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Harvey Weinstein y la 'sutileza' del depredador con poder: “Soy el sheriff de este puto pueblo”

'Untouchable', el documental sobre el escándalo Weinstein. VÉRTICE 360

Paula Corroto

La cuestión es la sutileza. El tocamiento en la nuca, la copa en el hotel, el masaje, la reunión en una habitación a última hora, el beso que no es “robado”. No hay violencia explícita cuando uno no tiene necesidad de ejercerla. Ya sabe que manda. Y depreda. “Soy el sheriff de este puto pueblo”, dijo Harvey Weinstein aún en la cima de Hollywood. Cuando todavía eran los años 2000, su empresa Miramax ganaba premios Oscar y era uno de los capos de la industria del cine. Cuando se permitía cometer los abusos sexuales que sacaron a la luz The New York Times y The New Yorker en 2017 y que ahora cobran cuerpo a través de diferentes testimonios de mujeres en el documental Intocable, de Ursula MacFarlane, que se estrena este fin de semana.

La cinta aborda el camino depredador del productor que se enfrenta el próximo enero a un juicio por estos abusos. Porque este caso ha llegado a los tribunales, y aunque Weinstein haya resaltado su inocencia tendrá que probar que las denuncias no son ciertas. Y hay documentos como los acuerdos que el acusado hizo firmar a mujeres para que permanecieran calladas y grabaciones, como se pueden escuchar en este documental que cuenta con relatos de todo tipo, desde violaciones con penetración, como describe la actriz Paz de la Huerta –la negativa sí podía sacar la parte más violenta del productor- hasta múltiples situaciones de acoso, como explican Erika Rosemblaum o Rosana Arquette. En todas hay un punto coincidente: el poder que tenía el productor.

Todo empezó en los setenta

Intocable comienza cuando se inició todo: a finales de los setenta, cuando Weinstein era un joven promotor de conciertos en la ciudad de Buffalo, en el estado de Nueva York. Allí conoce a Hope D'Amore, a quien le cuenta su deseo de montar junto a su hermano Bob su productora, Miramax, nombre compuesto por el nombre de sus padres Miriam y Max. “No me resultaba atractivo físicamente, pero sí era una persona encantadora. Se podía hablar de todo con él”, relata D’Amore en el documental. La invitó a Nueva York, donde tendría una reunión, y cuando llegaron al hotel le comentó que “desafortunadamente” sólo había una habitación libre con una cama. D’Amore le conmina a dormir en la silla, pero Weinstein insiste y se mete en la cama. “Éramos amigos. Me engatusó. Yo no quería, pero dejé hacer”, cuenta D’Amore, que ahora tiene más de 50 años, entre lágrimas. La violencia de la sutileza.

Al caso más antiguo que aparece en la narración le siguen los testimonios de varios trabajadores de Miramax ya en los ochenta. Describen los inicios de la edad de oro de la empresa, cuando se hicieron con los guiones de películas como Cinema Paradiso, Mi pie izquierdo y Sexo, mentiras y cintas de vídeo. La productora era una fiesta. Pero ya pasaban cosas con Weinstein. Su secretaria resalta que era una persona que sabía lo que quería, iba a por ello y no se le podía decir que no. En nada. Una ambición desmedida. Era la construcción de Harvey Weinstein para ser Havery Weinstein, la persona más poderosa de Hollywood. “Sabíamos que era infiel a su mujer, pero pensábamos que era eso, infiel”, apostilla la secretaria.

No obstante, varios relatos de exempleados –hombres y mujeres- también apuntan a casos que comenzaban a escucharse y que iban más allá de una infidelidad. De hecho, el exdirector financiero se lamenta de no haber denunciado la situación de acoso que vivió una amiga con Weinstein, tal y como le contó ella más tarde.

Los dorados noventa

Pero el oropel y el dinero pueden tapar muchas cosas, según insiste el documental en su narrativa. En los noventa, Miramax tuvo un despegue extraordinario. En 1993 la compró Disney –pero Harvey y Bob mantuvieron su poder- con lo que los dólares entraron a raudales. Weinstein era considerado un productor “brillante” y “con muy buenas ideas”, como se relata en la cinta, que también expone que el productor no era ningún mediocre en su trabajo y que amaba realmente el cine.

Produce películas como Pulp Fiction, Poderosa Afrodita, La vida es bella, Fresa y chocolate, El indomable Will Hunting, Gangs of New York, Scream, Shakespeare in Love y El talento de Mr. Ripley, entre otras que consiguieron una taquilla importante y que además ganaban premios. Porque Weinstein también estaba obsesionado con los Oscar. Era su mejor época como se ve en numerosas fotografías. Harvey con Gwyneth Paltrow, con Leonardo Di Caprio. Estar en la fiesta de esta empresa era lo mejor que le podía pasar a una actriz.

O no. Mientras la prensa daba cuenta de este tipo de noticias al otro lado del foco la luz no era la misma. Erika Rosenbaum, Paz de la Huerta y Rosanna Arquette ponen su voz y su imagen para contar la técnica depredadora del productor. Es muy parecida. En el caso de las dos primeras buscaban hacerse un sitio en Hollywood. “Pensaba que era mi momento y deseaba reunirme con él”, comenta Rosenbaum. La reunión acabó en el baño de un hotel, con Weinstein sin pantalones y la mano en la nuca de la actriz mientras le decía frente al espejo: “Sólo quiero mirarte unos minutos”. Rosenbaum se escabulló; de la Huerta denuncia que fue violada. Arquette declara: “Me pidió un masaje. Le dije que no y la situación fue muy desagradable”.

Cerco al productor

Ya a finales de los noventa se empezó a husmear en la vida de Weinstein por lo que se rumoreaba y se decía en voz baja. Eran reportajes que indagaban en el enorme poder que tenía el productor. Ken Auletta, de The New Yorker, intentó ir más allá y contactó con una extrabajadora del productor, que le llegó a contar el acoso que había sufrido. No pudo publicar nada porque ella había firmado un acuerdo con la firma para permanecer callada. Auletta siente en el documental no haber podido hacer pública aquella historia en 2002.

Todavía eran años en los que si algo se decía de Weinstein y su relación con las mujeres se teñía de risas. Era una broma. Aquello aún duraría una década. Courtney Love decía en 2005 ante las cámaras durante un estreno: “Si Weinstein te invita a una fiesta… no vayas”. Y más risas con el comentario. En los Oscar de 2013, el actor Seth McFarlane comentó antes de leer el nombre de las nominadas al Oscar a la mejor actriz de reparto: “Felicitaciones, ustedes cinco ya no tienen que pretender sentirse atraídas por Harvey Weinstein”. Uno de los chistes de la gala.

Pero algo comenzaría a cambiar no mucho después. Varios periodistas aluden a que la venta de Miramax a Disney en 2005 fue el inicio del fin. Otra vez el dinero y el poder. Y, con el tiempo y al ver que no conseguía el éxito que con su anterior empresa, Weinstein comenzó a estar preocupado, según el documental en su parte final. Fue cuando en una fiesta, ante las preguntas de una periodista sobre por qué no estrenaba la película O, una nueva versión de Otelo, contestó enfurecido y ante la grabadora: “¿Quién ha dejado entrar aquí a esta zorra? Soy el sheriff de este puto pueblo”.

Aquella declaración nunca se publicó. Órdenes de muy arriba, cuentan los periodistas que estuvieron presentes en la escena. También los reporteros se percataron –y este es un giro interesante en el documental- de que a partir de 2016 Weinstein empezó a ir a conferencias y mítines de mujeres que se habían reconocido feministas como Hillary Clinton. Las fotos ya no eran con actrices sino con políticas progresistas y feministas. El giro del aliado.

Denuncia en los tribunales

Pero ya Weinstein no era tan Weinstein y las investigaciones llegaron y también las denuncias. Primero en la prensa, con los reportajes de Ronan Farrow en The New Yorker y de Jodi Kantor y Megan Twohey en The New York Times, que obtuvieron el Pulitzer por esta cobertura, y que comentan en la cinta cómo llevaron a cabo su investigación en la cinta. Después la denuncia se hizo formal en los tribunales, en diciembre de 2017. Y con ello, la caída de quien había estado en lo más alto de la industria y a quien todo el mundo había rendido pleitesía. Aquellas denuncias también supusieron el inicio del movimiento #metoo en EEUU, que ha alcanzado a otros nombres tanto dentro como fuera de la industria de Hollywood.

Las mujeres que ofrecen su testimonio en el documental, siempre mirando a la cámara con firmeza –los hermanos Weinstein no ofrecen declaraciones– se muestran contentas con que las denuncias hayan llegado a juicio, aunque las palabras de Ronan Farrow con las que culmina la cinta dan pie a la continuidad: “Siempre hay un Harvey Weinstein en cada industria”. Con poder y sutileza.

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