El retrato berlanguiano del drama de la economía sumergida del calzado
Juan y Antonia representan a una familia humilde trabajadora del calzado que sueña con un Seat Panda como símbolo de un estatus del que carecen. El primero es cortador, la segunda aparadora desde casa. A Juan lo estafa un empresario sin escrúpulos, a Antonia toda la sociedad.
El Gran Teatre de Elche se llenó este viernes en el estreno de 'La fábrica', una producción teatral ambientada en los años ochenta, que aborda desde la comedia el drama de la precariedad laboral y cómo ésta determina las vidas de tres generaciones de mujeres.
El autor y director, Luis Castro, logra un mayúsculo homenaje al colectivo olvidado de las mujeres aparadoras, visibilizadas desde que se constituyeran como asociación hace un año https://www.eldiario.es/cv/alicante/Aparadoras-Elche-asociacion-Espana-invisibilidad_0_762224631.html y sinónimo de trabajo sumergido en el hogar o en talleres clandestinos, mal pagado, sin contrato y sin cotización a la Seguridad Social, arrastrando enfermedades no reconocidas.
El peso de la obra recae en Antonia, madre de una joven de la que se empeña en que estudie en la universidad para que no sufra “las condiciones de esclavitud” que ella padece; e hija de Hortensia, abuela que sobrevivió a la posguerra y que observa con incredulidad como el desarrollismo económico no ha llegado a todas las casas por igual.
Cuenta Castro que para trazar un retrato real se ha entrevistado con el colectivo de las aparadoras. De esta forma Antonia aparece en una secuencia cosiendo con la máquina de aparado que preside el salón de la casa y lo hace por el día y por la noche, mientras su familia descansa, hasta que Ortensia la sustituye porque ésta se ha quedado dormida del cansancio.
La cotidiana 'fragilidad' laboral de esta familia ilicitana se rompe cuando Juan descubre que su puesto de trabajo ha amanecido vacío. El que creía que era su amigo, además de su jefe, José Bernabéu, ha dejado a 30 trabajadores en la calle asediado por las deudas.
Y así llega la representación del otro lado de la moneda. Si en el último escalafón de la precariedad está la aparadora, le sigue el trabajador del calzado, “muchas veces trabajando sin contrato y cobrando el paro” se oye decir en un momento de la obra, 'La fábrica' no se olvida del que hace posible la estafa laboral, el empresariado.
Y Castro lo hace recurriendo a la todavía frecuente práctica del trilerismo. La empresa de José, como todo el mundo cree, está a nombre de su mujer, una señora de bien que se abraza a su abrigo de pieles como refugio de la última propiedad que le queda tras ser embargada. Pero más adelante se sabe que en los últimos seis meses ha pasado a manos de Juan, el cortador, sin que éste lo supiera “por su manía de no leer lo que firma”, le espeta su mujer.
La obra, realizada bajo las marcas de la escuela de teatro “Espai Escènic d'Elx” y las compañías teatrales “Las Siete Glorias” y “La Carátula”, además de contar con la colaboración del Museo de Pusol y la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Elche, se representará próximamente en otros puntos de la provincia de Alicante como Elda u Orihuela donde el calzado y la economía sumergida siguen caminando de la mano.
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