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'J+K', el alucinado retrato de una generación fosforescente

Jay y Kay, las dos protagonistas de 'J+K'

Francesc Miró

Por mucho que su nombre pueda llevarnos a pensar lo contrario, el Puchi Award es una de las iniciativas editoriales más arriesgadas del panorama español. Se trata de una convocatoria internacional lanzada por La Casa Encendida y la editorial Fulgencio Pimentel, que busca premiar propuestas libres y renovadoras de libros, valorando su osadía y vinculación con los distintos lenguajes publicables del presente.

Se trata de una convocatoria abierta a proyectos literarios o gráficos de cualquier género y pelaje cuyo ganador se lleva un premio de 8.000€ más la publicación de la obra, que es distribuida por Fulgencio Pimentel. Jovencísima iniciativa que este año ha premiado el primer libro de John Pham, autor underground vietnamita que hoy triunfa en el circuito tras llevar años experimentando con el formato impreso. A mediados de los 2000 publicaba una revista propia llamada Epoxy, tras la cual consiguió publicar una serie de cómics llamada Sublife en Fantagraphics Books, sello de prestigio incalculable en el mundillo norteamericano.

Su primer libro, J+K, es un artefacto literario de los que se leen como una diversión baladí hasta que uno va descubriendo su calado filosófico. Pero también de esos tebeos que se palpan, que reivindican el papel como experiencia única de lectura. Su cuidadísima edición, sus colores fosforescentes y pequeñísimos errores de impresión por risografía impregnan la narrativa de tira cómica de un tono alucinado que convierte la obra en una aventura genial.

Entre la tira clásica y el posthumor

J+K narra la historia de dos amigas, Jay y Kay, y de sus hazañas en un mundo anacrónico parecido al nuestro pero extrañamente distinto, poblado por criaturas antropomórficas pero con particularidades anatómicas que poco tienen que ver con el ser humano. Todo en este universo resulta familiar y a su vez insólito. Como una naranja azul o un perro verde.

Sus desventuras, eso sí, tienen mucho de hodierno: Pham nos narra la ardua tarea de buscar trabajo y no morir en el intento, la depresión de encontrar uno mal remunerado, la euforia de bailar en una fiesta para olvidar, el dolor de una resaca que huele más a fracaso que a alcohol. Y sobre todas estas cuestiones, una incesante búsqueda de los límites de la burbuja en la que vive parte de la juventud occidental. Un trabajo que pone de relieve lo baladís que resultan ciertos problemas del primer mundo ante la pobreza, la maldad o la muerte. Y lo incómodo que resulta darse cuenta de vivir el privilegio.

Este estilo lo acerca a nombres mucho más mordaces del panorama actual como Simon Hanselmann y su serie Megg, Mogg & Owl, pero ante la crítica cargada de mala baba, J+K opta por el humor blanco y la trivialidad sin complejos.

La ligereza utilizada para narrar temas de índole generacional y social, e incluso filosófica, remite más allá de sus coetáneos, nos remonta a obras más añejas. Obras como Peanuts, el cómic de Charles M. Schulz publicado desde 1950, más conocida aquí por Carlitos y Snoopy, sus protagonistas.

Schultz, decía Gerardo Vilches en su genial Breve historia del cómic, “tenía un estilo de dibujo sencillo, alejado de los sofisticados experimentos formales de otros autores, y basaba la tira en las conversaciones y reflexiones del niño Charlie Brown y su pandilla, cuyo humor tenía un calado intelectual y cierto tono poético que la convirtieron en algo único”.

Fan confeso del dibujante de Minnesota, John Pham utiliza su memorable molde narrativo para enmarcar sus viñetas, tan doblegado por el peso de su referente que llega a vestir a sus personajes -o al mismo libro-, como vestía el mismísimo Carlitos. “Bajo una apariencia infantil se escondía un auténtico tratado sobre el ser humano”, seguía el crítico de cómics e historiador. Justo esto mismo es lo que consigue Pham, en menor medida y por razones obvias: bajo la apariencia de fanzine juvenil, J+K esconde un genial retrato de las flaquezas y necesidades juveniles.

Si bien su tono en lo narrativo también la emparenta con otras tiras popularísimas de los ochenta ya sea por su concepción de la acción de escaso movimiento propia de Garfield -con desarrollos casi calcados y personajes que recuerdan al gato de Jim Davis-, o el marcado tono político de la eterna Mafalda de Quino, uno de los mejores personajes de la historia de la viñeta. Y todo sin que chirríe, desde el respeto reverencial que solo ofrece el humor.

Una mirada de hoy

Aunque sus referentes inmediatos sean lo más popular entre lo más popular de la tira anterior a los noventa -John Pham nació en Saigón en 1974-, lo cierto es que lo que convierte realmente a J+K en una rareza llena de goce es su conexión con la sensibilidad más rompedora de creadores de un medio muy distinto al suyo: la animación contemporánea.

Si aceptamos que suena descabellado pero puede ser cabal, no es difícil imaginarse al artista consumiendo ávidamente series como El asombroso mundo de Gumball, Hora de Aventuras o Gravity Falls, pues sus páginas remiten a cierto tono humorístico hermanado con su concepción de la página y su construcción en seis viñetas. Tampoco pasa desapercibida la utilización de la referencia a la cultura pop como elemento esencial para explicar estados de ánimo -desde videojuegos hasta a canciones de autor francesas, pasando por calcos de otros cómics-. Prevalece en ella una constante apuesta por el riesgo dramático a través de un lenguaje infantilizado -que no infantil-. 

No debe ser casualidad que Pham, a su paso por España recogiendo el Puchi Award, confesase que su sueño era dedicarse a la industria de la animación, como afirmaba en una breve entrevista en Tentaciones. J+K comparte la mejores series de animación de hoy algo más que un recurso formal: entiende la caricaturización de las emociones de la era meme, el uso del slapstick como expresión de identidad, la ruptura de las leyes de la física en pos del chiste y, cómo no, el vacío existencial copado de entretenimientos pasajeros.

J+K es un divertidísimo retrato generacional que matiza su discurso -mayormente pesimista-, con ingentes dosis de color en risografía, pero su sensibilidad es absolutamente propia del siglo XXI. Es poesía y política en aguamarina y cian fosforescente.

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