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El Reina Sofía honra la monumentalidad de Tàpies en una exposición que se rinde a su vigencia

'Composició', de Antonio Tàpies (1947)

Laura García Higueras

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Si 2023 fue el año de Pablo Picasso y Joaquín Sorolla, Antoni Tàpies y Eduardo Chillida serán los protagonistas de este 2024. De ambos artistas se cumple el centenario de sus nacimientos, motivo por el que pinacotecas de toda España van a reivindicar sus figuras. El Museo Reina Sofía abre este miércoles 21 de febrero las puertas de su particular homenaje al pintor y escultor catalán, a través de la mayor retrospectiva de su obra realizada hasta la fecha. Una imponente exhibición compuesta por cerca de 220 obras procedentes de colecciones de todo el mundo.

“Es una ocasión maravillosa para mirar y volver a mirar su legado, que sigue permitiendo pensar nuestro presente porque nos interroga de forma directa”, aseguró este martes en la presentación de la muestra Inma Prieto, directora de la Fundación Antoni Tàpies, coorganizadora de la exposición que podrá visitarse hasta el próximo 4 de junio. La responsable defendió que la mejor manera de definir al pintor es “la reflexión que lleva a cabo en torno a la dicotomía de la vida y la muerte”.

En efecto, ambas están presentes en el despliegue de títulos que visten las salas que componen la exhibición, recorriendo desde sus primeras pinturas realizadas en los años cincuenta, marcadas por la herencia de las vanguardias históricas y su vinculación con el grupo Dau al Set; hasta el último período de su obra, notablemente atravesado por la nostalgia.

El recorrido imbuye al visitante en el rico y complejo universo planteado por Tàpies, en el que el carácter de sus iniciales autorretratos contrastan, dialogan y se entrelazan con sus propuestas antifranquistas y pinturas más íntimas como su serie Cartas para la Teresa, que elaboró como tributo a su pareja Teresa Barba.

Su evolución queda patente en los materiales y plasticidad utilizados, en la monumentalidad elegida para algunos de sus cuadros y el minimalismo, partiendo desde los trazos, de otros. Hay abstracción, hay literalidad, hay dolor, hay protesta, hay órganos genitales, hay enfermedad y un generoso etcétera que implica a quien contempla su obra. Despierta instintos primarios, intimida, interpela, inquieta.

Las dolencias actúan precisamente como colofón a la muestra en una de sus últimas representaciones: Ni puertas ni ventanas, de 1993. El pintor colocó sobre un fondo marrón la estructura del cabecero de una cámara de hospital, una sábana arrugada blanca con dos líneas azuladas, y varias cruces, emulando un cementerio, rodeando la escena. El resultado se clava dentro como una punzada de la que supura el paso del tiempo. El lienzo se siente como una cuenta atrás, hacia el final de la vida, pero también de la exhibición, en la que el arranque copado por colores vivos, mayor vitalidad y energía, se va poco a poco dando mayor protagonismo a tonos más ocres y apagados.

Los ambientes propuestos en las salas se van volviendo más opacos y recios a medida que se transitan. Inma Prieto explicó que son un reflejo de la naturaleza cíclica de la vida. “Él empezó postrado en la cama con una enfermedad [padeció tisis cuando tenía 18 años] que le hizo replantearse su vocación hasta decidirse a ser artista”, indicó, “y al final de sus días volvió a retomar estos elementos importantes para él”. La afección pulmonar que sufrió le mantuvo convaleciente entre 1942 y 1943, período que aprovechó para copiar dibujos y pinturas de figuras como Van Gogh y Picasso.

Bajo su influencia comenzó a realizar autorretratos que presagiaban el carácter introspectivo que caracterizó sus obras a partir de entonces. Durante esta etapa, se perfilaron algunas de las técnicas y asuntos que vertebrarían su lenguaje plástico. Aquí se incluyen símbolos como la cruz, caligrafías autorreferenciales, incisiones, paisajes y la ambigüedad del cuerpo y la sexualidad.

No en vano, uno de los lienzos más llamativos de la exposición es Materia en forma de pie (1965), en el que una extremidad inferior gigante ocupa la práctica totalidad del espacio, rozando la abstracción. La obra ejemplifica cómo Tàpies rechazó los cánones de belleza ideal y trató de quebrantarlo eligiendo temas considerados tradicionalmente desagradables y fetichistas. Está este pie, pero hay igualmente un ano defecando y una pelvis masculina desnuda poblada por pliegues y arrugas.

Una obra prolífica y actual

Manuel Borja - Villel, comisario de la exposición, explica en el catálogo de la muestra que para Tàpies el paso del tiempo era una “espiral”, por las mutaciones que marcan su obra desde las materias de los años cincuenta a los barnices de los ochenta. “La evolución no se fundamenta en una progresión, en un quemar etapas, en un desarrollo lineal; sino en las superposiciones, repeticiones y ritornelos”, comenta.

El responsable afirmó en la rueda de prensa de la exhibición que han tratado de “establecer un puente entre un artista que explica la historia de España y Europa desde la segunda mitad del siglo XX; pero que también puede verse desde el hoy. Cuyas ideas tienen todo el sentido o incluso más ahora”. La exhibición del Reina Sofía, Antoni Tàpies. La práctica del arte, debe su nombre a la primera compilación de los escritos del artista, publicada en 1970. “Escribió muchísimo”, recordó el comisario, “su memoria personal es uno de los grandes libros para entender la España postfranquista”.

El pintor fundó en 1948 junto a artistas como el poeta Joan Brossa, pintores como Joan Ponç y Modest Cuixart; y el teórico Aranu Puigel grupo de vanguardia Dau al Set, que fue clave en la renovación artística del país tras la Guerra Civil. Durante este periodo se acentuaron en sus títulos el lirismo, los elementos geométricos y el estudio del color. Más adelante viajó a París becado por el Instituto Francés de Barcelona, que le permitió conocer las vanguardias internacionales. Allí realizó la serie de dibujos Historia natural, con la que dio respuesta a su deseo de entender el mundo y de reflexionar sobra la condición humana, impregnando sus creaciones de carácter político y literario.

El comisario Manuel Borja-Villel describió que para Tàpies la pintura era un ser vivo. “Para él lo era todo. La veía como un elemento que a menudo le hablaba, por eso en algunos cuadros la retrata con ojos e incluso gafas”, argumentó. El artista fue poco a poco incorporando más texturas a sus cuadros, que empiezan a guardar cada vez más similitudes con paredes o tapias a las que aplica perforaciones, genera relieves y une con objetos que abarcan desde cuerdas a un violín. Cierto es que el interés por la materia fue generalizado a ambos lados del Atlántico en el arte de posguerra. Los descubrimientos científicos y la conciencia de la bomba atómica influyeron en muchos artistas, incluido el catalán.

El pintor experimentó con otros materiales como el papel y el cartón, que le sirvieron para probar nuevos efectos como la rotura deliberada de ciertas partes o el arrugamiento del propio soporte. Así queda reflejado en títulos como Morado con ángulos negros (1963) y Papel de embalar (1964).

Activismo político

Tàpies fue adquiriendo cada vez más relevancia a nivel internacional, que avanzó en paralelo a su compromiso político contra el franquismo. En 1952 hizo pública su negativa a participar en exposiciones organizadas por el régimen y llegó a ser arrestado en 1966 por asistir a una reunión clandestina de estudiantes e intelectuales en el Convento de los Capuchinos de Sarrià (Barcelona), en la que se debatió sobre la creación del primer sindicato universitario democrático. Dejó su militancia patente en obras como A la memoria de Salvador Puig Antich, que elaboró como recuerdo al joven anarquista asesinado en 1974, y 7 de noviembre, sobre la Assemblea de Catalunya celebrada el 7 de noviembre de 1971.

La melancolía es el elemento central de las últimas salas de la exposición, donde predominan la muerte, el dolor y la enfermedad. A este periodo pertenece su muestra en el Pabellón de España de la Bienal de Venecia.

El Museo Reina Sofía ha tratado de compendiar la magnitud del universo ideado por Tàpies, que falleció en febrero de 2012. Su hijo estuvo presente en la presentación, en la que reivindicó la misión de la exhibición de acercar la pintura de su padre a nuevas generaciones. “Y para que aquellas que ya le conocían, puedan reencontrase con él otra vez”, animó.

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