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Las trampas del mundo interpretado

David Claerbout: Oil Workers

Marta Peirano

Un píxel hecho de madera, ¿es todavía un pixel? Y una foto de un paisaje, ¿es todavía un paisaje? ¿Cuánto podemos modificar un retrato para desvincularlo de su origen? La traición de las imágenes nos preocupa desde siempre, aunque sólo reverberan grandes éxitos como la pipa de Magritte, El mapa no es el territorio de Alfred Korzybski o Del rigor en la ciencia de Jorge Luis Borges y Adolfo Casares. Pero es sólo ahora que vivimos el mundo a través de una interfaz gráfica permanente, que los bordes entre el objeto físico, su representación pictórica y su dimensión simbólica (el mismo objeto en el recuerdo, el pensamiento o la imaginación) son más misteriosos y llamativos que nunca. Ya no estamos tan confiados ni tan cómodos en el mundo interpretado.

“Cuando la nueva tecnología de representación artificial era la fotografía se dio un proceso parecido, cuando la representación transmutó del paisaje a lo abstracto” -explicaba en la inauguración Benjamin Weil. Datascape -una modificación de la palabra Landscapes que cambia land (tierra) por data (datos)- es la última exposición del comisario francés en La Laboral de Gijón, donde ha sido director artístico hasta que abandonó su cargo en enero por el mismo puesto en la Fundación Botín. La intención de la muestra es revisar la nueva forma de entender la realidad en un mundo trastornado por las telecomunicaciones.

Esto no es una pared

Karin Sander ocupa el vestíbulo con una sencilla pero intrigante instalación llamada XML-SVG Code / Código fuente de la pared expositiva. Su objetivo es superponer el código fuente del objeto sobre el objeto original, siendo el objeto la pared de la entrada y su código fuente, una descripción exacta de dicha pared en HTML. Teóricamente, si uno fuese a renderizar ese código en un navegador vería una réplica exacta de la pared, con sus agujeros, sus interruptores y sus carteles de salida de incendios, igual que vemos las páginas web cuando visitamos un dominio. Pero, en una segunda vuelta de tuerca, es imposible comprobar si funciona porque el código mismo no es código, sino unos trazos de pintura en la pared, igual que la pipa de Magritte.

En JPEG, del fotógrafo alemán Thomas Ruff, una instantánea del ataque a las torres gemelas ha sido fuertemente comprimida, un proceso que reduce la cantidad de información de la foto hasta el mínimo reconocible. El efecto es el mismo que cuando reconocemos el fantasma de una canción popular entre las capas de ruido blanco de una radio mal sintonizada: si te la sabes de memoria, tu cerebro la oye completa; si no la conoces, la información es indistinguible del ruido. Ruff aprovecha una imagen que ya está grabada a fuego en la retina de todo el mundo para explorar la manera en que autocompletamos la realidad en lugar de verla, proyectando lo que tenemos grabado en nuestro caché subconsciente. Sólo alguien que jamás ha visto antes la foto es capaz de “ver” la reproducción degradada sin superponer otra en su lugar.

En la pared de enfrente, una pieza aparentemente similar de Joan Fontcuberta (de la serie Googlerama) resulta beneficiada por asociación pero perjudicada por comparación. Celda de interrogaciones en Guantánamo también muestra una imagen grabada en la memoria colectiva, en este caso reconstruida a partir de un programa de fotomosaico conectado a resultados de Google. Cuando nos acercamos, vemos que la celda está compuesta de miles de páginas pequeñas, generadas en la búsqueda de “curiosidad”, “conocimiento”, “sabiduría”, “oratoria”, “filosofía”, “investigación”, “estudio”, “tertulia” y “elocuencia”. La relación entre los datos utilizados, el proceso elegido y la imagen de la celda es un misterio que abandonamos sin resolver.

Arquitecturas visibles, verdaderas e imaginarias

Casi tan frustrarte resulta la instalación de Charles Sandison, que se describe de “procesamiento de datos de múltiples canales que combina arquitectura y algoritmos genéticos” para construir un “ADN arquitectónico digital” que a su vez es “inyectado en unos organismos de vida artificial auto-propagada”, pero parece un reguero de hormigas soldado marchando en loop. El motivo es que se trata de una traducción: la instalación ha sido hecha específicamente para la basílica de Hagia Sophia en Estambul, que fue una iglesia ortodoxa griega antes de convertirse en mezquita y, finalmente, en museo. En la habitación siguiente, Pablo Valbuena convierte el pasillo en un espacio de contemplación zen, con su habitual proyección arquitectónica de línea reflexiva y melancólica, un descanso neuronal que se agradece antes de bajar al grueso de la exposición.

La estrella de Datascapes se llama Oil workers, y es una “fotografía aumentada” donde unos trabajadores de la Shell en Nigeria que vuelven a casa se encuentran atrapados por una repentina tormenta. El videoartista David Claerbout usa el escalpelo para diseccionar esta imagen encontrada y añadirle una nueva dimensión, como quien recorta una postal para convertirla en un pop-up. La cámara rodea a los protagonistas en un loop hipnótico que los contiene y los aísla al mismo tiempo. En ciertos momentos, lo figurativo se pierde en los reflejos de un agua que se transforma, por efecto de la luz, en pegajoso petróleo.

Otro de los momentos más dulces de la muestra es el video de Harun Farocki, donde se analiza la evolución de los gráficos en los videojuegos y donde se dicen cosas como “En cine existe el viento que sopla y el viento que sale de una máquina de viento. En un ordenador sólo hay un tipo de viento”.

Harun Farocki from Le Studio MAC Créteil on Vimeo.

Con su imperturbabilidad habitual, Farocki se limita a describir el progreso de tres elementos primigenios- agua, árbol, fuego- para insinuar maliciosamente que su evolución ha sido en realidad un empobrecimiento. En los primeros juegos, el agua sólo se rompe en un lugar para indicar la presencia de un tesoro, mientras que en los últimos el 80% del píxel es ambiental. El hiperrealismo pictórico es por tanto una imitación de lo banal, mientras que la abstracción simbólica del 8-bit es puro significado.

En Monovacation, Burak Arikan presenta una máquina de analizar los cliches de las campañas de turismo internacional, para demostrar que nuestra experiencia de otras culturas es mayormente virtual. La instalación de Arikan incluye un mapa de conexiones interactivo con los elementos recurrentes de estas fantasías exóticas manufacturadas (“playa + pareja joven + puesta de sol + música”, “pueblo + hombre viejo + tradición + río + barca”). La cuadratura del círculo es un anuncio donde salen todos esos lugares comunes, uno detrás de otro, en una secuencia hilarante de redundancias prefabricadas.

Monovacation (excerpt) from arikan on Vimeo.

Además de Valbuena hay otros dos artistas locales. Primer diagnóstico taxonómico es una instalación de Enrique Radigales que pretende cartografiar un paisaje rural con herramientas digitales, mientras que el proyecto de visualización de datos de Nerea Calvillo muestra un mapa del polen en el aire construido a partir de datos medioambientales de la ciudad de Gijón.

Finalmente, escondida en una esquina, la canadiense Andrea Bullock propone una estructura de 32 píxeles extraídos de una secuencia de La Tormenta de hielo, de Ang Lee. Para pillarle el chiste hay que verla por detrás: los píxeles son en realidad cajas de madera iluminadas con leds.

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