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'Lo que esconde Silver Lake', paranoia moderna en un Los Ángeles 'neo-noir'

Riley Keough interpreta a la vecina desaparecida de Andrew Garfield

Francesc Miró

La historia del noir  y la de Los Ángeles están íntimamente ligadas en el imaginario de varias generaciones. Ya sea por las veces que hemos visto a detectives como el Philip Marlowe de Bogart -o el de Robert Montgomery-, fumando intensamente y ajustándose la trenca y el sombrero fedora por sus calles, o por la iconicidad de las imágenes creadas por los Billy Wilder y Howard Hawks de turno entre mansiones, piscinas y lujo que esconde podredumbre.

Tampoco la del neo-noir  ha podido escapar a la influencia de la ciudad de las estrellas. Cuesta imaginar otra en la que la sensación de perplejidad y confusión cuajen mejor. Que fuese escenario más adecuado para las historias de personajes como la desubicada Naomi Watts en Mulholland Drive, el genial Jeff Bridges de El gran Lebowski, o el pasadísimo Joaquin Phoenix de Puro Vicio.

Todos estos imaginarios habitan en Lo que esconde Silver Lake. La nueva película de David Robert Mitchell llega a nuestros cines como una reformulación de los códigos del cine negro clásico y contemporáneo, convertidos en alucinada aventura por los senderos más inesperados de la cultura pop.

Una ciudad de fantasmas

“Todo empezó por una conversación que tuve con mi mujer en una etapa en la que me encontraba trabajando en varios guiones a la vez”, cuenta David Robert Mitchell a eldiario.es. “Estábamos hablando de nuestros proyectos cuando empezamos a fantasear con los grandes chalets que hay en Los Ángeles. No podíamos evitar imaginarnos lo que estaba ocurriendo entre las paredes de esas casas, los misterios que escondían mientras nos miraban desde lo alto de la colina”, cuenta.

“De aquella conversación nació un guion que me llevó por caminos inesperados y que ha terminado convirtiéndose en película”, explica sobre su tercer largometraje. El director estadounidense se dio a conocer con una curiosa película que hoy goza de cierto culto llamada El mito de la adolescencia, pero no fue hasta el estreno de It Follows, que no se convertiría en la comidilla del fan del terror. Su segunda película se convirtió en una de las más originales y debatibles muestras de terror genuino del cine contemporáneo. Pero poco tiene en común con lo que propone Lo que esconde Silver Lake.

“Este film tiene mucho que ver con vivir en Los Ángeles. Es una ciudad en la que siempre tienes la sensación de que ocurre algo que no eres capaz de ver”, describe. “No se podría haber rodado en ningún otro sitio porque esta ciudad tiene mucho que ver con el cine. El sentimiento de pertenecer aquí está marcado por la cinefilia. Y en el mismo ADN de Lo que esconde Silver Lake hay mucho de nuestra relación con Hollywood”, reflexiona.

Sin embargo, eso no explica qué ha convertido a la ciudad en escenario de algunas de las mejores películas del género, un elemento indispensable a la hora de hablar de Perdición, El crepúsculo de los dioses o Chinatown. “Creo que si alguien repasara la historia de la ciudad, esta se parecería mucho a una historia clásica de cine negro, llena de lujo aparente y moralidad dudosa. Es una ciudad que llama al misterio porque el privilegio de los demás se respira y eso alimenta muchas historias y conspiraciones”, resuelve el realizador.   

Lo que esconde Silver Lake  tiene mucho de todos estos elementos: se desarrolla en una ciudad que parece habitada por fantasmas, por apariencias que esconden algo pero no sabemos muy bien qué. Y en este escenario espectral, echa raíces la paranoia. 

Un juego sin pistas

Sam - interpretado por Andrew Garfield- es un joven sin oficio ni beneficio que pasa los días mirando por la terraza de su balcón. Un día conoce a su vecina, Sarah, una misteriosa joven que tras pasar una noche juntos desaparecerá sin dejar rastro. Cuando intente ir tras sus pasos, Sam descubrirá una serie de alucinantes hechos que le llevarán a enfrentarse a una conspiración mucho mayor de lo imaginado. Mientras, un asesino de perros anda suelto... 

A través de la mirada del protagonista, Lo que esconde Silver Lake  reflexiona sobre las teorías de la conspiración como elemento central de una cultura de apariencias y posverdades. Y mete al espectador en una espiral de descubrimientos, a cada cuál más perturbador, que apuntan hacia la confusión generacional y la falta de esperanzas de progreso vital y económico.

“Sam es un hijo pródigo de una larga tradición de detectives de Los Ángeles. Una que en su momento fue muy moderna en muchos sentidos, pero que hoy cuesta comprender”, explica el propio Mitchell. “Aunque no es exactamente una parodia: también responde a los patrones de conducta de una gente muy particular que vive en Hollywood...”, deja caer.

A pesar de lo que parezca, sin embargo, el realizador cuenta que la película tiene “muchos elementos de la cultura pop que a mí me fascinan pero no es un relato autobiográfico. No me identifico con su protagonista ni con el misterio que intenta desentrañar”, describe. Lo que ocurre es que la narración está íntimamente influenciada por la mirada de Sam. “En el fondo, esta es la historia de un voyeur, uno que cosifica a las mujeres, que tiene muchos sentimientos contradictorios, que no duda en pegar a niños o ser un sádico sin piedad”, cuenta. Sam es un fraude, pero lo que le rodea parece serlo si lo miras con sus ojos.

“Hay cosas de mí en Lo que esconde Silver Lake como las hay en cualquier obra de cualquier arte. Por ejemplo: cuando me mudé a Los Ángeles vivía en un barrio muy parecido al de la película e intenté captar el ambiente, los personajes y la sensación que daba vivr en un sitio así. Pero no va sobre mí, ni sobre ningún individuo en particular, sino sobre la ciudad”, reflexiona el autor.

En su película, el escenario se convierte en un terreno de juego que hay que explorar. De hecho, “tiene una estructura de aventura gráfica y juega con esos varios niveles de realidad a los que accedes si haces determinadas cosas”, decía el crítico y divulgador Jordi Sánchez-Navarro en el programa Marea Nocturna. El ambiente y el desarrollo de los sucesivos misterios que envuelven al protagonistas contaminan la narrativa hasta el esqueleto y la convierten en una suerte de retos que giran sobre lo mismo: cómo comprendemos la cultura pop y su influencia.

Un cambio de referentes

Lo que esconde Silver Lake  apela directamente al espectador planteándole un juego de detectives que, si se enfrenta a su pasividad, fácilmente resulte incomprensible y sin sentido. Pero si se acepta, se convierte en una experiencia de lo más estimulante en la que el texto se complementa con la experiencia en espeleología pop que se tenga.

Pero incluso en este juego referencial, David Robert Mitchell parece no claudicar ante el cultureta que disfruta los productos culturales cazando guiños y despreciando a quien no lo hace con su agudeza. Su última película no propicia el reparto de carnets de freak como sí lo hizo Ready Player One  y puede llegar a hacerlo Spider-Man: Un nuevo universo, aunque parezca que no.

¿Por qué? Porque Lo que esconde Silver Lake  dedica gran parte de su discurso a reflexionar sobre la esencia misma de cultura pop. Sobre por qué nos definen determinados videojuegos, canciones o películas. Qué convierte a un objeto cultural en signo generacional y, sobre todo, qué dice de nosotros que lo haga. Puede que todo lo que consideramos que nos define se nos haya dado justamente para eso. Para catalogarnos, tenernos etiquetados, controlados y tranquilos.

“No sé si, efectivamente, la cultura pop está dirigida por élites pero no es de locos decir que a veces parece que así sea”, describe Mitchell. “Soy el primero que duda en todo esto y la película te afirma eso y luego te puede defender lo contrario. Pero mi intención no era responder sino proponer la pregunta”, explica.

“Creo que existe un miedo muy específico a que cosas que nosotros amamos, que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida -como canciones o películas-, vengan todas del mismo sitio”, reflexiona. “Imagina que las ideas de poder, de libertad, de esperanza o la misma idea del amor, las hemos asimilado antes de preguntarnos de dónde vienen. Quién las hace y por qué. A veces soy la persona que cree en eso, otras me contradigo. Pero es algo que quería abordar en la película”.

En una sociedad - la de Mitchell y la nuestra-, en la que la mayoría de referentes culturales son hechos por hombres blancos heterosexuales para hombres blancos heretosexuales, Lo que esconde Silver Lake  plantea un debate no sólo interesantísimo, sino también de plena actualidad. Y si bien no ofrece respuestas, apuntar hacia las preguntas, a veces, ya nos puede abrir los ojos. Quién sabe si para ponernos las gafas o para verlo todo aún más borroso.

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