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La pandemia que agravó la brecha laboral de género: más paro, menos ingresos, mayor vulnerabilidad para las mujeres

Una mujer realiza teletrabajo en su casa. EFE/Enric Fontcuberta/Archivo

Laura Martínez

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La crisis económica derivada de la COVID-19 ha tenido un fuerte impacto de género que supondrá un incremento drástico en la feminización de la pobreza si el Estado no activa los mecanismos necesarios para frenarla. Las mujeres concentraron el 60% del aumento de paro, pero ya eran el 47% de los trabajadores activos. La tasa de empleo de las mujeres -proporción de mujeres ocupando un puesto de trabajo- es inferior en más de 10 puntos porcentuales a la tasa de los varones; de cada diez mujeres en edad de trabajar solo cuatro están empleadas, una tendencia que arrastra décadas.

El aumento del paro entre las mujeres ha sido notablemente superior al masculino, con 268.000 paradas más y 194.000 parados nuevos en los 14 meses de convivencia con la COVID-19. Ello sitúa la tasa de paro de las mujeres en el 18,13% y la de los hombres en un 14% y feminiza el riesgo de pobreza. “La tasa de paro siempre ha sido mayor en las mujeres que en los hombres; la pandemia la aumenta”, explica el economista Vicente Castelló, autor del estudio sobre brecha de género durante la pandemia de la Cátedra Prospect CV 2030.

La vulnerabilidad se agrava a medida que el perfil de trabajador se aleja del homo economicus de Adam Smith: las mujeres con nacionalidad española representan un 16% de la tasa de paro, mientras que las mujeres extranjeras son un 31%, prácticamente el doble. También en la precariedad hay escalones, pero se caminan hacia abajo. A la ecuación, señala el profesor, habría que añadir la situación de las mujeres trabajadoras del hogar, “las olvidadas” de la crisis de la pandemia: “Muchas de ellas sin derechos arriesgan su integridad y su trabajo por no perder el empleo. Si su situación ya era complicada, en el contexto actual, empeora aún más ya que normalmente no tienen derecho a cobrar prestaciones por desempleo”, subraya. Las migrantes -'sin papeles'- quedan fuera de la estadística y de la protección social, como aquellas que trabajan en la economía sumergida.

La crisis financiera que arrancó en 2007 afectó principalmente a sectores masculinizados -banca, construcción, industria-, mientras que esta se ha cebado con el sector servicios y el turismo, áreas precarias y fuertemente feminizadas. “La evidencia disponible pone de relieve que la naturaleza de esta crisis es distinta de las recesiones anteriores, en que los sectores más afectados tenían una mayor presencia de los hombres, como la construcción o la industria. En esta ocasión ha tenido una mayor incidencia negativa en el sector servicios, cuya actividad requiere un elevado nivel de interacción social, con mayor proporción de mujeres respecto a los hombres; en concreto, en personal doméstico con un 87%, comercio al por menor (con un 61%), hostelería (54%), actividades administrativas y financieras (54%)”, indica el estudio.

La pandemia ha sacudido los débiles cimientos del mercado laboral español y ha agrandado sus brechas. Castelló, también profesor invitado de la Universidad Lumière de Lyon y miembro del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Local, identifica dos tipos de segregación en el mercado laboral: la vertical y la horizontal; o, coloquialmente: el techo de cristal y la brecha salarial. En los contratos a tiempo parcial involuntario son mayoritarias las mujeres, con un 73% del total según sus datos, recabados del Instituto Nacional de Estadística. “Ello repercute negativamente en el desarrollo de sus carreras profesionales, su formación, su derecho a una pensión y sus prestaciones por desempleo como, asimismo, en la brecha salarial”, una variable a tener en cuenta al calcular las pensiones y que lastrará las de las mujeres.

La tasa de temporalidad continua siendo más elevada en las mujeres que en los hombres: un 25,8% frente al 21,9%, una característica de los nuevos puestos de trabajo, apunta el profesor, que considera que “la temporalidad ya no es una opción elegida libremente por los trabajadores sino, directamente, el modo de vida de cada vez más personas”. Otro de los datos que utiliza el economista para respaldar su afirmación es el número de horas trabajadas, dada la fluctuación del mercado debido a la alteración en las restricciones. El nivel de actividad retrocedió de forma muy acusada desde el primer trimestre de 2020 en el empleo de las mujeres, con una pérdida del 9% de horas frente al 6,8% de los hombres. De este modo, sus ingresos se han reducido mucho más (15%) que el de los hombres (11%), según los cálculos de la Organización Internacional de Trabajo recogidos en el informe.

Del Estado depende que la curva de la precariedad aumente o descienda y de los contribuyentes y la política fiscal tener un Estado de Bienestar potente o frágil; low cost. El economista señala como urgente habilitar mecanismos que hagan fácil el acceso a los recursos públicos de atención primaria, la dependencia o infancia para que no sigan recayendo sobre las mujeres, que soportan la llamada doble jornada, así como otros cambios de índole sociocultural, como inculcar la corresponsabilidad familiar y doméstica. A corto plazo, marca, los objetivos deben ser la recuperación de las tasas de actividad y de ocupación; a medio plazo, los objetivos deben configurarse en alcanzar la plena equiparación de mujeres y hombres en cuanto a su participación en el trabajo remunerado, “ una igualdad de oportunidades real y efectiva”, con medidas de apoyo y refuerzo de las políticas activas de empleo -que requieren de una exhaustiva revisión, según el experto-. Castelló se sirve de Stendhal para enfatizar que “ el acceso de las mujeres a la igualdad perfecta doblaría el potencial intelectual del género humano” y del economista Joseph Stiglitz para preguntarse “¿Cómo se puede pretender que el mejor medio de aumentar el nivel de vida sea adoptar políticas concebidas para disminuirla?”. Así, la igualdad económica no es una cuestión meramente numérica, si no una medida de cohesión social.

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