'Brigsby Bear', o cómo salir de la zona de confort vestido de oso de peluche
A principios de los ochenta, una generación de españoles creció viendo a las marionetas de Jim Henson, pero también escuchando atentamente las lecciones de la versión española que daban Espinete, Don Pimpón, la Gallina Caponata y compañía. Ideas y conceptos sobre la vida que se vehicularon en multitud de tabulas rasas de tal forma que su alcance entre los adultos de hoy se antoja incalculable. Pero, ¿y si hubiésemos crecido sin ver nada más que Barrio Sésamo durante toda la vida? ¿Qué idea tendríamos del mundo?
Brigsby Bear nos pone en esta tesitura para narrarnos la historia de James Pope, un joven que no ha salido jamás de su casa. Sus padres le mantienen dentro de un hogar seguro para él y le aseguran que fuera el aire es tóxico. Ha crecido sin ver ni escuchar nada más que un programa infantil protagonizado por un oso de peluche llamado Brigsby que viaja por la galaxia salvando planetas de las garras del malvado Sun Snatcher -interpretado asombrosamente por Mark Hamill-. Su idea del mundo es eso y nada más, así que cuando se vea forzado a dejar la casa y descubra que el mundo exterior es perfectamente habitable, la realidad le pondrá en su sitio.
Los extraños vericuetos de la distribución española la han dejado sin estreno en salas y llega al mercado doméstico de la mano de Sony Pictures. Dave McCary dirige una historia tragicómica escrita y protagonizada por su amigo de la infancia Kyle Mooney. Ambos se hicieron un hueco en la comedia gracias a Good Neighbor, un grupo cómico que crearon juntos y que les ha llevado hasta el late show más famoso de la televisión estadounidense, Saturday Night Live. Su primera película pasó con éxito por Sundance y Sitges, convirtiendola en uno de los títulos indies del año -pasado, se entiende-. Estamos ante una equilibrada mezcla de géneros que reflexiona sobre cómo la creatividad y la ficción nos pueden ayudar a sentirnos más cerca de los demás.
El programa infantil que te salvó la vida
Lo primero que escuchamos en Brigsby Bear, todavía con la pantalla en el más absoluto negro, es el sonido que hacíamos al meter una cinta VHS en el reproductor cuando estábamos nerviosos y no acertábamos el vídeo en la ranura a la primera. Acto seguido vemos una grabación en ínfima calidad y con unos efectos especiales absolutamente sonrojantes de un oso de peluche que desmonta los malvados planes de un sol parlante y luego nos enseña ecuaciones.
De pronto, la cámara nos muestra la cara de James Pope, interpretado por Kyle Mooney, anonadado mirando al televisión. Su habitación está llena hasta los topes de merchandising del oso espacial que acabamos de ver. Ese es su mundo y al igual que él, todos nos hacemos una idea de lo que nos rodea en base a lo que vemos, sentimos, escuchamos y leemos. Una idea, en todo caso, siempre subjetiva cuya comprensión y aceptación nos hace estar más o menos seguros de quienes somos.
Bien lo saben los responsables de Brigsby Bear que, mediante su protagonista, exorcizan reflexiones de una generación que creció pegada al televisor y para los que la cultura pop ha sido un credo. Religión a la que rendir tributo mediante figuritas, juguetes y pósteres, traducción capitalista de las imágenes y tótems sagrados de antaño.
Partiendo de su premisa, la opera prima de Dave McCary nos ofrece una visión de esta cultura como prisión del pensamiento para luego desarrollar una tesis amable con sus celdas. Para explicarnos por qué a él y a Kyle Mooney, aquellos VHS y juguetes les salvaron la vida y les llevaron hasta donde están.
Mediante un conseguido manejo del tono, tierno y mordaz al mismo tiempo, Brisgby Bear narra la historia de un pez fuera del agua que se verá obligado a entender que la realidad es más grande que sus obsesiones. Sin, por ello, ser un film de los que se entretiene en lo divertido de su comportamiento en el hábitat ajeno. No encontraremos en ella más chistes de los necesarios sobre qué es lo que James entiende y qué no. Tampoco estamos ante una suerte de secuela cómica de La Habitación ni ante la versión televisiva de Frank, ejemplos de películas sobre peces y peceras humanos dirigidas por Lenny Abrahamson. Más bien nos enfrentamos a los pormenores de la adaptación a un universo nuevo.
La creatividad como arma para relacionarnos
Si metiésemos en una trituradora el Canino de Yorgos Lanthimos, el Show de Truman, BoJack Horseman y Rebobine, por favor, y con el resultado del hiciésemos un pudding agradecido y dulce... tendríamos algo parecido a Brigsby Bear.
El film de McCray y Mooney aborda con mimo e inteligencia el vértigo a salir de la zona de confort. También la necesaria comprensión de los demás para dar el paso, y lo que tenemos que sacrificar al hacerlo. Pero no lo hace mediante una herramienta narrativa baladí: su discurso opta por reflexionar sobre la capacidad que tiene la cultura pop para allanarnos el camino, ayudándonos a conectar con los demás gracias a la ficción.
No en vano, es la realización de una película lo que ayudará a James a comprender que no está solo en el mundo. Aunque por el camino, un desarrollo alocado nos pueda llevar a pensar que Brisgby Bear es un canto a la inmadurez, dado el confeso peterpanismo de sus creadores. James Pope se comporta como un niño a sabiendas de que esto no le trae más que problemas. Pero resulta que su falta de conocimiento práctico sobre el mundo adulto es, justamente, lo que despierta la creatividad de los demás.
En la misma línea que Yo, él y Raquél, otra película indie surgida de los hornos de Sundance, el cine será la redención aunque duela. Demostrando que la creación -tome la forma que tome-, también es una forma de entender quiénes somos y qué podemos hacer con el tiempo que se nos ha dado. Algo que, en estos tiempos, nos conviene no olvidar.