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Nazis, testaferros, expolios y un profesor de kárate: la diáspora de los dibujos de Goya

Una exposición con grabados de Goya, en una imagen de archivo

Peio H. Riaño

1 de enero de 2022 21:59 h

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Hace doscientos años a España tampoco le salían las cuentas. Las consecuencias de la invasión y la guerra contra las fuerzas de Napoleón (1808-1814) dejó al país herido de muerte. Al colapso del sistema económico agrícola y ganadero había que añadir la pobreza de la ciudadanía, los cuantiosos daños causados, el crecimiento de la mortalidad y las arcas municipales a cero. No eran buenos tiempos ni para el reputado pintor Francisco de Goya, que vio cómo sus principales clientes desaparecían de la escena pública: Carlos IV abdicó y Manuel Godoy, el segundo hombre más poderoso del momento, renunció a todo.

Goya nunca perdió su cargo como pintor de corte, nunca dejó de ser el artista más cercano al poder, nunca se rebeló contra quienes le facilitaban sus privilegios, pero tampoco miró para otro lado. En su intimidad dibujaba contra lo insoportable. La ignorancia y la barbarie. En los últimos años de la guerra no tenía papel de calidad para seguir haciéndolo y usaba lo que tenía a su alcance. Un día eran unas hojas sueltas de algún libro de registro notarial, otro algunas hojas de algún álbum de escribano. Lo que fuera. Hoy lo tildaríamos de “problemas de primer mundo”. Con la tinta pasaba lo mismo: usaba la ferrogálica, la misma que utilizaba para escribir, pero la aplicaba con pincel. Tintas y papeles baratos para quien gustaba ir en carruaje.

El tiempo, mucho más exquisito que el autor, se ha cebado con las zonas donde el pintor cargaba más tinta para retratar escenas de miseria, violencia y tragedia. Con la realidad se inspiraba y con la imaginación la traicionaba. No era Goya un fotoperiodista, aunque no hiciera otra cosa más que observar y reflexionar. Y tomar apuntes. Primera discordia: ¿usaba cuadernos Goya o eran hojas sueltas? Jesusa Vega, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid y la mayor especialista en el pintor aragonés, indica que no se sabe si en vida de Goya los dibujos estuvieron encuadernados o en carpetas. Por eso ella no los llama “cuadernos”, prefiere referirse a este conjunto de dibujos como álbumes, respetando las diferentes condiciones de las series. José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo Nacional del Prado, se decanta por la idea de “cuadernos”.

La diáspora de las hojas

Quizá algún día se resuelva esta duda. De momento, sabemos que Javier Goya heredó en 1828 todos los dibujos que su padre había realizado en ocho álbumes... o cuadernos. Y los recompuso y reorganizó en tres volúmenes. Quizá para ponerlos a la venta, aunque nunca se desprendió de ellos.

José de la Mano, galerista e historiador del arte que ha investigado durante cuatro años la fortuna de los álbumes y dibujos, publicará sus conclusiones en dos semanas en un libro titulado El legado de Javier Goya. Los álbumes de dibujos de su padre. “Javier no tenía ninguna intención de vender. El uso que hace de esos álbumes es de preservación y para dar a conocer la faceta de dibujante de su padre a todo aquel que pasara por casa. No quería vender, para nada. Solo quería conservar”, aclara a este periódico. Dice que no todos fueron cuadernos, que algunos eran hojas sueltas. “Sobre todo el álbum C”, que corresponde a los años 1812-1820. Por eso Javier lo organizó en tres álbumes.

Fue Mariano quien encendió la máquina de la venta del millar de dibujos de su abuelo. En los primeros meses de 1856 vende los tres álbumes a un “consorcio” compuesto por el coleccionista Valentín Carderera y por el pintor y director del Museo del Prado Federico de Madrazo y Román Garreta, que vende uno de los álbumes al Prado en 1866. Hasta ese año el millar de dibujos podría haberse quedado en España, pero los nuevos dueños no tuvieron intención de verse beneficiados por un mercado sin fondos como el español. La dispersión empieza con Carderera vendiendo al British Museum su parte. José de la Mano cuenta que Federico de Madrazo vuelve a reorganizar el álbum que le corresponde en cuatro y pega los dibujos sobre papeles rosas.

La novela de los dibujos

Federico se queda con uno, dos se los entrega a sus hijos y otro a su hija, Cecilia, casada con el pintor Mariano Fortuny, que lo vende al Metropolitan Museum (MET) de Nueva York. Federico vende su lote a su discípulo Bernardino Montañés, este al pintor Aureliano de Beruete, que lo vende a un industrial alemán. En la II Guerra Mundial esos 30 dibujos desaparecen, cuenta José de la Mano. Todos se daban por perdidos hasta que en los noventa una conservadora del Museo Hermitage de San Petersburgo los encuentró en los fondos de la pinacoteca rusa. “Indudablemente es patrimonio robado a alemanes”, dice De la Mano.

La operación que hoy nos interesa es la que se hizo con mayor oscurantismo. El 3 de abril de 1877 tuvo lugar en el Hotel Drouot de París la subasta de más de un centenar de dibujos de Goya. Los dos lotes de los dos hijos de Federico. Nunca reconocieron haberlos sacado de España huyendo de los reales, en busca de coleccionistas con francos. Cuando a la familia Madrazo se le preguntó dónde estaban esos dibujos no dijeron que 30 años antes los habían vendido en Francia. José de la Mano está convencido de que aquella jugada comercial fue ilícita. Una salida similar a la que hizo Jaime Botín con su Cabeza de mujer, de Picasso.

Al banquero le pillaron con las manos en la masa. A los Madrazo, no. De la Mano ha hallado una excelente documentación en la que se aclara que usaron un testaferro para no mancharse. Aparece un tal Paul Lebas, “un agente pantalla para no dejar rastro”, explica el especialista. “Fue un movimiento tan oscuro que no sabemos si quien viaja y vende fue Raimundo. Pero los dibujos no valían mucho dinero. En aquel momento no eran cantidades importantes como ahora, porque no había un mercado para el dibujo de Goya aunque ya era un artista reconocido en Francia”, indica De la Mano, que sí reconoce que era mucho más dinero de lo que habrían sacado los artistas si los hubieran vendido en España.

El Estado compra

Eso es lo que le ha pasado 144 años después a los propietarios de uno de aquellos dibujos que los Madrazo vendieron de manera ilícita en París y que acaba de comprar el Ministerio de Cultura para que lo conserve el Museo del Prado. La familia tenía una oferta de un coleccionista británico que se acercaba al millón de euros por ese dibujo del cuaderno “C”, pero en 1995 el dibujo fue protegido como Bien de Interés Cultural (BIC). Por eso nunca ha podido abandonar España en busca de un comprador mucho más potentado. Este viernes el BOE ha publicado la compra de En voyage por 237.100 euros. Los Madrazo vendieron este dibujo por el equivalente a 30 euros, en la subasta parisina de 1877. El Prado lo conservará junto al medio millar de dibujos que ha conseguido reunir a lo largo de los años. Casi la mitad del total de dibujos de Goya que se diseminaron por todo el mundo.

El galerista Guillermo de Osma ha sido el intermediario de la operación. Recibió al abogado de María Rosario Solchaga, viuda de Alberto Huarte Myers heredero de la colección de arte, fallecido en 2011 a los 84 años, miembro del grupo Los Iruña'ko e impulsor del kárate en Navarra. Siglo y medio después de salir de España, una carambola aristocrática ha traído el dibujo a las colecciones públicas, después de que la familia Montpensier se uniera con la de Valdeterrazo en 1921. Las pertenencias del linaje francés regresaron a la península y quedaron en poder de la familia Huarte. La familia ya vendió en 2007 otros dos dibujos del cuaderno “E” (¿Quién vencerá? y No es siempre bueno el rigor).

Cuenta el galerista a este periódico que una vez desestimada la oferta millonaria del Reino Unido, hizo una primera ronda de llamadas en busca de comprador español. Tuvo que rebajar las pretensiones. La nueva cantidad atrajo a un coleccionista y Guillermo de Osma comunicó la venta inminente al Ministerio de Cultura, que ejerció su derecho de tanteo y compró la lámina por los casi 240.000 euros. “Una cantidad muy atractiva”, dice De Osma, que este año ha vendido por 70.000 euros al Museo del Prado el polémico Joven con cofia, cuadro de María Blanchard. José de la Mano coincide: “El precio es un regalo”.

José Manuel Matilla sostiene que la importancia de esta pieza del cuaderno “C” se debe a que forma parte de un mundo muy personal de Goya, que nunca fue realizado para ser mostrado. A pesar de no ser públicos sí tienen la mirada crítica, irónica y satírica de la realidad, también hay apuntes costumbristas y otros temas que le interesaban. Goya no dejó de dibujar nunca, pero nunca lo hizo por la calle. La idea romántica del pintor parándose ante algún desastre para tomar apuntes es impensable en este millar de dibujos, aplicados con aguadas rápidas pero pensadas sobre escritorio. “Por eso es importante esta adquisición, porque es una manera de acercarse a esa intimidad poco a poco. Los dibujos de Goya son el gran patrimonio del Museo del Prado, no hay ninguna otra institución pública en el mundo que en los últimos 20 años haya podido adquirir seis dibujos de Goya ni que conserve medio millar de ellos”, añade José Manuel Matilla. Otro éxito de la Ley de Patrimonio Histórico, que tanto disgusta a los propietarios de las obras.

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