Los años eternos de Meat Loaf
Por mucho tiempo que haya pasado, aún guardo en la memoria el tacto de la tiza, los números en la pizarra y las primeras vocales. También las manchas de bolígrafo sobre la ropa de la escuela y el aroma a tiempos pasados, de cuando sonaba el timbre y yo salía escopetado a la calle.
De dos zancadas me ponía en el cruce de calles, ahí donde Bravo Murillo hace esquina con San Germán, donde una vez hubo una tienda de discos. En su escaparate destacaba el colorido vibrante de una portada; una viñeta donde aparecía un motorista melenudo conduciendo su máquina a todo gas. Escapaba del cementerio y se dirigía hacia un cielo crepuscular. Tras el motorista, la figura inquietante de un murciélago desplegaba sus alas sobre el tejado de una torre.
Siempre tuve curiosidad por aquel disco. Años después, lo encontré en casa de un amigo de Villaverde. Pertenecía a la colección de su hermano mayor. En cuanto lo vi, le dije a mi amigo que lo pusiera en el tocata. Entonces se despejó aquel misterio que había permanecido oculto durante tanto tiempo. Así fue cómo descubrí la música de Meat Loaf, un rock pesado que no renunciaba a la ópera alemana. Stevie Van Zandt cuenta en su libro de memorias (Libros del Kultrum) que, de haber sido alemán, Meat Loaf se hubiese llamado Chuleta de Sajonia. Más allá de la broma, la influencia de Richard Wagner en Meat Loaf es indiscutible.
El disco me gustó tanto que mi amigo me lo grabó en una de aquellas cintas de 90 minutos que había entonces. Por una cara sonaba Meat Loaf y por la otra los Kiss con su disco maldito “Music from The Elder”, lo que resultó ser algo más que una mera coincidencia. Porque, ahora que lo pienso, tanto Meat Loaf como el grupo de Gene Simmons bebían de las mismas fuentes. En ambos, su puesta en escena estaba influenciada por el teatro, así como por el mundo del cómic, una dimensión gráfica que yo descubriría a la vez que escuchaba aquella música.
La portada de Meat Loaf venía firmada por Richard Corben, el dibujante norteamericano que combinaba el sexo con lo siniestro de la misma forma que Eros se combina con Tánatos. Sus historias fantásticas, viñetas ilustradas a todo color, se podían encontrar en los quioscos, en publicaciones mensuales como 1984 o Metal Hurlant. Ahora, la editorial Planeta ha recopilado su obra, pero en aquellos tiempos tenías que esperar al mes siguiente para saber lo que le pasaba a Den y a todos aquellos personajes de fantasía heroica creados por Corben. La historia se cortaba tras un irritante “continuará” al pie de la última viñeta.
Así ocurría, mientras yo intentaba sacar los acordes a la guitarra siguiendo la música de aquel disco de Meat Loaf. Era una guitarra que mi madre había conseguido rellenando cupones en las cartillas del Spar, los supermercados de entonces, y a la que había cambiado las cuerdas por otras de guitarra eléctrica. También le había puesto una pastilla. Recuerdo que con tales inventos me cargué el amplificador del equipo que había en el salón de casa.
Con la muerte de Meat Loaf me vienen a la memoria estos asaltos del recuerdo, de cuando los quioscos lucían el colorido de los cómics de entonces, y yo no me atrevía a soñar que algún día muy lejano lo contaría para ser leído en una pantalla iluminada. La llegada de Internet ha supuesto una revolución tecnológica que —entre otras muchas cosas— nos sirve para encontrar, de inmediato, cualquier disco que antes lucía en el escaparate de tiendas como aquella ante la que yo detenía mis pasos. Hoy es una frutería, pero en mis tiempos vendían discos.
Por todo ello, aunque la nostalgia sea un impulso común al ser humano, y ahora nos la vendan en su dimensión más enferma, envuelta en melancolía, hay que saber apreciar el momento que estamos viviendo. Sobre todo lo demás, porque ya no volverá de nuevo.
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