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Las mujeres fatales y 'Perversidad': el 'noir' más ácido de Fritz Lang cumple 75 años

Joan Bennett y Edward G. Robinson protagonizaron esta historia de crueldades y culpabilidades

Ignasi Franch

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Quizá la estancia en los Estados Unidos de Fritz Lang, después de que este despuntase en el cine de la República de Weimar mediante clásicos como Metrópolis, no colmó sus expectativas artísticas. Quizá tampoco le procuró la autonomía creativa que alcanzó el director y productor Otto Preminger, una china en el zapato del Hollywood censurado a raíz del estreno de La luna es azul o Anatomía de un asesinato. Aún así, la etapa norteamericana del director de M, el Vampiro de Düsseldorf se extendió durante veinte años e incluyó obras tan estimulantes como Furia o Los sobornados.

A mediados de la década de los cuarenta, Lang acababa de realizar su ciclo de películas antinazis aptas para un séptimo arte que también había entrado en guerra. Después de ello, llegó un trío de filmes de suspense con dosis variables de film noir e intriga psicológica. El nexo común entre ellos era el protagonismo de la actriz Joan Bennett y la producción a cargo de un independiente, Walter Wagner, que había sido uno de los primeros en abrir el melón del antifascismo mediante la película Bloqueo... y que declararía por ello ante el Comité de Actividades Antiamericanas.

La segunda pieza de esta trilogía benettiana, Perversidad, escenifica la importancia que llegó a tener la captación de talento europeo en el audiovisual estadounidense de la época. Lang tomó el relevo de un proyecto de otro realizador germano, Ernst Lubitsch: filmar un remake de La golfa. El filme original era una adaptación de una novela preexistente y lo firmaba Jean Renoir, un exiliado izquierdista de la Francia ocupada que en aquel momento residía en California.

El resultado fue un clásico discutido del cine negro, quizá por su mezcla de elementos en fricción y en un cierto conflicto. El dispositivo estético llegaba a ser muy estilizado. Y los tonos empleados amenazaban con contradecirse: el humor negrísimo irrumpía ocasionalmente, como un invitado inesperado, en un hosco drama sobre engaños, crueldades y culpas.

En paralelo, varios estereotipos del noir (el hombre inocente llevado a la perdición por la consabida mujer fatal, el chico malo que atrae verdaderamente a la chica...) sirven para construir un andamiaje narrativo con impulsos desmitificadores. Lang, por ejemplo, despojó de algunas capas de glamur a su protagonista femenina. Y el ánimo transgresor también se concilió, bastante ingeniosamente, con la convención de castigar a los culpables de crímenes.

Perversidad urbi et orbi

urbi et orbiEn una interesante pieza audiovisual contenida en la nueva edición videográfica del filme, el editor y crítico François Guérif afirma que Lang pronosticaba que la película tendría problemas con la censura. Finalmente, las prohibiciones se circunscribieron a los comités locales de Atlanta, Milwauke y el estado de Nueva York. El fenómeno resulta algo sorprendente si se atiende a la extraordinaria acidez del resultado final, que tiene algo de inversión de La mujer del cuadro.

El realizador germano había contado con el mismo trío protagonista en aquella obra, pero el planteamiento general de Perversidad se oponía al aspecto de entretenimiento ligero que acababa tomando su precedente: La mujer del cuadro llegó marcada por un desenlace impuesto que, de tan moralizante, adquiría un cierto aspecto cínico. En esta ocasión, Lang y el guionista Dudley Nichols nos presentaron un mundo pútrido de manipulaciones, infidelidades, violencia machista y otros horrores.

El protagonista de la película, Christopher Cross, es un cajero de banco y pintor amateur, tímido y serio, casado con una mujer que le desprecia. Cuando entra en contacto con la joven Kitty March, Christopher ve la posibilidad de vivir esa vida libre y sensual que nunca había experimentado. Y Kitty ve la posibilidad de conservar a su despiadado amante consiguiendo dinero de quien supone que es un pintor renombrado.

El camino narrativo está lleno de maldades en forma de palabras venenosas, de gestos crueles e de insinuaciones sexuales al límite de lo asumible por el Hollywood censurado, de sumisiones y resentimientos del hombre herido en su orgullo.

Algunas decisiones visuales sugieren la apertura a un humor negrísimo, indigesto. Sirva como ejemplo un montaje asociativo con tintes perversos: el espectador pasa de contemplar una ejecución mediante la silla eléctrica a ver parpadear los neones de un letrero de hotel.

En el momento de ofrecer un destino a los personajes, Lang y compañía también jugaron con las convenciones: rehuyeron la infalibilidad institucional propia de la época y la sustituyeron por condenas más sutiles que exploran el sentimiento de culpa. Y se distanciaron de otra inercia más del Hollywood posterior a la asunción del Código Hays de autocensura en otro punto: no empujaron al terreno desatadamente criminal a ese personaje femenino que no encajaba con el modelo de mujer entonces imperante.

En la dicotomía entre ángel (del hogar, del amor) y demonio (de la vida nocturna, del sexo) femenino, la Kitty March de Perversidad ocupó un lugar menos marcado que otras femme fatales. Kitty se mueve más por un amor mal entendido, por el deseo de conservar a su amante maltratador y con tintes de proxeneta, que por la codicia. Es otro juego más en esta construcción malvada donde el final trágico detona, curiosamente, con el sonido una risa. Diez años después, Lang se despediría de Hollywood con otro venenoso retablo de personajes: Mientras la ciudad duerme.

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