Puede que no sea delicado hablar de ello en determinadas circunstancias, pero una buena parte de la experiencia de estar vivos es que la comida que entra por la boca, después de que nuestro cuerpo aproveche sus nutrientes, tiene que salir por el otro extremo de nuestro tubo digestivo.
Un ser humano produce entre 150 gramos y un cuarto de kilo de heces al día. La composición habitual es un 75% de agua y un 25% de sólidos. Pero hay que tener en cuenta que un tercio de nuestras heces son bacterias intestinales muertas, que trabajan sin descanso en nuestro interior para digerir alimentos que de otro modo no podríamos aprovechar, como la fibra, y producir compuestos que nos son útiles, como neurotransmisores o vitaminas.
Desde la antigüedad los médicos han examinado las heces para evaluar la salud de sus pacientes. Incluso en la actualidad se usa la famosa escala de Bristol de siete niveles para evaluar la consistencia de las heces, desde líquida (diarrea) hasta “trozos duros separados que pasan con dificultad” (estreñimiento). Es deseable estar en la mitad de la escala, que se describe “como una salchicha o una serpiente, lisa y blanda”.
En el tramo final de nuestro intestino se absorben el agua y los últimos nutrientes, y esto va a determinar la consistencia de las heces y, por tanto, la frecuencia con la que tengamos que ir al baño. Cuando el tránsito se ralentiza, el colon absorbe más agua, endureciendo las heces. Si es demasiado rápido, no hay absorción suficiente y tienden a ser líquidas. A no ser que haya algún tipo de trastorno, este equilibrio depende del volumen fecal, que a su vez se relaciona con la fibra que comemos, la hidratación y la actividad física, que estimula la motilidad intestinal.
El estudio pionero de Ken Heaton en Brístol (del que salió la famosa escala) encontró que solo el 40% de los hombres y 33% de las mujeres evacuaban diariamente. El rango clínicamente normal abarca desde tres veces al día hasta tres veces por semana. Entonces, ¿qué frecuencia es normal?
La regularidad para ir al baño y los hábitos
La idea general es que, en personas sanas, una dieta que no aporte suficientes líquidos o baja en fibra puede producir estreñimiento, y por tanto una baja frecuencia de evacuación, mientras que tomar mucha fibra y líquidos ayuda a ir al baño con más frecuencia. También influyen los hábitos: las personas sedentarias padecen más estreñimiento, mientras que el ejercicio físico regular está relacionado con una mayor regularidad.
“Lo suyo es evacuar diariamente”, afirma la nutricionista Rafaela Torres, especialista en microbiota. “Pero hay pacientes que evacuan cada dos días y es su ciclo habitual y no tiene por qué afectarles una patología, y hay pacientes que cuando evacuan cada dos días se le produce una oclusión intestinal. Todo tiene que ser personalizado”, puntualiza.
Lo suyo es evacuar diariamente, pero hay pacientes que evacuan cada dos días y es su ciclo habitual y no tiene por qué afectarles una patología
Además, las enfermedades como el síndrome de intestino irritable pueden influir en la frecuencia de evacuación. Los fármacos como opioides, antihipertensivos y antiácidos con aluminio también ralentizan el tránsito intestinal. Y, por supuesto, una infección como la salmonelosis puede provocar una diarrea en cualquier momento.
¿Cuándo hemos de alertarnos y consultar a un médico? “Debemos preocuparnos con cambios muy bruscos o muy relevantes”, explica el cirujano especialista en aparato digestivo Carlos De Sola Earle. “Una diarrea acuosa y de inicio rápido indica una probable infección por algo que hemos comido. Debemos consultar, más incluso, si tenemos dolor, fiebre o debilidad. En el caso del estreñimiento, consultaremos si esto no nos ha ocurrido antes y, sobre todo, si se acompaña de dolor, fiebre o sangrado por vía rectal”, aclara.
La frecuencia de deposición puede variar de una persona a otra, pero hay estudios que indican que en casos extremos pueden tener un impacto en la salud. Una revisión de estudios sobre la base de datos de los Institutos de Salud de EEUU encontró que con menos de siete deposiciones por semana, es decir, menos de una vez al día, aumentaba el riesgo de mortalidad por cualquier causa. Por ejemplo, en comparación, ir solo cuatro veces por semana ya aumentaba hasta el doble el riesgo de muerte en general, cáncer y enfermedades cardiovasculares.
La explicación puede estar en la microbiota. Un reciente estudio encontró que, en condiciones normales de regularidad, por ejemplo, una evacuación al día, las bacterias del intestino descomponen la fibra y la convierten en ácidos grasos de cadena corta como el butirato, que tienen muchos efectos beneficiosos para la salud. Sin embargo, cuando las heces permanecían demasiado tiempo en el intestino, los microbios agotaban la fibra y empezaban a fermentar las proteínas. El resultado de esta fermentación eran sustancias tóxicas que aumentaban la inflamación.
El verano y la frecuencia de deposición
Si nos paramos a pensarlo, el verano no es la mejor época del año para nuestro intestino. En la temporada estival aumentan los casos tanto de diarrea como de estreñimiento. “Es normal que se nos acentúen nuestros defectos”, explica el doctor De Sola. “El estreñido puede estarlo más si sufre calor, falta de hidratación o cambia sus hábitos horarios por los viajes. Pero también puede mejorar si consigue olvidar aquello que le estresa y toma más frutas y hortalizas típicas de la temporada”, añade.
En verano, los viajes, cambios horarios y comidas irregulares nos alteran el “reloj intestinal”. Con el calor también perdemos más agua por el sudor y podemos padecer una deshidratación moderada. Si no reponemos líquidos, el colon extrae más agua de las heces, endureciéndolas. Además, en verano cambian nuestros hábitos dietéticos. Puede que comamos menos cantidad o que aumentamos el consumo de helados, fritos y alcohol.
“En verano comemos más a deshoras, nos levantamos tarde, no desayunamos, comemos solo una comida al día y, si nuestro organismo no está acostumbrado a eso, evidentemente puede tener un efecto a nivel intestinal”, confirma Torres. “Pero el verano también es la mejor época para cuidarse porque se comen más frutas y verduras frescas y se comen alimentos más ricos en fibra y en agua”, aclara la nutricionista.
[En verano] Notaremos algunos cambios en nuestro ritmo intestinal de los que debemos comprender su naturaleza para saber cuándo necesitan de una atención especial
“Las vacaciones de verano están para disfrutar, sin obsesionarse”, añade el doctor De Sola. “Notaremos algunos cambios en nuestro ritmo intestinal de los que debemos comprender su naturaleza para saber cuándo necesitan de una atención especial”.
Mantener la armonía intestinal en verano requiere un enfoque práctico. Hidratarnos por encima de lo habitual en invierno, consumir fibra en forma de fruta y verdura, tomar fermentados o probióticos, movernos todo lo posible y tener cuidado con los alimentos expuestos al calor y las intoxicaciones alimentarias son las claves para que nuestro intestino siga en marcha a pesar del calor.
* Darío Pescador es editor y director de la Revista Quo y autor del libro Tu mejor yo.
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