciones psiquiátricas plenamente masificadas y con difícil acceso a medicamentos para los trastornos mentales graves. La aplicación del electroshock, apuntan los investigadores, responde a una base empírica: se observó que algunos pacientes mejoraban si se les inducían convulsiones eléctricas. Una década después, aparecen los psicofármacos: la clorpromazina primero, luego el prozac (fluoxetina); el tratamiento químico sustituye al físico.

“Como es sabido, estos fármacos se encuentran hoy en día entre los medicamentos más consumidos por la población, por lo que representan un negocio millonario y una porción muy destacada del gasto farmacéutico. Prestando una especial atención a su arraigo en determinados contextos sociales e institucionales, a su proyección cultural y a las controversias que ha suscitado su uso a lo largo de la historia, esta exposición se propone ofrecer un recorrido detallado por la panoplia de remedios con los que la medicina ha tratado (y trata) de extirpar la irredenta ”piedra de la locura“ y el sufrimiento psíquico”, concluye la muestra.

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