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Una odisea por seis siglos de sinrazón

'Una casa de locos', de José María Galván Candela, cedida por el Museo de Bellas Artes para la exposición de La Nau.

Laura Martínez

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Cuando la locura deja de ser considerada algo demoníaco, aparecen las primeras instituciones en occidente destinadas a aislar a los enfermos. Los “inocentes y furiosos”, que hasta el siglo XV estaban a cargo de sus familias o vagaban entre ciudades, siendo objeto de burla, maltrato, chivos expiatorios o directamente exterminados, encuentran un lugar en el que ser asistidos y apartados. Los hospitales psiquiátricos nacen con la idea de ser una institución de caridad, dar asilo a los débiles y a los molestos para protegerlos de sí mismos y del resto.

En esa misma época, cuando comienzan a brotar los valores humanistas en Europa, Sebastian Brant escribe La nave de los locos -o de los necios, según la traducción-, obra que inspiraría el cuadro homónimo de El Bosco, que destinaría parte de su obra a los vínculos entre medicina, sociedad y razón. La Universitat de València, fundada casi a la par que se publica la obra de Brant, aprovecha el cúmulo de casualidades para abordar una parte de la historia de la salud mental, que tiene en la capital valenciana una larga cronología, con una de las primeras instituciones de asilo: el Hospital de inocentes. La antigua sede de la universidad, La Nau, acoge la exposición La nau dels bojos, que se complementa con La piedra de la locura, también obra del pintor flamenco, en el Instituto Interuniversitario López Piñero.

La historia de las instituciones psiquiátricas sirve como mapa para entender los valores sociales dominantes en cada época, como guía moral. “Las ciencias de la conducta humana son disciplinas al servicio de los sistemas. Se esmeran en incluir al excluido”, explica el psiquiatra Cándido Polo, uno de los autores del itinerario. Polo, que ganó el premio de la Institució Alfons el Magnànim con una obra sobre el manicomio de Jesús y fue médico residente en el Hospital Psiquiátrico de Bétera, apunta que los primeros centros que se construyen en occidente se guían por un cambio en la concepción de la locura: “Pasan de apestados a enfermos”, pero siguen “encerrados como reos”.

En el siglo XV la ciudad de Valencia se sitúa en la vanguardia de la asistencia con la creación del gran asilo, que vive varias ampliaciones hasta transformarse en el siglo XVI en el Hospital General, edificio que hoy ocupa la Biblioteca Municipal de Valencia. El centro llega a superar los 500 pacientes, en condiciones de “represión” y hacinamiento, según los documentos de la época expuestos. La atención sanitaria se limita a cubrir las necesidades básicas, a ser “un espacio doméstico para custodiar individuos fuera de la norma”, mientras que a los “inocentes” aquellos personajes más inofensivos, se les permite la salida o el trabajo. Los alienados de este segundo grupo pasan con los años a convertirse en bufones, ser ataviados con trajes carnavalescos y formar parte de la cultura popular. La muestra lo expresa con obras de Goya y Lope de Vega como Los locos de Valencia, pasando del drama a la comedia.

El humor -la burla- hacer cotidiana una realidad que permanecía recluida desde la transgresión festiva, pero no deja de lado elementos represivos para quienes son considerados amenazantes. Ni desaparecen las sujeciones ni el maltrato físico, apunta la muestra y el comisario, que recuerda que es la Inquisición quién marca la normalidad en este periodo y empuja hacia “un sistema férreo que expurga al disidente”. El inocente es visto con ternura y caridad; el lunático con estigma y terror. Polo hace hincapié en que parte de la cultura popular de Valencia se sostiene sobre arquetipos que la dotan de un carácter de ciudad caritativa y solidaria. Así, apunta, la patrona de la ciudad, la Virgen de los Desamparados, era quien protegía a quienes no tenían nada, a los que colmaban los lechos de estos hospitales.

En paralelo evoluciona la medicina con ciertos remedios que calman o estimulan y, con los años, aparece la idea de melancolía, de enfermedad de alma y de artistas, que se romantiza especialmente en la literatura. Tres siglos más tarde, a principios del 1800, las diputaciones reciben el encargo de ocuparse de los internos y Diputación Provincial de Valencia opta por el Convento de Santa María de Jesús. El traslado no implicó una mejora de las condiciones, extremadamente precarias, ni de la asistencia, todavía pendiente de la caridad religiosa y prácticamente impermeable a los avances científicos, con la psiquiatría comenzando a dar sus pasos en Francia a través de los alienistas. Se atisba cierta mejora con la proliferación del psicoanálisis, que penetran en la literatura con la Generación del 27 y en las instituciones republicanas, pero el franquismo y la psiquiatría nacionalcatólica lo borran rápidamente con “teorías eugenésicas” para corregir desajustes morales e ideológicos.

En España tienen que pasar más de cuarenta años para que se produzca un avance en derechos. La última etapa de la muestra la ilustra el Hospital Psiquiátrico de Bétera, inaugurado en 1973, en los últimos años de la transición, que pese a su presupuesto arrancó “con un gravísimo error de cálculo: cuando el fastuoso plan se proyectó, las grandes instituciones multitudinarias estaban desaconsejadas por la OMS desde mediados de siglo”, apunta Polo. A los pocos años, se constata el problema de los macrocentros, cuando ya han triunfado las ideas de los antipsiquiatras y las ramas pro derechos. Es entonces cuando llega la ley de Sanidad de Ernest Lluch, que en 1986 diseñó las líneas de la transformación de la asistencia psiquiátrica, con los primeros pasos hacia un modelo descentralizado y comunitario, eliminando el concepto de manicomio. Y ahí, en el tramo final de la muestra, es donde se ven los rostros. Las miradas frágiles, desencajadas. Las habitaciones blancas, vacías. Los rotos.

La piedra de la locura

El itinerario que conduce Polo por tres salas de la antigua sede universitaria divide sus etapas siguiendo las cuatro grandes instituciones: el ya citado hospital de inocentes, el Hospital General, el Hospital de Jesús y el Hospital Psiquiátrico de Bétera y se compone de una ingente cantidad de escritos y obra documental. La muestra se complementa en el Instituto Interuniversitario López Piñero con La piedra de la locura, a cargo del también psiquiatra e investigador Enric Novella, profesor de Historia de la Medicina en la UV.

Tomando el título de una obra de El Bosco, el recorrido, más modesto, expone los tratamientos de la locura en los últimos siglos ajustados a su contexto social. Los tratamientos sintomáticos pasan de plantas medicinales a algunos fármacos más agresivos ya en el siglo XX, pasando por los electrochoques o trepanaciones craneales. Entre otras, la muestra recoge a muestra la práctica totalidad de los modelos de aparatos de electroshock fabricados por la empresa valenciana Millás Mossi en las décadas centrales del siglo XX y decenas de artículos académicos. Novella recuerda que los tratamientos responden, como la ciencia, a las “necesidades de disciplinamiento” de cada contexto social y que evolucionan de formas agresivas a métodos más respetuosos. En medicina, como en otras disciplinas, conviven “ideas científicas, valores sociales y estrategias de poder”. Ambas muestras tienen como objeto abordar la historia desde una perspectiva crítica y plantear, si es posible, las relaciones entre razón y sinrazón.

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