Día Mundial de la Sangría: esta es la verdadera receta de la bebida española por antonomasia
Cuando llega el calor y las terrazas vuelven a llenarse, pocos símbolos resultan tan reconocibles como una jarra de sangría fría sobre la mesa. Se asocia al verano, a las barbacoas, a las comidas familiares y a esa idea de celebración colectiva que tan bien define nuestra cultura gastronómica. Sin embargo, en torno a la sangría tradicional circulan mil versiones distintas. Cada casa tiene su truco, cada familia defiende su mezcla como la auténtica y cada viajero cree haber descubierto la suya. Pero la receta original —la que sigue marcando el canon— es mucho más sencilla de lo que parece.
En el Día Mundial de la Sangría, merece la pena volver a las bases: qué lleva realmente, por qué se macera, qué vino elegir y qué errores conviene evitar para que la sangría casera conserve su identidad y siga siendo esa bebida alegre que acompaña nuestras sobremesas estivales.
El origen humilde de una bebida universal
Antes de que se convirtiera en icono cultural y atractivo turístico, la sangría española nació como una manera ingeniosa de aprovechar el vino y añadirle fruta para suavizarlo. El nombre procede del color rojizo que aporta el tinto, y aunque hoy existan variantes con vino blanco, cava o incluso espumosos, la tradición está clara: la sangría tradicional es roja, afrutada y equilibrada.
Su éxito también se entiende por otra razón: no necesita técnica compleja. Es una bebida que democratiza el verano. No hace falta un vino caro, pero sí uno digno; no necesita maquinaria, solo tiempo de maceración; y no obliga a seguir una receta rígida, sino una estructura básica donde fruta y vino se entienden entre sí.
Cómo hacer la auténtica sangría
A veces lo más simple es lo que mejor resiste al paso del tiempo. Para preparar sangría casera realmente buena, la clave está en tres decisiones: el vino, la fruta y la espera. Es decir, elegir un tinto correcto, usar fruta fresca y dejar que los ingredientes se conozcan antes de servirla.
Ingredientes para una jarra:
- 1 litro de vino tinto joven y afrutado
- 1 melocotón firme
- 1 manzana
- 1 pera
- Medio melón
- 1 rama de canela
- Piel de naranja
- Piel de limón
- Azúcar al gusto
- Medio litro de refresco de limón, de naranja o gaseosa
La preparación respeta la lógica mediterránea: cortar, mezclar y esperar. En un recipiente amplio se incorporan las frutas peladas, las pieles cítricas, el vino, el refresco elegido, el azúcar y la canela. La mezcla debe reposar al menos dos horas, que es el tiempo necesario para que la fruta perfume el líquido sin perder su firmeza.
Solo hay una regla estricta: el hielo se añade al final, justo al servir, para evitar que se derrita y agüe el resultado. La sangría casera no necesita graduación extra, aunque hay quien añade un chorrito de brandy o licor suave. Es cuestión de gustos, siempre que no domine sobre el vino.
Por qué esta receta sigue siendo la más fiel
Con los años, la receta básica de sangría tradicional se ha visto rodeada de reinterpretaciones. Y es normal: su flexibilidad invita a experimentar. Pero la esencia sigue siendo la misma, porque lo que define la sangría no es la extravagancia, sino el equilibrio.
La fruta debe ser fresca, nunca en almíbar, para evitar un dulzor exagerado que rompa la armonía. El vino no necesita ser caro, pero debe tener honestidad: si es demasiado áspero, ni la fruta ni el azúcar corregirán el resultado. Y la maceración es innegociable. El reposo transforma una mezcla de ingredientes en una bebida coherente en aroma, sabor y frescor.
El atractivo de la sangría radica, precisamente, en esa sencillez bien ejecutada. No pretende ser un cóctel complejo ni un ejercicio de sofisticación. Es una bebida para compartir, servida en jarra, creada para las mesas largas, los brindis espontáneos y los veranos en los que el tiempo parece más lento.
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