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El artista kurdo que lucha a brochazo limpio contra el olvido de la masacre en Siria

'When the hope leaves'/ Omar Delawer

Mónica Zas Marcos

En 1997, cuando Omar Delawer tenía doce años, toda su familia huyó de Siria hasta Chipre mediante una embarcación de la mafia. Su padre, figura comprometida con organizaciones por los derechos humanos en Damasco y aliado de grupos políticos kurdos, acababa de ser puesto en libertad tras cinco años en prisión por orden del régimen de Bashar el Asad y despojado de su nacionalidad kurda, pasaporte y derechos civiles.

Como no tenían suficiente dinero para los seis, él tuvo que aguardar con sus abuelos mientras obtenía los papeles de refugiado político de la ONU. Un año más tarde, viajó solo hasta Chipre para encontrarse con su padre, y permaneció tres años lejos de su madre y de sus hermanos. Hoy viven todos juntos en Suiza, donde Omar compaginó sus estudios de Arte con los de Política y Relaciones Internacionales.

Escogió estas dos disciplinas para dotar a sus óleos del rigor informativo que, en su opinión, muchas veces escasea en los medios internacionales. “Es triste ver cómo han mostrado una mínima parte de la tragedia y la masacre que ha tenido lugar en estos siete años, después del levantamiento popular”, cuenta el artista a este diario. 

Las pinturas de Omar son especialmente sensibles hacia la masacre de los kurdos de Siria. Las enormes pinceladas y colores brillantes sirven para captar la atención del ojo europeo, pero basta con acercarse para reconocer la truculencia de su trasfondo.

Entre ellas está Aylan, cuyo diminuto cadáver suspendido en la arena conmocionó al mundo durante un rato, u Omar Xawer que murió cubriendo a su hijo con su propio cuerpo durante el ataque de gas químico que ordenó Sadam Husein contra Halabja en 1988. “Yo tenía dos años cuando esto ocurrió, pero cada marzo mi familia y 50 millones de kurdos más la recuerdan encendiendo una vela. 5000 personas fueron asesinadas, fue uno de los peores genocidios después de la Segunda Guerra Mundial y, aún así, Halabja es un agujero negro en la conciencia de la humanidad”, lamenta. 

En cuanto al fenómeno de Refugees Welcome que resultó de imágenes escalofriantes como la de Aylan, y el olvido posterior de la peor crisis humanitaria de estos tiempos, Omar tiene una opinión bastante firme. “Las comunidades internacionales podrían, en lugar de dar la bienvenida a los refugiados, ayudar a las personas en su tierra y prohibir al régimen sirio utilizar todo tipo de armas contra civiles”, responde. 

Y ni siquiera es una bienvenida real, pues apenas el 18% de las personas acordadas en el pacto de reubicación de la Unión Europea recibieron refugio (España es una de las que encabeza esta vergüenza). “Los migrantes no venimos a robar el dinero de las ONG ni a quedarnos con el trabajo de nadie. Tengo la suerte de poder desarrollar mi arte en libertad y usarlo como la herramienta poderosa y pacífica que es para acabar con estos prejuicios”, explica Omar. 

De momento, puede decir que su obra ha cumplido esa misión por todo el mundo. Su página de Facebook cuenta con 364.000 seguidores, y ha exhibido en suficientes salas para ser reconocido tanto en Siria como en Suiza y otros países europeos. “Tenemos que saber que lo que vemos en televisión no siempre es verdad; es la gente que huye quien porta la verdad. Por eso yo intento convertirme en estos mártires cuando pinto y transmitir su voz a través de mis pinceles y colores”, declara este artista treinteañero.

Sin embargo, Omar trabaja ahora para el gobierno suizo, donde enseña la cultura francesa y suiza a otros inmigrantes que buscan integrarse en la sociedad mientras continúa volcándose en sus cuadros.

Mujeres y palomas blancas

Uno de los detalles más llamativos de su obra es la presencia de las mujeres kurdas, sus heroínas por transmisión de su madre. “Tanto hombres como mujeres de mi pueblo luchan en Siria contra el ISIS, ofrecen su sangre no solo para salvar a los kurdos sino al mundo entero, y aún así este mundo les da la espalda”, nos dice con pena.

Para él, esta lucha no tendría sentido sin ellas, que además son quienes sufren en sus carnes la peor brutalidad: “las mujeres son el puente en cualquier tipo de revolución. Sin ellas, la batalla está perdida, y así lo demostraron en el levantamiento popular, cuando numerosas fueron asesinadas, torturadas y violadas por plantarse contra el régimen”.

Así, Farinaz Antorcha de la Libertad trata sobre la muerte de Farinaz Khosrawani, la joven kurdo iraní de 26 años que se suicidó saltando desde la ventana de un hotel en 2015 para evitar ser violada por un agente de inteligencia iraní. O en Rest in Peace Farkhunda Malikzada, que representa a una mujer afgana que fue linchada por una turba en Kabul también en este año después de que un clérigo la acusara falsamente de quemar el Corán. “Su caso me afectó profundamente. Es de una injusticia atroz”, explica Omar.

Aún así, al lado de todo el rojo y negro -sus colores predilectos- y de los rostros desesperados de sus protagonistas, Delawer muchas veces pinta una paloma blanca. Un símbolo de esperanza para seguir luchando, para recordar a su pueblo que todas esas muertes no fueron en vano. “La sangre joven que ha sido derramada no se desperdiciará. Llevará a la libertad, a la dignidad y a la paz”.

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